Los procesos de negociación entre los partidos en la Cámara, y de ésta con el Ejecutivo Federal, se han enfriado más que los vientos de este invierno que no acaban de asentarse. El Partido de la Revolución Democrática no ha podido encontrar las propuestas, los conductos o los interlocutores para moverse en un ámbito que amalgame a los diputados de la oposición, para formar un trabuco que dé mejor forma y contenido al intragable paquete financiero enviado por el presidente Zedillo.
El Partido Acción Nacional va de una esquina a la otra de la contienda y no encuentra el nítido perfil que pretende le sea captado; va dejando, en cambio, el de un deslavado mediador indeciso. Los panistas dicen querer presentarse como una alternativa seria que vele por el bien del país, pero los cuestionados alcances de sus dirigentes, así como los compromisos internos, los atan a unas salidas demasiado cercanas al poder establecido.
El Partido Revolucionario Institucional, por su lado, parece condenado a respaldar, cueste lo que cueste, las decisiones de la tecnocracia, impidiendo que sus corrientes internas logren diseñar el punto de inflexión que les dé la independencia requerida y pueda entonces ser un actor de plenos derechos y no un simple eco de Los Pinos.
Los diputados tienen que encontrar la manera de negociar sus diferencias para cumplir la parte que les corresponde en este proceso definitorio por el que la nación atraviesa. Su primordial tarea es buscar y darle forma a los consensos para integrar una mayoría que dé viabilidad y apoyos a la política económica que se está discutiendo.
El momento es delicado, debido a los inmensos compromisos que se pretende dejar sobre los hombros de la presente generación de mexicanos, así como de los que, de ellos, se desplacen a la siguiente.
El monto de los recursos que el Fobaproa ya ha consumido (aproximadamente 90 mil millones de pesos), sumados a aquéllos cuya forma de documen- tación aún esta por determinarse (unos 640 mil millones de pesos), atarán, con férreos candados, las oportunidades de crecimiento y, sobre todo, del desarrollo del país.
El panorama es por demás siniestro para todos. No hay salidas fáciles, por que el daño que guarda el Fobaproa en su interior ya ha sido hecho y lo que ahora hace falta dirimir es el reparto que de él se haga entre los mexicanos de hoy y del mañana.
Todo apunta, por lo anticipado entre el PAN y el PRI estos días, a un compromiso que se recargue fundamentalmente en el erario público y no reparta proporciones entre la capacidad y las responsabilidades de los distintos grupos y personas que ocasionaron el quiebre sufrido (1995).
Ojalá y el acuerdo pudiera ser hallado entre los partidos de oposición (PAN, PRD, PV, PT) y los factibles disidentes del PRI se alejaran de esa tan esquemática y determinista fórmula oficial. Pero desafortunadamente, el PRD tira en una dirección que lo va separando de cualquier punto de confluencia y el PAN prefiere, una vez más y muy a cargo de sus simpatizantes no comprometidos, unir su destino al de los causantes del problema (gobierno y banqueros).
La segunda parte del guión a escribir en esta temporada, que exige apertura y diálogo, quedaría a cargo del gobierno y los diputados, específicamente los de la oposición real (PRD) y el Presidente de la República, para que se puedan asentar, al menos, los surcos de las diferencias racionales.
Lo ideal sería que toparan con el núcleo de los aspectos básicos que los lleven a integrar salidas hoy no previstas, o que desmonten los motivos de las desavenencias insuperables. La población viene expresando, de numerosas maneras, su deseo por ver un encuentro ininterrumpido entre los poderes y actores políticos que le alivie las cargas y las angustias.
En este aspecto el camino parece tan cerrado como el año de distancia e inconexión que el doctor Ernesto Zedillo ha decretado respecto a los dirigentes del PRD, y ensanchado con los ciudadanos por sus desplantes de autoridad indisputable.
Sus frecuentes condenaciones, sus bandazos decisorios, las respuestas burocráticas para seguir cauces (Segob) y el escaso margen para aceptar lo opuesto de que hace continua gala, son fardos para la comunicación y el aflojamiento de las tensiones. En medio de tales ineptitudes políticas, una sociedad languidece aprisionada por un futuro por demás incierto y las urgencias de un presente que les ha decapitado sus horizontes y oportunidades.