La Jornada Semanal, 25 de octubre de 1998
Germán List Arzubide,
Poemas estridentistas, El tucán de Virginia, México,
1998.
Han pasado ocho décadas desde que, a principios de los años veinte, en las ciudades de México y Puebla, un puñado de jóvenes vitales y talentosos lanzaron sendos manifiestos estridentistas que eran su declaración de independencia respecto al establishment literario local, y comenzaron a publicar sus escritos en una forma y un tono desacostumbrados, poemas con disposiciones tipográficas y estróficas que desarticulaban todo lo que se había hecho en nuestra lengua hasta entonces, crítica de la realidad y el lenguaje, experimento que se ensaya simultáneamente en algunas páginas vanguardistas en París, con Vicente Huidobro como protagonista, y en Perú con César Vallejo como demiurgo mayor. Todos ellos recogían la lección del simbolismo y Mallarmé, aunque en la lengua inglesa Elliot y Pound, entre otros, respiraban ya un idéntico espíritu de renovación.
Condenados a ser modernos, a vivir en el aquí y ahora, los poetas estridentistas asumieron el riesgo, renovaron la moda y los estilos, y sacudieron las conciencias y el ambiente literario de México. Muchos escritores, artistas e intelectuales de su tiempo apoyaron al movimiento y saludaron en los estridentistas a la novedad, a la renovación, al abandono de formas y actitudes tradicionales. El mismo Salvador Novo escribió un libro estridentista, XX poemas, que nada tiene que ver con la estética del soneto ni con la atmósfera de los Contemporáneos; y Gorostiza y Torres Bodet simpatizaron con nuestros vanguardistas. Mas pronto sobrevino el rompimiento, la distancia y el resentimiento, entre el grupo de Estridentistas y el de Contemporáneos. El intercambio de escupitajos y ofensas entre dos escritores o dos grupos antagónicos no debería escandalizar a nadie. Se ha practicado en todas las literaturas y a cargo a veces de los más ilustres de sus representantes. Lo negativo en este caso es el silencio y el ninguneo que se ha decretado en la crónica y en la historia de nuestra literatura en contra de la obra y la persona de List, con menoscabo de la objetividad, la honestidad de la crítica y la valoración de lo que ha sido el desarrollo de nuestra poesía desde aquella explosión estridentista hasta el día de hoy.
List es quizá el poeta más importante de su grupo. Fiel a sí mismo y a su compromiso estético y moral, y sin las lamentables incongruencias y vacilaciones de que hizo gala Manuel Maples Arce, es, de todos ellos, el que más radicalmente desconstruye la noción de forma u objeto verbal; también, quien con mayor fortuna alcanza la libertad expresiva, y el que más cabalmente logra en su verso un ritmo verdaderamente moderno, haciendo entrar así a nuestra poesía al recinto en que ahora se mueve, gracias a aquel impulso vanguardista que fue de la mano con las aportaciones de José Juan Tablada.
Hoy sabemos que la conciencia de ser modernos tuvo su momento de iluminación en Baudelaire, que él enseñó a lectores y escritores, de manera inmejorable, a aprender lo eterno en lo transitorio, a establecer correspondencias entre la forma y apariencia de las cosas, que pasan de moda y su adentro infinito. Esa fue la lección que List recibió, reelaboró y nos transmitió. Por eso el esfuerzo de su experimento y el emblema de su vanguardia no se inscribe en la sofisticación de una moda, como nuestros críticos pretenden, y permanece vigente, proyectándose al futuro y esparciendo hasta hoy su influencia benéfica en la poesía mexicana.
