La aprobación, por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, de una resolución en la que se exige a Serbia cumplir sus compromisos sobre Kosovo, parece ser el último esfuerzo de presión diplomática internacional sobre el gobierno de Slobodan Milosevic antes de que la OTAN cumpla su amenaza de intervenir militarmente en Yugoslavia.
Ciertamente, el pronunciamiento del Consejo de Seguridad no hace referencia explícita al uso de la fuerza en caso de que las autoridades serbias incumplan la resolución 1199 de la ONU, pero las abstenciones de China y de Rusia en la ronda de votación habrían despejado el camino para una acción punitiva de la OTAN contra Yugoslavia. En este sentido, resulta significativo que Rusia -defensora histórica del paneslavismo y el principal apoyo de los gobiernos yugoslavos desde la muerte del mariscal Tito- haya optado por abstenerse en la votación. Esta circunstancia podría tener un doble significado, de gran importancia no sólo para la estabilidad en los Balcanes sino también para la geopolítica y la economía a escala mundial.
Por un lado, Rusia no está en condiciones de ejercer una presión consistente en contra de una intervención armada en Serbia, pues las deplorables condiciones económicas en las que actualmente se encuentra han forzado al gobierno de Yeltsin, en voz del primer ministro Primakov, a solicitar la ayuda alimentaria internacional. Urgido de asistencia externa incluso para cubrir las necesidades elementales de su población, el gobierno de Yeltsin no contaría con los márgenes de maniobra para defender la no intervención de la OTAN en Serbia, pues los apoyos económicos y alimentarios que necesita para enfrentar el difícil invierno que se avecina y para apuntalar la maltrecha economía rusa provendrían, fundamentalmente, de las potencias occidentales.
Sin embargo, para importantes sectores políticos y militares, sobre todo para los comunistas y para los jerarcas del ejército ex soviético, la inacción en la que ha caído Rusia respecto a la situación en la antigua Yugoslavia es motivo de rechazo e, incluso, de indignación. El arraigado nacionalismo y la convicción de que Rusia debe mantener un liderazgo internacional que persisten en las fuerzas armadas, en las formaciones políticas nacionalistas, en la oposición comunista e, incluso, en sectores gubernamentales, no deben ser menospreciados. Por ello, la abstención de Rusia en el Consejo de Seguridad sería un indicio de que el gobierno de Yeltsin ha preferido permanecer a la espera con el fin de asegurar la ayuda internacional y mantener, en lo posible, una posición equidistante entre los sectores rusos que exigen una mayor participación de Moscú en la política mundial y, por tanto, una posición oficial de rechazo inequívoco a una acción militar de la OTAN contra Serbia, y quienes consideran que sin la ayuda internacional será difícil mantener la estabilidad social y económica de Rusia.
Con todo, y más allá de las especulaciones, debe señalarse que la guerra en Kosovo no debe tener lugar. Además de la pérdida de vidas que acarrearía una incursión internacional contra Serbia, la vía militar sólo lograría exacerbar el odio, la xenofobia y la inestabilidad en los Balcanes y reforzaría, en lugar de castigar, como se plantea, al gobierno de Milosevic. Las atrocidades y las gravísimas violaciones a los derechos humanos cometidas en Kosovo deben ser detenidas y castigados sus responsables, pero las armas deben dejar lugar a la diplomacia, a la asistencia humanitaria y a la generación de condiciones democráticas que permitan, tanto en Serbia como en la provincia separatista de Kosovo, la reconciliación de las partes en conflicto y la apertura de espacios de decisión para que los habitantes de la región construyan por sí mismos su futuro.