La Jornada miércoles 28 de octubre de 1998

Adolfo Gilly
Tres ciudades: Venecia /III

Después de la visita a Chiapas de Gianfranco Bettin, vicealcalde de Venecia, el municipio de esta ciudad resolvió donar una turbina eléctrica al municipio autónomo de La Realidad. Por la negativa del gobierno mexicano, complicada con la expulsión de los observadores italianos, la donación no pudo aún hacerse efectiva.

Entre los expulsados había empleados y colaboradores de la alcaldía de Venecia. Con uno de ellos, Sergio Zulian, recorrí una tarde la ciudad, visité el antiguo ghetto, hablé con estudiantes de la universidad y compré dos máscaras en el taller de una artesana. Expulsar de México a Sergio, hombre educado, tranquilo, conocedor de Venecia y de sus problemas, ocupado a lo largo de sus jornadas en los trabajos y los proyectos de la alcaldía, se me apareció como una acción nacida de la inseguridad y la ignorancia. Nada más lejano del ``turista revolucionario'' que este hombre joven que trabaja y vive con las gentes de su ciudad, anima sus centros sociales y es saludado a cada paso por amigos, conocidos, estudiantes, periodistas y toda clase de caminantes que en las soleadas calles de este otoño veneciano van y vienen.

Al azar de los vericuetos entramos en la Scuola Grande di San Rocco, edificio de las cofradías de artesanos del siglo XVI cuyas paredes y techos están cubiertos por cuadros del Tintoretto. Mientras Sergio me habla no puedo evitar, aunque nada tenga yo que ver, una cierta sensación de vergüenza ajena por los lejanos funcionarios de Gobernación y dependencias anexas que les dijeron a los visitantes italianos que se ocuparan de su país, cuando es lo que hacen cada día.

La donación de la turbina era para el municipio de Venecia la demostración de cómo una ciudad puede apoyar con obras por encima de las fronteras nacionales, a quienes en otro contexto aspiran, como los venecianos, al gobierno autónomo del municipio como ideal contrapuesto al separatismo, al localismo y al paralizante centralismo. Son ideas que corren en una Europa donde se afirman las aspiraciones de ciudades y regiones a comunicarse entre sí por encima de las fronteras nacionales y en uso pleno de sus libertades, ``una Europa de las autonomías donde se dé más fuerza a los débiles y no más poderes a los fuertes''.

Por eso los motivos y el discurso de la insurgencia chiapaneca encontraron resonancias en tantas ciudades europeas, cuestión que las mentes de Bucareli no llegaron siquiera a plantearse, como tampoco se interrogaron nunca sobre la modernidad real de los temas zapatistas.

Massimo Cacciari, profesor universitario, filósofo y escritor, actual alcalde de Venecia reelegido hace dos años, es una especie de ``rey filósofo'', nos había dicho con amistosa ironía Fausto Bertinotti en Roma. Geofilosofía de Europa y El archipiélago son sus libros recientes de reflexión sobre Europa y sus destinos. Escuchar las propuestas de Cacciari sobre la conexión entre ``la Italia de los valores'' y ``la Italia de los alcaldes'' sirve para comprender algunas de las razones de la atracción ejercida por la rebeldía de Chiapas sobre muchas de las inteligencias y las voluntades de la izquierda europea. Massimo Cacciari acaba de lanzar un manifiesto por un nuevo federalismo italiano y europeo. Estos son algunos de sus argumentos.

``La globalización en curso se presenta cada vez más como difusión de un modelo único de relaciones políticas y sociales. Sobre todas las cuestiones vitales, los mecanismos de decisión quedan fuera de toda visibilidad y lejos de cualquier forma de representación democrática. Es una situación que, a la larga, podría generar la multiplicación de reacciones tribales ante la globalización, un estado de malestar, inquietud y alienación en las metrópolis, una corporativización cada vez más cerrada de los diversos intereses''.

Frente a estos peligros, el alcalde de Venecia propone la constitución ``de una nueva estructura del poder y de la representación política, fundada en la pluralidad y en la distinción de saberes, competencias, responsabilidades que, precisamente por ser autónomos, están en condiciones de reconocerse recíprocamente, dialogar, ponerse de acuerdo''.

No se trata, dice, de ``una forma de reacción nostálgica ante la globalización''. Al contrario, ``la extraordinaria complejidad de este proceso requiere en cambio responsabilidades difusas, formas de autogobierno cada vez más amplias, superación radical de toda lógica centralista-burocrática''.

``Nuestro federalismo implica la constitución de una pluralidad de poderes autónomos y no derivados''. (...) Pero no afirmamos la autonomía plena de los poderes regionales y locales con el fin de aislarlos.

Cualquier afirmación de autosuficiencia en esta época es simplemente pueril. Autonomía significa ante todo capacidad de relación, capacidad de desarrollar los recursos propios, de hacer fructificar las propias fuerzas, en contextos internacionales cada vez más difíciles, competitivos, dinámicos. (...) Nuestro federalismo encuentra en este contexto las razones para ser solidario: es la interdependencia la que impone la solidaridad''.

Con este tipo de inquietudes universales entraron en sintonía el discurso zapatista y la rebeldía de sus municipios. Ante esta realidad de nuestros días, ¿con qué argumentos sostener la desoladora indigencia política de las expulsiones?

Basta uno solo: este gobierno no quiere testigos.