Abraham Nuncio
Urge una UNAM nacional
La Universidad Nacional Autónoma de México, como todo el sistema educativo del país, sufre ya los efectos de la tarascada que le propinó la política de gasto de un régimen que ha hundido a la nación en el pantano neoliberal.
Los tecnócratas que nos gobiernan saben, pues se han formado en países desarrollados, que sin salarios altos, un importante gasto social que privilegie la educación y un capital de origen nacional, cualquier proyecto de abandonar el subdesarrollo está destinado al fracaso .
En fin, estamos en vías de replantear todo. La UNAM entre otras instituciones.
A estas alturas resulta imposible sostener que la Universidad Nacional Autónoma de México es una institución estrictamente nacional como no sea por concesión a una de las tantas licencias que el centralismo se ha regalado a sí mismo.
No hace mucho, Miguel Angel Granados Chapa, periodista muy leído y ahora candidato del PRD al gobierno de Hidalgo, argumentaba a favor del carácter nacional de la UNAM. Dos eran los criterios -si la memoria no me engaña- con los que lo afirmaba: su prestigio académico y su influencia cultural en la vida del país.
Escatimarle uno y otra sería no sólo un exceso sino una mezquindad. Aun así urge replantear su carácter nacional por razones fáciles de entender. En su trayectoria, la UNAM ha generado una conciencia nacional cuya carga crítica está ausente en la mayoría de instituciones similares; en las privadas de ese nivel, con alguna rara excepción, suelen desdibujarse y hasta perderse. El prestigio y el ascendiente de la UNAM han encontrado en ellas un contrapeso cada vez mayor. En términos de competencia -la inevitable competencia de nuestro tiempo-, la UNAM no representa demasiado frente a las universidades públicas y privadas dentro y fuera de la capital. Su radio real de influencia es sumamente estrecho y su macrocefalia la vuelve cada vez más lerda e ineficaz para dar respuesta a la demanda de alternativas de educación superior.
¿Cuál es la realidad de la educación superior en el país? Las instituciones públicas que la imparten en cada entidad federativa a menudo constituyen feudos controlados por las autoridades estatales, y las camarillas que las dirigen, escudadas en la ``autonomía universitaria'', usualmente impiden su funcionamiento institucional, el desarrollo del mérito académico, la plena libertad de cátedra, de expresión, de reunión y otros derechos constitucionales. A estas distorsiones se agrega también el manejo casi discrecional de su patrimonio, y por tanto la corrupción. Los estudiantes y maestros que se ven excluidos de su ámbito o que demandan otras opciones se frustran en el intento de estudiar o enseñar salvo en instituciones privadas cuyo acceso les resulta difícil o imposible.
Las instituciones privadas son generalmente empresas disfrazadas, que buscan el mayor lucro al menor costo. En ellas se maquilan ciertos patrones de conocimiento y de conducta orientados a servir al mundo de los negocios. Las humanidades son su gran omisión. Leves gestos de difusión cultural y nulos esfuerzos de investigación científica y cultural acompañan su vida escolar. En el conjunto de todas ellas destacan unas cuantas que se apartan de ese esquema. Pocas y con timidez han intentado la descentralización.
De todas las instituciones públicas y privadas, sólo hay una efectivamente nacional, y ésta es el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Con sede en la capital de Nuevo León, actualmente cuenta con 27 campus en las principales ciudades a lo largo y ancho del país. A través de su Universidad Virtual difunde muchos de los eventos académicos que organiza con figuras de la cultura, la política y la empresa de primer orden en los planos nacional e internacional. A sus estudiantes en vías de egresar y a sus egresados ha logrado darles un perfil de comunidad a través de la comunicación entre ellos y la institución, y también a través de los valores y la cosmovisión que difunde. Esto le hace falta a la UNAM y a otras instituciones de enseñanza superior que se ostentan como nacionales.
La UNAM, sólo por dar un ejemplo del potencial que desperdicia por el hecho de no asumirse territorialmente como una institución nacional y de no proceder por tanto a descentralizarse, ni siquiera mantiene una modesta oficina en las principales ciudades de la República capaces de atender trámites como los de titulación.
Antes lo capitalino era sinónimo de nacional; hoy no. Algunas instituciones, La Jornada entre ellas, entienden -como decía Marcuse- lo que se debe ser. Si quieren afirmarse como nacionales deben serlo. Urge, pues, que la UNAM se erija en la opción educativa que su nombre implica.