¿En dónde quedó, en este caso, el rigor intelectual y moral de aquellos de los Contemporáneos que se dedicaron a la crítica, en particular Xavier Villaurrutia, al ningunear a List e ignorar sus aportaciones? Cuando escribió sobre los estridentistas, sólo se refirió a List con desdén y de manera indirecta. Pero era el momento álgido del combate, y los estridentistas, que no eran ángeles que pusieran la otra mejilla, lanzaban cuantos proyectiles e invectivas tenían a su alcance en contra de sus antagonistas; de modo que se comprenden, aunque no se justifiquen, los errores cometidos por las dos bandas. Lo que es verdaderamente execrable es que sucesivas generaciones de escritores se hayan nombrado a sí mismos continuadores de aquella pugna y sigan alimentando el rencor contra el estridentismo y el ninguneo en contra de List, al tiempo que se reconocen herederos del rigor intelectual de los Contemporáneos. Su actitud recuerda las pugnas agrarias de caciques y campesinos cuyos rencores y venganzas por despojos de tierras y otros tipos de agravios se heredan de padres a hijos en pueblos enteros por generaciones sin que nadie pueda ponerles fin. Pedros Páramos de las letras mexicanas, el dedo de oro de los Contemporáneos sigue apuntando a la persona de List para que los cronistas e historiadores de la poesía mexicana le inventen a su poesía un populismo, un obrerismo y un agrarismo que no existe, ignorando en cambio el lirismo sobrecogedor de su obra y la dimensión de profundidad de su visión.
Lo que nunca se le ha perdonado a List, aparte de las diatribas de su grupo en contra de algunos de los miembros de Contemporáneos, es su siempre reconocida simpatía por el sandinismo, el sindicalismo y el comunismo, sin reparar en que su verdadera filiación es con el lenguaje puro, con el espíritu del cubo-futurismo, con el expresionismo y con Giorgio de Chirico; que en definitiva, las lecturas que importan en su obra, son los libros de Marx sino los poemas de Verlaine. En otras palabras, no han sabido o no han podido leerlo con la disposición y el rigor que, pregonan, debe tener todo crítico, y, en este aspecto por lo menos, cargan con un problema imaginario que nuestros padres y abuelos estridentistas y Contemporáneos, protagonizaron hace casi ya un siglo.
Por eso, poesía, te pedimos que desconfíes de todos tus cronistas, antologistas e historiadores de la poesía mexicana, porque aunque en otros momentos hayan podido realizar su trabajo con limpieza, en este caso no han sabido separar la biografía de la obra, ni los desplantes, riñas y panfletos políticos de List, de sus hallazgos y realizaciones poéticas. Si alguna vez atacó, como les dijo a sus hijos en una carta el día que cumplió cien años, fue siempre en defensa propia.
Publicar en este momento a List es un desafío y un acto de justicia y honradez, y muestra la independencia, la generosidad e inteligencia de sus editores y de la institución, Socicultur, que patrocinan el libro. No es, el estridentismo, una moda que pasa. List lo dice en uno de sus poemas: ``han puesto en el fonógrafo/ la misma hora/ de hace 3,000 años''.
El estridentismo es una crítica de la realidad humana, de su fragmentación y su fantasmagoría; es una denuncia de este estado de cosas, y un camino a la conciencia del ser. Es, en este libro hermoso, la mano extendida de List a sus lectores y a sus detractores.
Juan José Saer,
La pesquisa, Planeta, México, 1998.
Algo huele a podrido en la narrativa que nos indica la existencia de una puerta verdadera hacia una salida falsa; sin duda, un buen relato no tiene que ser una construcción compleja, llena de reflejos autor-referentes, pero, por otra parte, no tiene por qué no serlo, es decir, nada impide que se disfrute la lectura de un relato laberíntico, artificioso, que le exija al lector admitir el chasco, la blind date, la apuesta contra el autor.
De unos años a acá, quizá por la moda española de enaltecer las lecturas infantiles no ya como origen de una vocación de lector-escritor, sino como Arcadia a donde hay que regresar, nos encontramos con novelas en las que pareciera haber sólo una historia, narrada desde el principio-principio, pasando por enmedio de la mitad y terminando por el final-final; repito, no es que no se disfrute este recurso, pero, como ha dicho Sergio Pitol, hay libros que si no los leímos en la infancia o la adolescencia, de plano ya no les vamos a sacar el mayor provecho.
Sin embargo, por otra parte tenemos que nuestros vecinos del sur, quién sabe si a diferencia de los españoles que no pueden recuperar los años del franquismo, luchan a brazo partido por rehacer el camino de los años chapuceados en los que se quiso desaparecer todo vestigio de una historia dolorosa, siniestra.
