Desde comienzos de la década de los 60, la política de Estados Unidos hacia Cuba ha estado dominada, principalmente, por un designio de vendetta, emocional y ciega; convertida en rehén de los sectores más conservadores, aliados a la ultraderecha exiliada.
Intentos infructuosos en sentido contrario hubo de John Kennedy y James Carter, retomados por Bill Clinton. Pero ahora, por primera vez, se está promoviendo una revisión bipartidista de esa conducta, que -según sus promotores- debe ser integral, racional y fría y tomar en cuenta los efectos del bloqueo para los intereses nacionales.
La solicitud presentada al presidente Clinton cuenta con el apoyo de 21 senadores -la mayoría republicanos conservadores- y de los ex secretarios de Estado y Defensa Henry Kissinger, George Shultz, Laurence Eagleberger y Frank Carluchi.
La idea de una comisión bipartidista libraría la discusión del tema de la hegemonía, aunque no de la influencia, de Miami y evitaría mezclarla en la agenda electoral, en la que pesan mucho los disputados 22 votos de Florida. Permitiría a la administración, disminuida por el escándalo Clinton-Lewinsky, actuar con manos libres sobre Cuba, sobre un consenso de los dos partidos principales y minimizar el riesgo de que los ultraconservadores utilicen el tema, como ha sido práctica, para minar las aspiraciones demócratas de cara al año 2000.
El portavoz del Departamento de Estado declaró que la secretaria Madeleine Albright había encontrado méritos para atender la solicitud, aunque no se ha tomado aún una decisión, pero varias fuentes reseñan el entusiasmo que ha despertado en la Casa Blanca. Días después The New York Times reclamaba el fin del embargo y la normalización de las relaciones con Cuba.
Y es que el bloqueo se ha convertido en un estorbo para sus propios autores. Primero, para las empresas estadunidenses, que ven crecer cada año la inversión y el comercio de sus pares europeos y canadienses en lo que es su mercado natural por cercanía y tradición. Pero también para los legisladores, que deben rendir cuentas a sus patrocinadores más importantes, las grandes corporaciones. Igualmente, para la Casa Blanca y las dependencias que formulan la política exterior.
El bloqueo es causa de fricciones con los gobiernos europeos y latinoamericanos; de reiteradas y embarazosas condenas en la Organización de Naciones Unidas; de críticas de los más importantes medios de comunicación.
Mientras tanto, los vínculos de la isla con el mundo crecen y se diversifican. Sus relaciones con Canadá son excelentes y se vienen ampliando con la Unión Europea; la Habana será la sede de la próxima Cumbre Iberoamericana; el diferendo con la España de Aznar quedó zanjado con la reciente visita del canciller Abel Matutes y el anuncio del viaje a Cuba de los reyes la próxima primavera.
En el Caribe, su entorno inmediato, tiene estrechas relaciones con todos los gobiernos, varios de los cuales han recibido en los últimos meses a Fidel Castro con honores excepcionales.
Ciertamente, el bloqueo ha hecho y hace mucho daño a la economía y al bienestar de los cubanos, pero en todo caso, más que erosionar, fortalece políticamente al gobierno la isla; lo contrario de su objetivo declarado.
La nueva propuesta procede de círculos poderosos, con asesores experimentados y muy influyentes como Kissinger, artífice de la desactivación del diferendo con China, lo que abona la esperanza de que pueda prosperar. Permite suponer que existe ya la decisión de cambiar el esquema que durante tantos años ha regido hacia ese país.
Cuba necesita el levantamiento del bloqueo y la normalización con Estados Unidos para lograr un rápido despegue económico y adoptar estructuras políticas plurales y más viables. Fidel quisiera conseguirlo antes de abandonar la escena, acaso el más claro de los riesgos asociados a una desestabilización por las buenas, como al imperativo y la posibilidad de correrlos sin arriar las banderas.
Obstáculos habrá muchos en el camino. Los congresistas cubanoestadunidenses, cuya supervivencia política depende de que se mantenga la hostilidad contra la isla, se oponen activamente a la iniciativa. Allá hay agravios acumulados y justificada desconfianza hacia todo lo que venga del norte; además, no faltan actitudes de horror a la más mínima perspectiva de cambio, aferradas a la congelación del status quo. Pero la solución del único conflicto remanente de la guerra fría depende, sobre todo, de que Estados Unidos sea capaz de refrenar su orgullo herido y su prepotencia en el toma y daca que ha de acompañar la empresa.