La caracterización de la compleja situación internacional exige algo más que una lectura inmediata de los terribles y desesperantes descensos de los precios de las materias primas y de las cotizaciones en las bolsas de valores. Obliga a formular una hipótesis robusta sobre el carácter, la hondura, la intensidad y la duración de la retracción de la economía mundial, y de las economías nacionales, la de México entre ellas.
Un elemento imprescindible para ello es la caracterización de la dinámica de la formación de capital, es decir, del monto y estructura del dinero que se lanza a la adquisición de maquinaria y equipo. En los últimos treinta años, en la economía mundial -de hecho prácticamente también en las economías nacionales- se pueden identificar cinco ciclos que contienen fases de ascenso y descenso de la inversión; y en la continuidad de estos ciclos, una tendencia descendente de la participación de esta inversión en el producto. Es decir, el monto de dinero que gastan las economías para armarse productivamente es cada vez menor respecto del volumen de lo nuevo que cada año se produce.
A escala mundial el primer ciclo de la inversión -también registrado en México- va hasta 1975, y asciende de una participación de 20% a un máximo de 24%, para luego caer a 22%. El segundo ciclo lleva la inversión de ese mínimo de 1975 a un máximo de sólo 23% en 1979, para caer en 1983 a sólo 21%. En el tercer ciclo permanece en ese nivel hasta 1987. El cuarto ciclo levanta la inversión a 22% en 1989 para, de nuevo, descender a 20% en 1993. A partir de 1994, ya en el quinto ciclo de estos últimos treinta años, la inversión asciende hasta llegar en 1997 a cerca de 22% del valor del producto mundial. Pero atendiendo a los datos preliminares de este año y a los pronósticos más conservadores de los dos próximos, es muy probable que esta participación caiga hasta poco menos de 20% en el año 2000.
Prácticamente estos mismos ciclos se registraron en las economías en desarrollo de 1967 a 1997 y, más específicamente, en México, aunque con diferencias en los niveles máximos y mínimos, sobre todo en 1981 cuando en pleno boom petrolero, nuestra economía registró la máxima inversión relativa al producto nacional: 24%, después de lo cual descendió a sus mínimos históricos de 14%, para no alcanzar ya niveles superiores a 20% y 18% en 1992 y en 1997.
A escala mundial, entonces, la evolución de la inversión no sólo es cíclica sino descendente: en treinta años ha caído de 25% del producto mundial a sólo 20%. Pero, además, como resulta ser que hoy en día, un mismo monto de dinero moviliza un volumen mayor de maquinaria y equipo e instalaciones productivas que hace treinta, veinte e, incluso, diez años, pero también pone en operación menos fuerza de trabajo que hace treinta, veinte o diez años, entenderemos con claridad que la lógica del mundo económico de hoy se identifica no sólo con un volumen menor de empleo productivo, sino también con un monto de dinero cada vez menor en salarios y remuneraciones, hechos que resultan profundamente lamentables.
Si, además, en el contexto de esta lógica tendencial incuestionable, comprendemos que estamos en el comienzo de una fase de descenso del último de los ciclos económicos de la inversión productiva en el mundo, podremos concluir que, muy seguramente, enfrentaremos dos o tres años de severa retracción económica mundial, hoy agudizada por la violenta especulación financiera; y que esa retracción será acompañada por una severa pauperización de la mayoría de la población en el mundo, justamente por la caída de la actividad económica y la dinámica especulativa dominante.
Resulta imprescindible considerar estos elementos no sólo en el análisis y juicio de los asuntos económicos que hoy se debaten en el Congreso (Fobaproa y reformas al Banco de México, entre otras), sino también en las próximas propuestas económicas gubernamentales al Congreso de la Unión, y en las perspectivas partidarias para enfrentar el nuevo sexenio y el nuevo milenio, que cada día están más próximos.