Desaparecidos Haroldo Conti o Rodolfo Walsh -sólo por citar a los más conspicuos- quedan otros escritores que les siguen la línea: David Viñas, Osvaldo Soriano, Tomás Eloy Martínez o Juan José Saer, por quedarme ahora sólo con los que me vienen a la mente.
En esta nueva (¿nueva, digo? ¿Por qué no, si muestra las cicatrices y la experiencia que deja la lucha contra el tiempo y la costumbre?) narrativa que se produce en Argentina, persisten los locos geniales, aguerridos hasta la temeridad y enemigos del orden tan típicos de buena parte de su novelística, junto con la búsqueda de una memoria-revelación mediante la cual se puede transitar por los años oscuros.
Para Juan José Saer, nacido en 1937, habitante del exilio en principio por voluntad y luego por resignación, la experiencia de narrar es claramente ejemplificante de lo dicho: sabe que no se puede admitir contar una sola historia sin traicionar a todas las historias que buscan aflorar en el relato; la labor de poda hace notorios otros episodios que quizá no forman parte del relato principal, pero son vehículo para transitar a través de los hechos.
En su novela La pesquisa, confluyen y se evitan varias historias, provocándo en el lector constantes sospechas que, a su vez, producen vínculos entre una historia y otra; pero resulta que Saer no suelta el hilo principal y va jalando al lector por territorios en los que transcurre una verdadera historia policial, la crónica del regreso a la patria, los destellos de dolores que se creían olvidados y el redescubrimiento del pasado en el presente.
Tres hombres que se encuentran con motivos literarios, como si no hubiera nada más importante en el mundo, sirven de pretexto para que la realidad se haga notoria, como si se contrastaran con la ilusión que cada uno va forjando para sobrevivir al desencanto, el cansancio y el tedio.
En la historia policial todas las soluciones son anunciadas y descartadas, incluso de manera brutal se le escamotea al lector el final sorprendente para darle otro no menos violento que uno puede encontrar a la vuelta de la esquina.
Mientras tanto, en la historia del regreso, Argentina es Itaca, que sigue siendo Troya y el viaje: las muertes ocurren y siguen ocurriendo como en una cinta de Moebius; son ahora y ya no son: los fantasmas sobreviven a veces hasta a los recuerdos y por eso espantan.
Otra historia más, la del escrito pre-texto, bien pudiera ser una falsificación, poco importa; lo que sí importa es que produce otras historias, la que ocurre en la realidad y las ficticias que le brotan como mutaciones.
La pesquisa es un libro sorpresa, una novela asombrosa; todavía las hay, por suerte.
Aline Pettersson,
Colores y sombras, col. Lecturas mexicanas, CNCA,
México, 1998.
Alguna vez, el argentino Borges dijo que, según podía recordar, jamás había creado un personaje que no fuera él mismo; la única variación, era que se hallaba ``trasladado a diferentes contextos''. Lo anterior podría aplicarse de igual forma al trabajo autobiográfico de Aline Pettersson. Sin embargo, es necesario aclarar que su narrativa ofrece una panorámica que va más allá de una labor meramente confeccionada a capricho e incluso rebasa el mero cúmulo de experiencias registradas a posteriori. Su prosa contiene esa voz íntima, el llamado monólogo interior, que ha sido cultivado por grandes maestros como Kafka, Joyce o Beckett, tan sólo por conjeturar tres claros ejemplos. Aline suele ser breve, lo cual no es sinónimo de parquedad. Y es que en el ejercicio de su concisa escritura, ha tenido que bregar arduamente con sus personajes para sacar en trazos certeros esas historias tan penetrantes a las que nos tiene acostumbrados. Un caso que confirma cabalmente su escritura de introspección puede apreciarse en Colores y Sombras, texto de recién aparición, que reúne tres de sus trabajos más significativos: Círculos, Sombra ella misma y Los colores ocultos.
