El secretario Gurría, que calificó primero a la Cámara de Diputados de ``circo'', días después, declaró que lo sucedido ahí el jueves pasado fue un ``pleito de rancho'' y no es así. Lo más probable es que en un rancho hubiera llegado la sangre al río o se hubieran quebrado algunos trastos. En la Cámara, salvo uno u otro empujón y una sacudida algo violenta de un diputado a un reportero, las cosas no pasaron a mayores.
Pero el término usado por el secretario me autoriza a formular una hipótesis. Quizá el señor Gurría estaba pensando en un rancho del oeste de Estados Unidos, pudiera ser de Texas, o de las rudas tierras de Nevada o de Oregon y entonces sí, los chicos buenos del rancho, los vaqueros del señor secretario, hubieran podido darse vuelo. Las armas hubieran hablado y no se hubieran quedado ocultas entre la camisa y el pantalón; hubieran sido portadas a la vista y, es más, ostentadas, y entonces sí, pobres de los malos. No hubieran sido calificados de histriones, sino de apaches o de mexicanos, y los vaqueros del rancho se hubieran dado vuelo disparándoles, mientras ellos daban vueltas gritando y corriendo alrededor.
Es sólo una hipótesis; pudiera no tener relación alguna con la intención expresa u oculta del secretario. De cualquier modo, lo importante no es adivinar o descubrir las causas profundas, o los deseos ocultos de un funcionario, sino entender qué es lo que está en el fondo del circo, del ``pleito de rancho'' o del debate parlamentario; el problema es saber quién es el dueño de las tierras del rancho y para quién trabajan los actores del circo.
En el caso del rancho, según Zapata, la tierra es de quien la trabaja, tal como lo decía el artículo 27 en su texto anterior a la reforma del PRI y PAN; hoy, el neoliberalismo que defiende el secretario, dirá otra cosa: ``La tierra es del que la paga'', del que la compra, de la sociedad por acciones, o del político que la requiere para sus fines de semana.
Por lo que toca al circo, habrá que averiguar si es de los que laboran en él y levantan los postes y estiran las cuerdas y colocan las lonas, y luego ponen tarimas y sillas para el público, y finalmente se pintan la cara, salen a la función y se exponen ante el público exigente, o bien, si es del ``empresario'' que invierte y que abre con ello ``fuentes de trabajo'', aunque sean trabajos mal pagados y los trabajadores sean peor tratados.
El circo o el rancho, el rancho o la Cámara. Lo de menos es el lugar o el nombre que la imaginación del señor funcionario público le dé; lo de menos es lo divertido o lo aburrido de la función o del pleito. Lo importante es saber para quién estamos trabajando y para qué, quienes estamos en el reducido circo de la Cámara de Diputados o en el gigantesco circo del país y finalmente, saber si todavía somos parte de un país soberano o ya no, y si las nuevas decisiones de los expertos economistas de Harvard nos van a dejar no sólo sin aeropuertos y sin carreteras, sin ferrocarriles y sin petróleo, sino en una de esas, hasta sin circo y sin rancho.