El humanismo está de fiesta. Escenario: el 50 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada el 10 de diciembre de 1948. Orquesta: Humanitarian Sound Machine. Acompañamiento de fondo: ``Un mundo donde quepan muchos mundos'', de autoría zapatista. Voz de arranque: José Saramago, al ser reconocido hace poco con el Premio Nobel de Literatura.
Tras el premio a ese prohombre del humanismo inicia una cascada de acontecimientos que confirman la posibilidad de que triunfe la globalización de la justicia, y no de la babarie. Si bien con fuerza dispar, dicha cascada atraviesa por las tres generaciones de los derechos humanos: 1) civiles y políticos, 2) económicos, sociales y culturales, y 3) derechos de solidaridad.
En el primer caso, sobresale la detención del ex (¿) dictador Augusto Pinochet: de nacionalidad chilena, ahora que le conviene reclamar juicio ``sólo en Chile''; pero realmente sin nacionalidad (y sin muchas otras cosas), si nos atenemos al impacto global de sus crímenes, sólo comparables a los de Hitler. ¿Cuantos dictadores se habrán inspirado, y aún se inspiran, en el ejemplo y la impunidad de Pinochet?
Los pupilos del superdictador, e inclusive funcionarios víctimas de su superterrorismo, utilizan el argumento de la soberanía para salvarlo de la cárcel. ¿Y por qué no se acordaron de la soberanía, por ejemplo, cuando el intervencionismo de EU jugó un papel clave en el derrocamiento y la muerte de Salvador Allende, así como en el encumbramiento de su defendido? Pero hay algo más importante: ¿cuándo se va a acabar de entender que la defensa de los derechos humanos es universal y, por lo mismo, no admite trampas patrioteras?
Cuando la violación de esos derechos alcanza el rango de crímenes de lesa humanidad -los mismos en que Pinochet fue campeón (genocidio, tortura, asesinatos y desapariciones en masa)-, con mayor razón los responsables han de ser enjuiciados sin pretexto. Enjuiciados donde sea (España, Gran Bretaña), pero bien enjuiciados: obviamente, bien encarcelados. Pobres juristas y pobre derecho, si las triquiñuelas legaloides logran mantener la impunidad de un Pinochet. Por lo pronto ya fue detenido, y sólo eso merece una fiesta. Pero hay otros motivos de festejo.
En lo tocante a los derechos de la segunda generación, es imposible (salvo en Los Pinos) no advertir el creciente cuestionamiento del neoliberalismo, violador clandestino pero implacable de los principales derechos económicos, sociales y culturales: empleo, salud, vivienda, alimentación, salario justo, educación. Lo cierto es que las recetas neoliberales ya son cuestionadas inclusive en los círculos más altos de las finanzas (desde George Soros hasta el Banco Mundial), así como de la política (muchos de los asistentes a la VIII Cumbre Iberoamericana). De hecho, en Europa ya sólo quedan dos gobiernos conservadores (España e Irlanda).
Respecto a los derechos de solidaridad (paz, desarrollo, ayuda humanitaria, medio ambiente sano), la buena noticia de estos días es la cancelación -todavía no definitiva- del basurero nuclear que se pretendía instalar en Sierra Blanca, Texas. Se aleja así una amenaza a la ecología y a la salud de la población fronteriza. Aunque la decisión no obedeció a un espíritu de solidaridad, al menos evitó (por el momento) un mayor deterioro de la vecindad México-EU. A final de cuentas, en cambio, sí obedeció a las reclamaciones de la sociedad en ambos lados de la frontera.
Así sea un poquito, la fiesta humanitaria llega hasta el México ``moderno''. El reciente informe del presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal confirma una mejoría en el respeto de esos derechos, bajo el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas. Pero en el resto del país, más que fiesta hay ambiente de velatorio, y hasta de guerra: Chiapas. Guerra con tintes de genocidio, terrorismo (sobre todo paramilitar), asesinatos en serie (Acteal, Chavajeval, El Bosque), es decir, todo lo que hoy tiene a Augusto Pinochet al filo de la cárcel y de la condena (casi) universal.
Lástima por México, que merece bastante más. Máxime que gracias a la rebeldía zapatista, el humanismo y, ésa su divisa, que es la dignidad, volvieron a sonar fuerte y a escala global. Pero en muchas otras regiones del mundo, la fiesta humanitaria camina recio, y hay que celebrarlo.