En el seminario chileno sobre democracia, al que asistí en 1964, los expositores de la teoría aristotélica y del pensamiento de Polibio afortunadamente recordaron que en algunos de los 39 libros de la célebre Historia General de Roma, el autor dejó constancia de las respuestas que dio a sus seguidores. A la pregunta, ¿qué es la democracia? Polibio sin titubeos, y enfáticamente, expresó: ``la democracia es el gobierno que sirve al pueblo, la no democracia es el gobierno que sirve a las clases encumbradas'', advirtiendo la rígida oposición que separa tales concepciones, pues la atención a la aristocracia implica la desatención al resto de la sociedad; inclinarse a estas últimas es olvidar a las primeras.
Ahora bien, la explicación de Polibio exige otra pregunta imbíbita en la pre-ocupación científica, ¿porqué a veces el gobierno es gobierno del pueblo y en otras ocasiones es gobierno de minorías opulentas? Es necesario entonces deslindar un asunto clave. El poder político puede ser asumido por voluntad del pueblo, es decir democráticamente, o por voluntad de minorías que requieren para subsistir de un gobierno que les sea totalmente parcial, es decir, un gobierno antidemocrático. Dentro de este contexto sucede que los recursos públicos se ponen a disposición de los menos y se alejan del bien común. Para las altas clases el gobierno es un insumo sine qua non de su mantenimiento y reproducción en la historia; y para las no altas, el gobierno también es condición básica en el propósito de mejorar sus niveles de vida. No hay confusión posible: si el poder político se usa para mejorar a las mayorías, hay democracia; si se utiliza para procurar el auge de los acaudalados, no hay democracia.
Las consecuencias desastrosas de la política gubernamental en el último medio siglo de presidencialismo autoritario están a la vista. Campesinos, obreros y clases medias han sido víctimas de un no continuo empobrecimiento, en la medida en que la economía nacional se ha visto arrasada por una política encumbradora de minorías vinculadas a las operaciones de la administración pública. En el cultivo del neoliberalismo, puesto de moda a partir de 1988, círculos privilegiados de inversionistas extranjeros y asociados locales gozan de una gigantesca tajada del producto nacional. Los dueños del big money de que habla John Dos Passos en su inolvidable Trilogía USA, han pasado del manejo del comercio y la industria al disfrute de las finanzas que los colocan en las cumbres de los supercapitalistas de Fortune.
Con razón, nuestra alta burocracia política se aterra con la publicación de estadísticas sobre la distribución de la riqueza, porque a pesar de sus deficiencias de elaboración denuncian el resultado de los programas puestos en marcha contra la clásica exigencia de Morelos; hoy los ricos son más ricos y los pobres son más pobres.
Pero el adueñamiento del poder por políticos antidemocráticos no es un destino mexicano. En las elecciones de 1997, el sufragio ciudadano cambió la composición del poder Legislativo y llevó a Cuauhtémoc Cárdenas a la jefatura del Distrito Federal, y a pesar del censurable zigzagueo panista, los diputados de la oposición han hecho temblar más de una vez al presidencialismo autoritario.
Por su parte, Cuauhtémoc Cárdenas da ejemplo de lo que es gobierno democrático, en contraste con las torturantes cargas del programa económico gubernamental. Probó que es posible un régimen de ingresos y egresos favorable al desarrollo social y no empobrecedor de la población.
Así es como el actual escenario político de México confirma la doctrina de Polibio: democracia es gobierno del pueblo; no democracia es gobierno contra el pueblo.