Algo de lo que mayormente atrae de este libro, es que al interior de las tres obras que lo componen se observan dos temas recurrentes: la muerte y la soledad -y derivados de ellos todos los demás-; pero esta soledad no es la que todos sentimos en algún instante de recogimiento, sino la que se experimenta incluso cuando se está en compañía. Un aspecto que sobresale notablemente, es que los personajes se sublevan rompiendo con el derrotero acostumbrado, tal como sucede en Círculos (aunque sólo sea por un día), donde Ana, mujer dedicada a representar el papel de madre y esposa, soslaya su resignación y se rebela contra la inevitable llegada de un día rutinario. Su epopeya parecerá en todo caso refrenada, pero en ningún momento sosegada con respecto al hecho que protagoniza. Lo singular, es que ella sabe que al final de la jornada el círculo se cerrará y todo permanecerá igual.
Sombra ella misma es la historia de una mujer que se ve obligada a adquirir una existencia carcelaria, rutina que se ha impuesto junto con el ritmo de trabajo que realiza en su modesta papelería. Adelina es la hija de Esteban Pardo, quien después de la muerte de su esposa Lucila se abandona en un ostracismo que lo sumerge en una indiferencia total. Por otro lado, Adelina vive obsesionada con la imagen de Celia, una prima suya que falleció, y a la que reprocha: ``Y dentro del dolor enorme por su ausencia la odié por dejarme sola...'' El padre de Adelina Pardo, mientras existe, es un lastre para ella que impide la realización de sus anhelos, y que aún después de muerto surtirá un poderoso influjo. Lucila, Celia y Esteban han muerto, luego entonces Adelina se ve facultada para actuar ``libremente'', por lo que decide fundirse en un estrecho abrazo con Felipe, su gran amor de siempre, para finalmente despertar en la compañía de su madre, su prima y acaso el padre.
Por último, Elena Bernal, protagonista de Los colores ocultos, inicia una retrospección hacia lo que ha sido su vida en el momento de cerrar una puerta. En esta breve apertura a un espacio intemporal, los recursos le vienen en tropel: su vida en la Galería de arte, la muerte de su hijo Andrés, sus tres fracasos amorosos, el fallecimiento de su padre, y todo ello aunado a la idea de que lo que recuerda pudo haber sido un acontecimiento irreal. ``¿Y si sólo nos han soñado?'', se pregunta Elena para contrarrestar la realidad que le cae como una losa aunque a sabiendas de que ``el mundo va reduciendo sus horizontes mientras más se le camina''. Elena seguirá su avance, intentando reconstruirse, puesto que ``Quizá de eso se trata la vida, de la inercia para ensayar de nuevo desde la derrota.''
Colores y sombras es una muestra de tres variantes de la autora sobre un mismo tema, la introspección, el libre fluir de la conciencia en contradicción que vale la pena leer. Con él, la autora nos confiesa que comparte la percepción de Montaigne: ``No basta con el monólogo interior'', decía; hay también que escribirlo.
David Toscana,
Santa María del Circo, col. Ave Fénix, Editorial Plaza &
Janés, México, 1998.
El escenario es un pueblo fantasma en el que un decadente grupo de artistas circenses intenta resignificar su vida. Pero antes tendrá que enfrentarse al oscuro sentido del humor del escritor regiomontano David Toscana quien, como un dios endemoniado, parece disfrutar con el sufrimiento de sus personajes.
Son ocho los extraños sujetos que sufren los vaivenes de la broma que la vida les juega: Hércules, un fortachón que levanta pesas de ochenta kilos que dicen quinientos. Una mujer con barba que a nadie le interesa, Barbarela. El magno mago Mandrake, que trabaja con instructivos ``Made in USA''. Fléxor, un contorsionista que necesita ayuda para que lo desanuden después de cada presentación. Balo, un hombre bala con complejo de inferioridad. Narcisa, una mujer de nalgas despampanantes y que sabe que ese es su único encanto. Mágala, una niña de catorce años que es todo un proyecto de vampiresa. Y, finalmente Nantanael, el enano tuerto.
De ellos, resalta Nantanael, el reciente elemento del circo, que como buen megalómano, llegó entre historias, como la de su padre, que le quitó el ojo con una cuchara, la de su abuelo, que mató a 123 mineros, la de un tarabuelo suyo que fue el único presidente mexicano con las manos limpias, o la de un antepasado suyo que casi fue virrey de Nueva España.
