Predica la sabiduría popular que ``el hombre es el único animal que se tropieza con la misma piedra'', y esto sucede de manera muy común en los que por hoy personifican con arrogancia las esferas del poder y el dinero. Lo anterior es perfectamente aplicable a las recientes posiciones del PRI a través de su dirección de Atención Indígena y de la Confederación Nacional Campesina (CNC), en el sentido de que ``se ha dado a la tarea de `organizar' a las comunidades donde habitan etnias''.
Para organizarlos, los priístas se han propuesto ``poner en marcha el Consejo Nacional de los Pueblos Indígenas, con el cual busca incorporar a esos grupos, `para lograr su unidad y organización' ''. La base de este Consejo, prosiguen, se daría mediante los ``comités comunitarios a partir del cual se elegirían los delegados''.
Lo anterior genera, en principio, una serie de dudas e interrogantes: ¿por qué el PRI reivindica la autonomía y autodeterminación de los pueblos indígenas y a la par propone `organizarlos' y dirigirlos? ¿No la autonomía y la autodeterminación implican que sean los propios pueblos quienes deben organizarse conforme a sus propias formas, en general ajenas al régimen de partidos políticos como legalmente se ha reconocido en Oaxaca? ¿Se le ha olvidado al PRI el fracaso total del Consejo Nacional de Pueblos Indígenas puesto en práctica en el régimen de Echeverría y avalado por la CNC en aquel entonces?
Hablan de ``dar unidad y organizar'' a los pueblos indígenas, pero ¿quiénes han desorganizado y dividido a nuestros pueblos? ¿Se le olvida al PRI que son ellos --aunque no los únicos-- los principales responsables de la división y desorganización a las que han estado sometidas nuestros pueblos? Si el PRI cree que nuestros pueblos no tienen memoria, entonces podrá avanzar en su proyecto corporativizador, de lo contrario tiene que empezar por reconocer y aceptar su incapacidad democrática y, en consecuencia, tiene que haber un cambio de actitud.
Pero la historia no perdona. En los años setenta, los pueblos indígenas intentaron revertir el asistencialismo para dar paso a una nueva relación con el Estado. Pero como el poder tampoco podía perdonar este desafío, que tuvo un momento muy importante en el Congreso Indígena, realizado en San Cristóbal de Las Casas en 1974, echó mano de la cooptación y la corporativización.
Desde mediados y hasta fines de los setenta, acatando órdenes presidenciales surge el denominado Congreso Nacional de Pueblos Indígenas y su respectivo Consejo Nacional de Pueblos Indígenas, sustentados en los llamados Consejos Supremos de cada uno de los pueblos indígenas del país. La intención gubernamental --encabezada en aquel entonces por Luis Echeverría-- era muy clara: cooptar el movimiento naciente y poner sus cimientos desde la perspectiva gubernamental. Afortunadamente, muchos de los integrantes de ese Consejo y del Congreso pronto vieron la verdadera intención y el proyecto estatal logró ``abortarse''. ¿Esto mismo quiere repetir ahora el PRI de cara a las elecciones federales del año 2000?
La historia anterior generó una desconfianza generalizada entre las diversas organizaciones y pueblos indígenas que lo habían conformado, pero a la vez propició una reflexión muy importante en las bases, el sentido y las estrategias que debían adoptarse para dar fuerza, empuje y una ideología propia al movimiento indígena que empezaba a gestarse. Sólo así se garantizaría una autonomía organizativa respecto de las instancias oficiales. Comenzó a partir de entonces un trabajo de ``hormiga'' y, en consecuencia, el fortalecimiento de las instancias organizativas propias, ajenas a los partidos.
En este caminar de ``hormigas'', nos hemos dado cuenta de que la verdadera articulación e interacción de los pueblos indígenas debe partir de los propios pueblos y no de partidos políticos --menos del PRI--; de lo contrario, el proyecto nacerá muerto. La idea de que ``hay que organizar'' a los indígenas o ``hay que unirlos'' es parte de la trasnochada política del integracionismo y paternalismo estatal. Por el contrario, si los partidos políticos tienen hoy verdadero interés en nuestros pueblos, deben ser respetuosos de las formas organizativas propias y de las instituciones indígenas. Los partidos como instituciones de interés público, pueden y deben acompañar la vida de nuestras comunidades, pero nunca sustituirlas o hablar y pensar por ellas.
Por eso es loable que el PRI voltee hacia nosotros, pero hay que hacer a un lado el corporativismo y paternalismo estatal-partidista, e inventar-imaginar fórmulas de relación con los pueblos más equitativas, justas y democráticas. De lo contrario, estaremos alimentando aún más las historias de confrontación y muerte cuya sombra no parece abandonar nuestra intensa dinámica comunitaria y regional.