La Jornada 3 de diciembre de 1998

Los gobernantes de México soslayaron que tenían el tiempo contado: Krauze

Angélica Abelleyra Ť Para los gobernantes de los últimos sexenios en México, ``desde luego la historia no ha contado nada'', asegura Enrique Krauze. Y, haciendo un juego de palabras con el título de su más reciente libro, añade: ``Si hubiera contado, hubieran tomado más en cuenta que tenían el tiempo contado. El modo en que se retardó la maduración política mexicana es la prueba''.

El historiador y ensayista, fundador de Editorial Clío y quien se propone dar a luz, en enero, la revista Letras libres, ocupa nuevamente sitio en librerías con La historia cuenta, mediante el cual Tusquets Editores inicia el proyecto de publicar todos los títulos anteriores del escritor, de 1976 a la fecha, reunir textos dispersos en diarios y revistas, así como la obra futura del autor de Por una democracia sin adjetivos.

Biógrafo de caudillos, intelectuales y presidentes, habla en entrevista a partir de la selección de textos editados entre 1983 y 1998, periodo durante el cual la ``pasión democrática'' el ``conocimiento histórico'', la ``vida cultural'' y la presencia de ``los maestros'' de Krauze se reflejan en 300 páginas con protagonistas tan significativos en la vida nacional como la Cámara de Diputados, la izquierda y la derecha mexicanas, el subcomandante Marcos, Carlos Salinas, Daniel Cosío Villegas, Gabriel Zaid y Carlos Fuentes, entre otros.

--Si hiciera una evaluación de los aciertos y desaciertos en los rubros de crítica política, ensayo e historia que contienen estos 15 años en La historia cuenta, ¿qué responde?

--Es difícil, pues si lo hago positivamente caería sobre mí el cargo de soberbia. Pero si he vuelto a publicar los textos es porque, en lo general, los juicios eran acertados. De eso no me cabe duda en el asunto político porque hubo un anuncio de la democracia. Nunca pretendí ser el primero en señalarlo; ya lo habían dicho Cosío Villegas, Zaid, Octavio Paz y una larga cadena. Pero poner la democracia en el primer lugar de la agenda, no fue erróneo. Tampoco tener esa alta opinión sobre los maestros a que me refiero en el texto (Cosío Villegas, Paz, Luis González, Isaiah Berlin, Richard Morse y Zaid), de la misma manera que no me he retractado sobre lo dicho de los intelectuales. Por fortuna no me ha ocurrido lo que a otros autores: hacer un mea culpa público de sus convicciones de los años setenta.

-En el libro se le presenta como disidente verbal. ¿Asume la disidencia?

-Es un exceso del editor que yo no iba a censurar. Tal vez quiso usar la palabra disidencia como se hacía en el Este. Pero es una palabra excesiva entre nosotros porque ni el régimen político mexicano ha sido a tal grado autoritario (salvo en momentos) como para pensar que los intelectuales independientes tenían que volverse disidentes, como los rusos o los polacos, ni nosotros corremos los riesgos que aquellos enfrentaban. Creo que el editor lo dice en el contexto que he disentido de las corrientes de mi propia generación, tanto de la gobiernista como la de izquierda. Pero prefiero la palabra de crítica independiente y punto, de un liberal que está a fuegos cruzados entre los opuestos.

Marcos, redentor y guerrillero mítico

-¿La historia cuenta para los gobernantes?

-No. Para los gobernantes de los últimos sexenios en México, desde luego la historia no ha contado nada. Cabe decir que, si bien a destiempo, ya la toman en cuenta porque estamos ante la construcción de la democracia en la que no deben contar las soluciones ni redentoristas ni providencialistas. Hay pasados que hay que enterrar, y otros que debemos llevar rumbo al siglo XXI.

-¿Cuáles aspectos de la historia llevaría al próximo siglo?

-Están gravitando en exceso el rencor y los ánimos de venganza. Y estamos perdiendo un tiempo de oro. Si ampliamos el ámbito de la justicia en México y construimos una sociedad donde se respeten las leyes daremos un gran salto. Pasar a cuentas a quienes hayan infringido las leyes será cuestión del ámbito judicial. Y el Legislativo, el Ejecutivo, los partidos y la ciudadanía se orientarán menos a estar con la mente fija en el pasado y en los rencores, y más en reconstruir al país y a la sociedad que nos urge armar.

-¿Qué papel juega la imaginación en su ejercicio de historiador y crítico?

-La del historiador es un tipo de imaginación donde lo único que no se vale es inventar. Pero una de sus formas es ponerse en el papel de los protagonistas, meterse en sus mentes y repensar su circunstancia. Es útil plantearse: ``qué hubiera pasado si'', lo que se llamaba ``los futuribles'' que pone a los hechos que fueron en el contexto de lo que pudieron ser: una rica gimnasia intelectual.

-Pero en México hemos vivido de los ``si hubiera''.

