Es evidente que el Partido Acción Nacional, por las razones que sean, programáticas o de conveniencia política, de corto o mediano plazo, decidió ya recomponer sus relaciones con el gobierno a partir de su aproximación a las posiciones de éste en el asunto del Fobaproa; de confirmarse así, en su dirección nacional se sentarán las bases para una segunda edición de la alianza estratégica con el grupo en el poder. El PRD, en cambio, decidió en el reciente pleno de su Consejo Nacional cerrar filas y mantenerse firme en su política ampliamente conocida y que recabó considerable respaldo social en la consulta del 30 de agosto. Estas políticas divergentes alejaron la posibilidad -débil desde un principio- de acción común de los partidos principales de la oposición.
Lo anterior ha provocado no tanto el análisis de las causas de tales contradicciones, como fuertes críticas, presiones y consejos de todo tipo al PRD, y en particular a Andrés Manuel López Obrador. A ambos se acusa de maximalistas, adversarios de la negociación, principistas y de darse baños de pureza en lugar de hacer política. Las críticas y consejos los producen quienes, de buena fe o de mala leche, admiten a un partido de izquierda, democrático como el PRD, siempre y cuando sea funcional al sistema político y económico existente; pragmático, sin principios, y en suma sin un proyecto propio de nación, cuya defensa debe realizar de manera consecuente, ajeno a pragmatismos, sin horizonte dilatado.
Las críticas al PRD, por su negativa a bailar al son que le toquen en Gobernación y Hacienda, no son sorprendentes ni novedosas. Desde su nacimiento, este partido fue sometido a enérgicos ataques del gobierno de Salinas, que quiso ahogarlo en su cuna, lo presionó en todas las formas y le hizo pagar una alta cuota de vidas por su derecho a la existencia. Se quiso doblegar su rechazo a la imposición de Salinas y acallar su denuncia del gran fraude con el que llegó al poder. Por su parte, los intelectuales orgánicos le han demandado siempre ser realista; aceptan que se diga de izquierda pero le exigen que sea una izquierda adaptable al sistema, que renuncie a la política y acepte -decía Enrique Krauze en 1992- las lecciones clave de la historia contemporánea: el triunfo de la ``mano invisible'' del mercado sobre la mano visible -y negra- del Estado.
En otras palabras, que la acción política no tiene lugar en este mundo dominado por la necesidad y el interés económico. Y hoy, frente a las consecuencias desastrosas de la llamada ``mano (nada) invisible'' del mercado -pues tiene nombres y apellidos-, que creó ese gran negocio de banqueros, algunos empresarios y políticos del PRI que se llama Fobaproa, se le pide al PRD que se resigne a negociar sólo las cuestiones técnico-económicas, los detalles de la arquitectura financiera para salvar a los bancos, defender un poco a los pequeños deudores y convertir gran parte de los pasivos de ese fondo en deuda pública, así se le llame no directa. Se le critica porque exige modificaciones al rumbo económico y medidas para evitar que la historia se repita, así como cambios estructurales y políticos además de transparentar todo el manejo del Fobaproa, y castigo a quienes actuaron al margen de la ley al comprometer las finanzas públicas. En fin, se le crítica porque se niega a participar en una simulación para legitimar el ``borrón y cuenta nueva'' que a toda costa quiere imponer el gobierno.
En realidad, con su posición sobre el Fobaproa, el PRD intenta rescatar el verdadero papel de la política frente a la economía, hoy coto cerrado de funcionarios y negociantes aunque sus consecuencias las pague el pueblo. De esa manera también el PRD se instala firmemente en una posición de izquierda, es decir, toma partido por la mayoría de los mexicanos. Su radicalismo de izquierda consiste en eso.
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