La aventura de estos artistas de la carpa comienza cuando se quedan abandonados en un pueblo fantasma en medio del desierto del norte mexicano. Incentivados por la idea de tener casa propia, deciden quedarse en ese pueblo deshabitado y bautizarlo con el nombre de Santa María del Circo.
Esta divertida y cruda novela de David Toscana deambula por las miserias y deformidades de sus personajes, haciendo gala de un sentido del humor muy efectivo, y que le permite al lector reflexionar, entre risas, sobre la libertad y el honor de los hombres.
Los personajes de esta novela, en cambio, se aterran cada vez que se asoman a la reflexión acerca de quiénes son en realidad. Lo único que con certeza saben es que la vida los eligió para ser objeto de la burla del resto de sus congéneres -entre ellos los lectores-, y que aparte de eso, no son nada. La única alternativa que les va quedando en el cierrapuertas de sus vidas es la cárcel de la fantasía del circo.
Así enfrentan una serie de conflictos cuando quieren desempeñar los roles que un azar maniatado -y la vida en su nuevo hogar- les impone. De este modo cada uno escribe tres profesiones indispensables para la supervivencia de un pueblo y las introducen en el sombrero del mago, en una suerte de lotería que busca parecerse a la vida. Los resultados son una sorpresa que no se debe arruinar.
David Toscana, gracias a una fluidez narrativa que se alimenta del buen manejo de su ya mencionado sentido del humor, logra que el lector participe activamente en la desventura que viven estos ocho representantes de la miseria humana.
Como reza la contraportada del libro, una idea estremecedora se pasea a lo largo de toda la novela: ``el mundo es un gran circo, pero sin espectadores que aplaudan''.
Contra las suspicacias que de un tiempo a esta parte generan los premios, el Biblioteca Breve tuvo, desde su creación en 1958, el acierto de lograr que los ganadores de entonces se convirtieran en los clásicos de este fin de siglo en lengua española. Tal vez esto se debió a que el interés de dicho premio fue concederlo a obras que por su temática, estilo o contenido representaban una innovación. Es innegable que frente a las presiones de mercado que podrían regir el espíritu de los certámenes literarios actuales, el interés de Carlos Barral en que la obra ganadora debía contarse ``entre las que delatan una auténtica vocación renovadora'' o entre las que se presumían adscritas a una problemática estrictamente literaria, marcó un hito en la historia de la literatura hispanoamericana. De no haber existido el Biblioteca Breve -y en el mejor de los casos- muchas de estas obras se habrían visto condenadas a sus quince minutos de gloria macluhaniana en Sanborn's. Eso sí, habrían sido indiscutiblemente comentadas in extenso (léase durante un minuto y medio) por Jacobo y Severo Mirón, anunciadas con bombo y platillo en salas, foros y ferias donde se garantizara, salseros y bebidas de por medio, una asistencia no menor a 500 personas y su consagración habría dependido de la publicidad de boca a boca.
Ahora que el ave fénix se asoma de nuevo a un posmoderno, supuesto y deprimente fin de la historia, la novela, la utopía y la lectura -y quizá de todas estas ``pérdidas'', la de la lectura sea la única inminente-, esperamos que el Premio Biblioteca Breve conserve el espíritu con que fue creado, y las futuras obras premiadas puedan estar sin turbación ni sofoco en compañía de novelas como La ciudad y los perros, Los albañiles, òltimas tardes con Teresa y Cambio de piel (sin contar a esas dos contendientes que no lo obtuvieron pero que son recordadas como las campeonas sin corona del Biblioteca Breve: La pasión de Rita Hayworth de Manuel Puig y Un mundo para Julius de Bryce Echenique). Los dos últimos fallos en favor de Sonámbulo del sol de Nivaria Tejera y La circuncisión del señor solo de J. Leyva, fueron, en efecto, dos fallos, ¿quién se acuerda ahora de estas obras? Tal vez la suspensión del premio -que duró 26 años- haya sido un acto de justicia poética para alertar a los futuros jurados: Maldición eterna a quien lea mal las próximas páginas.
