Danielle Miterrand
Festejar la memoria(*)
Henos aquí una vez más, reunidos para festejar la memoria. La memoria contra el olvido: contra el olvido de los crímenes, contra el olvido de los nombres de los asesinos.
Las noticias, por una vez, nos han permitido regocijarnos: uno de los verdugos de este siglo, Pinochet, no terminar sus días tranquilo. Pero no se trata solamente de no olvidar el horror; la memoria es lo que nos permite tejer, de siglo en siglo, el hilo de la vida, el hilo de las ideas que llegaron demasiado temprano, enterradas en la indiferencia de los espíritus mal preparados para recibirlas. ¿Desde hace cuántos siglos los hombres se levantan, uno tras otro, para proclamar la idea de una humanidad más justa, más fraternal, liberada del yugo de la opresión y de la injusticia de los poderosos? ¿Desde hace cuántos siglos los hombres ponen su vida al servicio de una visión más sonriente de la humanidad? ¿Desde hace cuántos siglos los hombres se sacrifican por la justicia y la libertad? De Espartaco a Marcos, pasando por San Francisco de Asís, Victor Hugo, Luisa Michel, Victor Shoelcher o Rigoberta Menchú, ¿cuántos hombres y mujeres no han consagrado sus vidas a repetir que todos los hombres tienen derecho a vivir libres, en armonía con sus semejantes y con la naturaleza? Sin embargo, desde hace siglos hay fuerzas que se les oponen. Festejando esta noche la memoria, convocamos aquí las fuerzas del espíritu que en el espacio tan corto de una vida han encarnado en hombres y mujeres de carne y hueso.
No sólo manifestamos nuestro horror a los verdugos, festejamos los espíritus de todos aquellos de siglos anteriores que nos permiten ser hoy lo que somos y concebir para la humanidad de hoy la necesidad absoluta de la universalidad de los derechos del hombre. Los que honramos esta noche, los indígenas de Chiapas, están sin duda más que nosotros ligados a sus muertos, ellos saben lo que les deben a sus ancestros: una reflexión sobre la vida, sobre el mundo, un conocimiento de la naturaleza, de sus leyes, de sus peligros y de sus dones, una concepción del hombre ligado a los miembros de su comunidad e inscrito en el gran ciclo del cosmos. Las comunidades chiapanecas, nos cuenta Marcos, van a consultar a sus ancestros cuando se aproximan los carros de guerra del Ejército Mexicano, van a la montaña a escuchar las voces de las ``cajitas que hablan''. ¿Y qué les enseñan esas voces? Que la guerra no es una arma, que la palabra y la negociación son soberanas y que cuando los poderosos mienten, cuando pretenden tender la mano mientras que tienden una trampa, hay que retirarse al silencio.
Son esos hombres y esas mujeres portadores de una sabiduría milenaria que se asesina hoy en Chiapas, en el sureste de México, país moderno o que lo pretende, democrático o que lo pretende. Son los descendientes de una de las más altas civilizaciones de la antigüedad, los mayas, a quienes se reduce hoy a la hambruna y a la muerte. ¿Y por qué? Porque los poderosos ambicionan sus tierras, porque el gobierno mexicano, con su entusiasmo por los expertos economistas de Chicago, quisiera ver a todos los mexicanos internarse como un solo hombre en el gran desfile neoliberal, volviéndose individualistas, malencarados y ``performants'' como ordena el fantasma del hombre moderno y dinámico con el que nos atiborran los oídos.
Pero los indígenas chiapanecos no quieren volverse individualistas: ellos han vivido siempre en comunidad, han explotado siempre colectivamente sus tierras, practicado siempre la solidaridad y la ayuda mutua. Entre ellos, nadie dejaría morir de frío a la intemperie un viejo mendigo, porque entre ellos no hay mendigos a pesar de la espantosa miseria. Ellos no quieren volverse ``performants'' y explotar la naturaleza contra el buen sentido hasta que las generaciones futuras se muerdan los dedos al ver que es demasiado tarde para salvarla y que no se puede ya hacer nada; porque ellos han vivido siempre en el respeto a la naturaleza, de acuerdo con sus leyes, en una comprensión profunda de sus necesidades.
Estando entre ellos, no se habría alimentado a las vacas con productos a base de carne, no se hubiera inventado el terror de las ``vacas locas'' con el anzuelo de la ganancia.
Las comunidades indígenas de Chiapas resisten con todas sus fuerzas, no por estrechez de espíritu y conservadurismo, sino porque la modernidad que se les presenta como lo máximo no les gusta. Bajo esta modernidad ellos ven apuntar la ley de la selva y tienen un lugar privilegiado para saber lo que es la selva y el horror que se esconde en ella.
Este Premio de la Memoria se lo otorgamos con júbilo a los que luchan, como nosotros, contra el neoliberalismo y por la humanidad. Porque el futuro de la humanidad, para ellos como para nosotros, está en peligro y porque nos corresponde a todos, de este como de aquel lado del océano, cultivar las fuerzas del espíritu que la han hecho vivir.
(*) Texto del discurso pronunciado el 1o. de diciembre de 1998 en la ceremonia del noveno Premio de la Memoria, otorgado a las comunidades en resistencia de Chiapas, México. (Traducción: Yuriria Iturriaga)