El Día de Muertos en México habla del espíritu de nuestra civilización. Un pasado hispano-indígena a modo de muestrario material e ideológico en su más genuina esencia. Así, existe un perfecto paralelismo entre estas culturas que construye un peculiar ideario y características psicológicas, caracterizado por el culto a los muertos y expresado, por ejemplo, en el Don Juan Tenorio, de Zorrilla.
Y sigue el mundo su camino con descubrimientos increíbles. El mundo se volvió una aldea globalizada y los mexicanos, con algunos otros pueblos, permanecen voluntariamente rezagados y perezosamente quietos ante los embates de la lucha y ante los problemas de la vida. Como ya lo sabemos, ¿para qué tanto afanarnos por amontonar riquezas, o preocuparse de nada, si al cabo todo se lo lleva implacable el soplo de la muerte?
Y esta letal filosofía ``¡del ahí se va!'', se respira en nuestro país. Valen madre los problemas en Chiapas, el Fobaproa, la inseguridad, el clima, el narco, el 68, los precandidatos o los desmadres salineros; nosotros seguimos plácidos y serenos como lago en calma. Somos una tumba gigante en la que está sepultada la voluntad, y no nos inquieta grandemente ningún problema de este pinche mundo. El fatalismo es característico de nuestra filosofía a la que nos entregamos libres, conscientes y gustosamente. El camino de los cipreses en los panteones nos señalan el cielo y enseñan que ahí en donde mejor se vive está sepultado un pueblo que no quiere vivir, que renuncia a las prerrogativas humanas.
Pero, por extraña paradoja, este México ``no estaba muerto, andaba de parranda'' y alienta el más refinado y exquisito sensualismo que constituye no sólo el fondo verdadero de su alma, sino la recompensa en el otro mundo. Singular contraste vida-muerte, de espera, espera, esperanza de quien sabe qué.
Misterio que se sigue representando en los días dedicados a los difuntos. Sueños que se bifurcan sin encontrarse y abren puertas que dan a otras puertas sin final. Sueños en que jugamos formalmente a ser románticos héroes y otros, latentes, perdidos en los surcos de una escritura remota y de oscuro fondo. El recuerdo y repetición freudiana confinados en un tiempo ilimitado que aún no nos deja salidas. Desafío a los muertos, a la propia muerte y aun a la muerte que remite al desafío a la vida que se repite y recomienza fundiéndose en sueños.