La definición de los salarios mínimos se da en el momento menos favorable de la economía y en el contexto de una feroz lucha por el poder que lleva hasta sus extremos la más mínima diferencia entre los partidos. ¿Quién defiende a asalariados, a los más pobres y a los demás? Con la mano en la cintura, los representantes patronales y el gobierno, ante la ausencia de una verdadera voz obrera decidieron ``otorgar'' aumentos, tan absolutamente ridículos, que no alcanzan ni siquiera para reponer las pérdidas más recientes en el ingreso familiar. El atraco sistemático a los salarios, que está en el fondo de una organización productiva altamente ineficiente, atrasada e injusta, se ha consumado una vez más.
Para los grandes estrategas que tienen a su cargo dirigir la economía, el salario es la variante sacrificable cuando se trata de ajustar las grandes cuentas. Desde el papel, en la comodidad de la oficina secretarial, es muy fácil decir que los aumentos al teléfono o la gasolina no afectan a los grupos de menores ingresos, pero en la realidad ocurre lo contrario: cada punto que sube aumenta el precio de las mercancías de uso común reduciendo el consumo de los trabajadores sujetos a un salario. Ese es el viejo camino de la ya larga, demasiado larga crisis mexicana.
El mismo secretario del Trabajo se apresuró a definir cuál debía ser el aumento antes de que se reunieran las partes interesadas. En fin, desde el punto de vista oficial, lo único que faltaba era colocar la pieza faltante en el esquema para, ¡ahora si! evitar la crisis sexenal y lanzarnos a la senda del crecimiento. Las justificaciones sobran. Los apóstoles del libre mercado llaman a la austeridad patriótica, pero los empresarios se resisten a toda reforma fiscal que implique aumento a los impuestos.
No obstante, una discusión de fondo sobre el tema se echa de menos en los ásperos debates legislativos: la economía política subordinada a una visión contable del futuro, eso es lo que tenemos enfrente. ¿Dónde está esa propuesta alternativa de la que tanto se habla, el proyecto que pueda rearmar el desastre nacional? No se ve por ninguna parte. Cada quien estira la cuerda esperando que rompa a su favor; el 2000, idea fija, salvará mágicamente a la nación.
Y sin embargo, los grandes temas no pueden esperar. En un ambiente menos polarizado, la cuestión del presupuesto, más allá de las emergencias irrecusables planteadas por un entorno difícil, sería una buena oportunidad para comenzar a diseñar otras ideas, nuevas maneras de entender y enfrentar la desastrosa situación de inequidad e injusticia social en la que vivimos o la confirmación de que nadie quiere, de verdad, un cambio de fondo.
Pienso en lo que ha dicho Roberto Mangabeira, un inteligente crítico brasileño, autor de libro muy sugerente, Una alternativa práctica al neoliberalismo. Según él, la construcción de un nuevo ``modelo'' económico en América Latina pasa, necesariamente, por la consolidación de un Estado fuerte, no grande o burocrático, pero sí rico y actuante. Ese Estado, plantea Mangabeira, tiene que contar con una base tributaria muy poderosa, por encima del 30 por ciento del producto interno, capaz de impulsar una movilización de los recursos nacionales y, por tanto, un alto ahorro interno organizado públicamente.
Los aumentos de precios, el salario mínimo, las mil y una discusiones inacabadas sobre el Fobaproa, en fin, la saga anual del presupuesto, pueden servir para reflexionar sobre la economía que queremos y, de nuevo, el papel del Estado. Es claro que las cuentas no dan para todo.