José Steinsleger
Razón, derecho, justicia

``Desde ayer, quiero un poco más a los ingleses''. Diego Armando Maradona

Para el epígrafe había escogido la frase de Eduardo Galeano ``quien crea que la patria es de todos, será hijo de nadie''. Empero, la del maestro parecía más atinada porque tras el fallo de la House of Lords contra Augusto Pinochet, el sueño de justicia de los nadies se hizo realidad. En consecuencia, ya nada es, ni será como era entonces.

La opinión del célebre número 10 interesa porque proviene de un ídolo de los nadies. Maradona no incurrió en el chovinismo con el que los gobiernos confunden a los pueblos. Y tampoco cometió la arrogancia de tantos argentinos y chilenos que sienten pertenecer a ``los únicos países europeos que quedan en Sudamérica''.

En la patria universal de la justicia, los nadies andan felices con el dictamen de Londres. Si hasta ayer la mayoría de los gobernantes miraba al costado cuando se les recordaba el inmenso poder de Pinochet, ahora saben que en la cuna de la democracia occidental, que tantas luces dio a los mejores exponentes de la independencia hispanoamericana, él mereció en los tribunales el mismo trato dispensado a Jack el destripador.

Sin precedente, el asunto trasciende ideologías. Incluso, trasciende el juicio de Nuremberg, donde la justicia se enredó en el juego de la guerra fría y la ``razón de Estado''. No así en el caso Pinochet. Aquí hubo, simplemente, ejercicio pleno del derecho y justicia pura.

En 1936, cuando al grito de ``¡muera la inteligencia!, ¡viva la muerte!'', el general Millán Astray tomó la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno, rector de aquella casa de estudios, expresó: ``Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que saber persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha''.

En la guerra civil española Unamuno fue neutral. Pero su neutralidad fue distinta a la que en Chile adoptaron los ``teóricos de la gobernabilidad'', tan sordos a los aullidos de los que en década y media clamaban por la justicia de Dios, la de hombres o la de quien fuese.

En 1991, la Comisión Rettig, llamada de Verdad y Reconciliación, documentó mil 180 casos de violaciones. De estos, sólo 103 llegaron a los tribunales. Y mientras en estos días el canciller José Miguel Insulza pedía en Madrid que ``se tenga fe en la democracia y en la justicia chilenas'', su gobierno desistía de comenzar acciones contra la bestia a través del Consejo de Defensa.

Simultáneamente, el presidente del Senado, Andrés Zaldívar, precandidato presidencial democristiano, sostenía que el retorno de Pinochet y el clamor de justicia ``son temas que se manejan separados''; en tanto, el de los socialistas, Ricardo Lagos, se pronunciaba a favor de la liberación del tirano.

Miedo al ejercicio de la democracia plena, dictadura mediática del pensamiento único; contrasentidos del poder que enloquece, del poder que emputece. Del ``lúcido y realista'' poder de los graduados en sentido común que a los violados y a los torturados sugerían ``mirar el futuro con optimismo'' y ``cerrar las heridas del pasado''.

La derecha sangra por la herida y los ultrademocráticos temen azuzar al tigre con la vara corta. No sea cosa de ``regresar a lo anterior'' o que se les acabe la pega (chamba). Atónitas, las clases dominantes de Chile han descubierto que el crimen no paga y en su delirio, peligroso delirio, los hijos neoliberales de aquella plutocracia del cobre (la de los Ossa, Cousiño y Edwards, la de los Urdeneta, Matta, Errázuriz y Lambert), ven con preocupación el fracaso de la lobotomización espiritual de todo un pueblo.

Conscientes de que lo mejor de Chile ya había dado lo mejor de sí, la justicia inglesa y la justicia española le han rendido el mejor homenaje a la soberanía chilena: liquidar a Pinochet.

Que la bestia sea juzgada en España. Y que en las elecciones de 1999 aparezca en Chile un candidato capaz de decir que lo ocurrido fue justicia.

Si tal es el caso, ganará con mucho más del rutinario 33 por ciento. Porque desde el 25 de noviembre así piensa y siente la mitad más uno del pueblo chileno. ¿Qué si pecamos de ingenuos y pendejos? Bueno. Tampoco creíamos que la muerte podía ser vencida con las armas de Unamuno, las del derecho y la razón. Y ahora, vea usted... ¡cuán eficazmente se ha luchado contra ella!