-Sí. Reiterarlo puede llevarnos a seguir abriéndonos las venas y llorar por lo que no sucedió: que si el asesinato no hubiera ocurrido o si el presidente hubiera sido menos soberbio. Ojalá entremos al siglo XXI con menos hubieras. Y ojalá no sólo pueda borrarse el hubiera, sino también el impulso redentorista que flota en la prensa, los intelectuales y los políticos mexicanos. La redención no nos es dada a los humanos sino el avance fragmentario. Lo malo es que al querer instrumentar la redención, se causan desastres.

-¿Habla de redención en la izquierda, la derecha, el gobierno, los intelectuales?

-Claro. Y en el tema de Chiapas flota el asunto redentorista. En el libro hablo de la reivindicación del indígena, pero llevarlo a extremos redentoristas es riesgoso porque los enconos étnicos pueden causar muertos.

-Sobre Chiapas y Marcos, en el libro incluye un invitación a éste para incorporarse a la vida política, encabezando la nueva izquierda. ¿Lo sostiene?

-No me cabe duda. Como otros, en el 95 le pedí a Marcos reincorporarse a la vida política civil con nombre, sin máscara, encabezando a una izquierda mexicana nueva. Era como decir: Marcos ya ganó la opinión nacional e internacional, la de Chiapas fue una guerrilla prácticamente incruenta, casi un movimiento cívico y popularísimo. Dije eso cuando sus bonos estaban altísimos, pero él no hizo caso, insistió en su posición y no estoy seguro de que vaya a ganar. Claro que los gobiernos federal y estatal tienen una gran responsabilidad, pero también la tozudez de Marcos, quien ha preferido seguir en plan de redentor y guerrillero mítico. Pero aún es tiempo de dar una salida de reconciliación al conflicto.

Más allá de Los Pinos

-En 1986 comentaba que la izquierda no tiene proyecto y que no está acostumbrada a la democracia. ¿Cómo la evalúa hoy?

-Con cambios positivos y profundos. Ha ido convergiendo más hacia la democracia. En el 86 ni siquiera estaba planteado el PRD, aunque el PSUM y el PMT estaban en la vía. Es la segunda fuerza política de México con un avance de la cultura democrática, pero mantiene pulsiones redentoristas que más bien suenan a un pasado dogmático que a un presente democrático. En el PRD hay más tentaciones por la vía de su segunda sigla, la Revolución, que de la tercera: la Democracia. Y también hay un radicalismo, una postura del todo o nada en la Cámara que puede obrar en detrimento de ellos mismos.

-¿La biografía presidencial sigue siendo destino nacional?

-Ya no. Lo fue hasta Carlos Salinas. A la presidencia imperial le podemos poner epitafio. Seguirá siendo importante, como en el caso de Clinton, hasta el escándalo; como son las diferencias de estilos entre Thatcher y Blair.

-En el libro usted dice un sí a un juicio a José López Portillo por ``el robo del siglo''. ¿Sostiene lo mismo para Carlos Salinas?

-Ya estoy profundamente en contra de todo eso. Llegó el momento de reconciliarnos. Que los atracos comprobables jurídicamente se canalicen por esa vía; debemos tener un poder Judicial que llame a cuentas a quienes han infringido la ley hoy, ayer y hace 50 años. Pero la idea de continuar con estos juicios públicos, linchamientos y enconos del pasado sólo nos envenena. Además hay algo horrible en la historia mexicana: los hombres providenciales pasan a encarnar al demonio. Y ni tan providenciales ni tan demoniacos. En ese sentido vería con buenos ojos que Salinas regresara a México, publicara sus memorias, defendiera su punto de vista y polemizara con quien tenga que hacerlo.

-¿Ha sentido fascinación por el poder?

-Si se entiende eso por querer ocupar puestos, jamás. Mi vocación y mi interés en la vida son otros. He tenido contacto con gobernantes, como intelectuales, pero espaciadísimos. No sé por qué corren las ideas de que uno está siempre desayunando con los presidentes. Viajé con Salinas una vez, a Otawa. Nunca he acompañado a Zedillo a una gira, lo he visto tres veces en el sexenio y no es que haya animosidad sino que parte de las mitologías que debemos liberarnos de la presidencia imperial es creer que todo lo importante en México ocurre en Los Pinos. Y al contrario, lo más importante que sucede en el país no pasa en Los Pinos. Ya no estamos en la época de la biografía del poder.

-A diez años, ¿ratifica los comentarios en torno de Carlos Fuentes, en uno de los textos más polémicos que ha escrito?

-Por eso lo publiqué ahora, pero no tiene ningún ánimo de abrir un capítulo sino de poner en circulación un texto que la gente joven no tiene a la mano y que muchas veces se refieren a él, en abstracto.

-¿A partir de ese análisis puede decirse que la vida política y la intelectual se parecen porque no hay posibilidad de diálogo, de debate civilizado?

-Todavía vivimos resabios de intolerancia y dogmatismo, con verdades absolutas. Más que debates sanos, en la vida intelectual se dan posturas enconadas, de descalificaciones y de sepultar al adversario. Espero que esa práctica no prospere en el siglo que viene y no continúe la costumbre de matar o morir.