Ya encarrerados con los premios, consignamos aquí que el Sor Juana Inés de la Cruz para novela escrita por mujeres (único momento de la Historia en que los escritores deploran -un poco- no ser escritoras) fue otorgado este año a Silvia Molina por su libro El amor que me juraste, editado por Planeta. En años anteriores este premio fue para Elena Garro (México) y Laura Restrepo (Colombia). Felicitamos a la autora de La mañana debe seguir gris, para quien el día de la noticia debió amanecerle bastante soleado.
RB/CG-T
ARTES VISUALES
Juan Soriano, pintor de antiguos y nuevos dilemas, Diana
Briuolo Destéfano, Círculo de Arte, México, DF, 1997, 60 pp.
Julio Ruelas, una obra en el límite del hastío, Marisela Rodríguez, Círculo de Arte, México, DF, 1997, 63 pp.
ENSAYO (cultural)
Reflexiones sobre la cultura mexicana, Rafael Moreno,
Seminario de Cultura Mexicana, México, DF, 1998, 73 pp.
ENSAYO (histórico)
Historia de Sinaloa, Varios autores, coordinador Jorge
Verdugo Quintero, Gobierno del Estado de Sinaloa, 2 tomos, 1997, 536
pp.
ENSAYO (literario)
La novela bolero latinoamericana, Vicente Francisco
Torres, col. El Estudio, Difusión Cultural UNAM, México, DF, 1998, 333
pp.
ENSAYO (político)
Fin de régimen y democracia incipiente, México hacia el siglo
XXI, Lorenzo Meyer, col. Con una cierta mirada, Editorial
Océano, México, DF, 1998, 283 pp.
ENSAYO Y LITERATURA SOBRE EL 68
El movimiento popular estudiantil de 1968 en la novela
mexicana, Gonzalo Martré, col. Diversa, UNAM, México, DF,
1998, 145 pp.
Javier Barrios Sierra 1968, Conversaciones con Gastón García Cantú, col. Diversa, UNAM, México, DF, 1998, 195 pp.
José Revueltas y el 68, Andrea Revueltas y Philippe Cheron (comp.), col. Diversa, UNAM/Ediciones Era, México, DF, 1998, 168 pp.
Poemas y narraciones sobre el movimiento estudiantil de 1968, Marco Antonio Campos y Alejandro Toledo (comp.), col. Diversa, UNAM, México, DF, 1998, 282 pp.
NARRATIVA
De la infancia, Mario González Suárez, col. Andanzas,
Tusquets Editores, México, DF, 1998, 173 pp.
Gambito de dama, Rolo Diez, col. Autores Latinoamericanos, Editorial Planeta, México, DF, 1998.
La caravana de Gardel, Fernando Cruz Kronfly, col. Autores Latinoamericanos, Editorial Planeta, México, DF, 1998.
Los felinos del canciller, R. H. Moreno-Durán, col. Autores Latinoamericanos, Planeta, México, DF, 360 pp.
Los predilectos de la luna, Luis Horacio Heredia, col. Albatros, Graffiti, México, DF, Xalapa, Ver., México, 1998, 189 pp.
Los silencios de Homero, Raúl Renán, UAM/Editorial Aldus, México, DF, 1998, 111 pp.
POESÍA
Adiós, bandera roja, Yevgueni Yevtushenko,
col. Tezontle, Fondo de Cultura Económica, México, DF, 1997, 276
pp.
Cambiar de cielo, Blanca Luz Pulido, UAM/Verdehalago, México, DF, 1997, 117 pp.
Cinco Grandes Odas, Paul Claudel, Serie La Creación Literaria, Siglo XXI, México, DF, 1997, 93 pp.
Las otras sirenas, Silvia Mercedes Hernández-Mejía Fort, Instituto Veracruzano de Cultura, Gobierno del Estado de Veracruz, Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, 1997, 374 pp.
Rellano, Francisco Segovia, col. Minimalia, Ediciones del Ermitaño, México, DF, 1998, 62 pp.
Zooliloques / Zoololiquios, Silvia Eugenia Castillero,edición bilingüe, Indigo ditions, París, 1997, 39 pp.
TEATRO
Seis personajes en busca de autor, Luigi Pirandello,
Introducción y traducción de Roberto Raschella, col. Biblioteca
Clásica y Contemporánea, Losada/Océano, México, DF, 1998, 124 pp.
CG-T