ASTILLERO Ť Julio Hernández López
Genovevo Figueroa siempre fue un líder senatorial a medias. Primero fue una pieza de los sueños presidenciales de Emilio Chuayffet cuya imposición fue operada personalmente por Arturo Núñez, entonces subsecretario de Gobernación, unas horas antes que se realizara la sesión de los legisladores priístas que ya daban por hecho que el sucesor de Fernando Ortiz Arana sería el oaxaqueño José Murat Casab.
Llegado así al cargo entre las impugnaciones de los senadores priístas (que se enteraron a media comida, mientras ha- cían tiempo para la reunión vespertina electoral interna, de las instrucciones de Bucareli a favor del médico michoacano), Figueroa tuvo que atemperar y negociar. Siempre conciliador, nunca dispuesto al choque, cedió parte de su poder a varias corrientes pero, sobre todo, a la encabezada por María de los Angeles Moreno, quien desde entonces asumió una postura de poder tras el trono, de negociadora a nombre de Figueroa, de correa de trasmisión de instrucciones.
El súbito cambio de señales (poco respetuoso para los legisladores priístas que, ya desde entonces, comenzaban a incubar rebeldías internas que más delante se expresarían mediante grupos como, por ejemplo, el Galileo) trataba de menguar poder a Ortiz Arana, quien había sido enviado a perder a Querétaro, en mafiosos ajustes de cuentas cuyo origen estaría en los momentos en los que creyó posible ser el sucesor del Luis Donaldo Colosio, sobre cuya tumba se vivían las furias de las pasiones políticas.
Murat era entendido entonces como hombre cercanísimo a Ortiz Arana, y aun cuando el pleito no era directamente contra él (como lo demostró su posterior postulación al gobierno de Oaxaca, donde ganó sin problema alguno, haciendo a un lado al zedillista Diódoro Carrasco, quien deseaba dejar sucesor como sus colegas de otras entidades), sí fue el principal damnificado. Se le relegó y en su lugar entró Figueroa.
Corresponsable del intento de golpe legislativo con el que las bancadas priístas pretendieron impedir la instalación del Congreso de la Unión tal como la había decidido la mayoría formada por las fracciones adversarias del PRI, Figueroa tuvo que sobrellevar, además, el costo de aplicar las instrucciones giradas por la superioridad que, instalada en Los Pinos, ordenaba, vetaba, embestía, apretaba, sin tomar en cuenta que la composición del Senado, y los nuevos tiempos políticos, impedían cumplir a cabalidad los deseos de la jefatura máxima.
El problema, hoy, del michoacano Figueroa, y por lo cual se ha dado su relevo, es que ya no le queda capital político para el regateo y para el control. Se ha desgastado peleando contra los senadores priístas desobedientes (en lo privado y también en público. El principal de ellos es Pablo Salazar Mendiguchía, en el asunto de Chiapas, que es la enorme piedra que lastima el primer zapato del país; otro legislador incómodo es, desde luego, Elba Esther Gordillo, la hechura jonguitudista que ahora se ha convertido en la heroína priísta de la democracia y la dignidad política).
Por ello, María de los Angeles Moreno entra con el encargo de apaciguar los ánimos de sus compañeros priístas. Ya antes conoció los desasosiegos del liderazgo, cuando fue presidenta nacional del PRI. Entonces recibió acusaciones que persisten y que tiñen su nuevo cargo: hechura salinista, se esmeró en defender a quien reconocía como jefe y a quien consideraba que los mexicanos habrían de reconocer sus grandes méritos pasado el tiempo de las pasiones políticas inmediatas. En ese contexto de las complicidades con el pasado reciente, fue acusada de maniobras e incidentes relacionados con el tema del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu.
Puente entre el salinismo que cada vez pisa más fuerte en el escenario político nacional, y el zedillismo que cede espacios y poder a toda marcha, la senadora Moreno garantizará en el Senado que no prosperen los juicios políticos que se han pedido contra gobernantes priístas y contra funcionarios del sistema (los últimos de la lista, Guillermo Ortiz, José Angel Gurría y Miguel Mancera). Otra encomienda es la de reducir los márgenes del disenso en las filas senatoriales del tricolor, con dedicatoria especial al grupo Galileo y a los legisladores antes mencionados, Salazar Mendiguchía y Gordillo.
Tamaulipas, ¿resistencia civil?
Otro ejemplar del salinismo, Manuel Cavazos Lerma, está siendo beneficiado por los intereses de corto plazo de los partidos políticos.
El PAN y el PRD saben bien que el candidato priísta Tomás Yarrington les ganó a la mala, con despilfarro de dinero blanco y negro, con todo el aparato gubernamental a su favor, pero también están convencidos que afearía su rostro electoral para el 2000 la recurrencia a las medidas verdaderas de la resistencia civil, la incitación a la rebelión pública.
Cúpulas perredista y panista están llevando el asunto Tamaulipas hacia salidas laterales. Los candidatos a gobernador de esos dos partidos no tienen las condiciones políticas adecuadas para desplegar el escándalo que el atraco electoral tamaulipeco merece.
El aspirante panista, que es quien mayor interés tendría en luchar contra la victoria cavacista, sabe que sus líderes nacionales tienen la vista puesta sólo en el 2000, y que no están dispuestos a despeinarse por una gubernatura norteña cuando el joven Felipe Calderón ya lleva otras cuatro en su alforja.
En el PRD saben que el hijo de La Quina no es, tampoco, el personaje idóneo para luchar contra el sistema, sus excesos y sus abusos. Por más que hoy la desmemoria sirva de trampolín en el PRD para postular candidatos de toda índole, difícilmente se puede intentar hoy convertir a Joaquín Hernández Galicia, La Quina, en un ejemplo cívico.
Don Joaquín, como gustaban llamarle sus subordinados, construyó un imperio montado sobre los obreros, corrompiendo, saqueando, reprimiendo. Sobre esa herencia indeseada ha querido construir el PRD su fuerza en Tamaulipas, pero el quinismo es un fenómeno con bases sociales plenas de agradecimiento por la ayuda tutelada, por el regalo clientelar, que es limosna extraída de las cuotas sindicales, pero que también tiene, en aquella entidad, como en todo el país, una responsabilidad importante en la degradación del sindicalismo y en la perversión de las luchas sociales.
Por desgracia, esas características de panistas y perredistas lo único que hacen es beneficiar al salinismo que, entre otras fichas con las que va poblando el tablero, seguirá teniendo la gubernatura de Tamaulipas y el liderazgo del Senado.
Astillas: Bien por don José Angel, el muy famoso Angel de la Dependencia, cuando propone que ya dejemos de lado lo del Fobaproa y que pasemos a otros asuntos. Entre esos temas que ya deberíamos dejar en paz estaría la solicitud de juicio político que en su contra se ha presentado. Más astucia, ni el Chapulín Colorado... Otro funcionario que deleita con generosidad a la concurrencia reunida en torno al tema del Fobaproa es don Jorge Alcocer, actual subsecretario de Gobernación. Ha dicho don Jorge (quien antaño militó de manera destacada en partidos de izquierda) que los perredistas sólo desean generar ambiente de confrontación en ese tema del Fobaproa, lo que en nada ayuda a la discusión verdadera del asunto. El enfoque de Alcocer fue parecido al de Miguel Alemán, gobernador electo de Veracruz, quien aseguró que los directivos del partido del sol azteca sólo desean hacer ruido.
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