Mientras en Francia, bajo la presión de la huelga de los estudiantes liceales y de sus profesores, el Estado debe conceder aumentos importantes a la enseñanza y en Inglaterra los laboristas apuestan a elevar la calidad de su mano de obra con mayor intensidad de educación y más apoyo técnico a la misma, en otros países, sobre todo en los dependientes, se practica una política suicida que, en otros tiempos, habría sido calificada de ``vende patria''.
En efecto, mientras los presupuestos para las fuerzas de represión aumentan o se mantienen a pesar de la crisis y se subvenciona a los ricos (que además evaden el pago de impuestos), los recortes en el campo de la sanidad y de la educación son terribles. Ahora bien, la calidad de la mano de obra depende de la salud, de las condiciones de vida y de trabajo, de la cantidad de horas despilfarradas en un mal transporte, de las condiciones de habitación pero, sobre todo, de la duración y calidad de la enseñanza. Y la competitividad de un país está en relación directa a la proporción del producto interno bruto dedicado a la investigación científica y al desarrollo de los productos. Pero eso no parecen comprenderlo los gobiernos neoliberales que confían ciegamente en el mercado.
Argentina, por ejemplo, que ya en los años 30 tuvo un Premio Nobel de Medicina con el doctor Houssay, hoy se cuenta entre los países con mayor mortalidad infantil y mayor índice de tuberculosis. Nuestros países reciben hoy la tecnología y las ideas llave en mano, como las fábricas de las transnacionales, y exportan productos con escaso valor agregado o que son competitivos sólo gracias a las inhumanas condiciones de explotación de la mano de obra, que constituyen una verdadera subvención al consumo de los países industrializados.
Si no se puede hacer investigación, la poca que habrá se importará, sesgada, y aumentará la actual dependencia cultural. Si en países donde no se leen casi diarios y poquísimos libros decae el nivel de la enseñanza pública, y las universidades no pueden tener bibliotecas, la ignorancia alejará aún más la posibilidad de construir una ciudadanía. Si se corta el plantel de profesores, se les paga aún menos a los que quedan y se anula la contratación de especialistas extranjeros ¿qué valor pueden tener los diplomas y cómo podrán competir los futuros profesionistas en el mercado? Si se expulsa de la Universidad a los alumnos que protestan contra esta política, cumpliendo con su obligación de seres pensantes, se trabaja para crear súbditos, no cerebros críticos.
La privatización de las palancas del desarrollo y la economía nacionales (como la empresa estatal petrolera en Argentina, por ejemplo, o la telefonía en Brasil) se acompaña hoy con la reducción y privatización de la formación de los técnicos e intelectuales, abdicando de la tarea de sentar las bases para que las futuras generaciones rompan la actual y terrible dependencia de los grandes países industrializados. Este sometimiento al mercado y al pensamiento único que lo defiende, es fundamentalista. Nada impide, por ejemplo, aumentar ligeramente el déficit público para apostarle al futuro y considerar la enseñanza como una inversión, no como un gasto o un despilfarro. Son los sacerdotes y los verdugos al servicio del Dios mercado quienes prefieren cortar por el lado de los maestros y de la educación, y no por el de las fuerzas de represión (que deberán ser cada vez más numerosas, ya que la caída del nivel de educación y la pérdida de futuros y de empleos resultante aumentará sin duda la desesperación y los delitos o la rebelión en vasta capas sociales). En nuestros países la investigación y el grueso de la eseñanza se realizan en los institutos públicos y ellos tienen más prestigio y calidad que los privados. Destruirlos es aserrar el tronco del país. Quitarles capacidad y calidad es entregar a quienes enseñan para ganar y lo que les conviene la formación de las mujeres y hombres de mañana, y dejar a la inmensa mayoría con una enseñanza de tercera clase, fuera de los parámetros internacionales y, por lo tanto, fuera de los mercados de trabajo. Si consideramos que los medios de comunicación electrónicos son privados y extranjeros, se cierra el círculo de la dependencia. Eso no se puede tolerar. Hay que construir un frente continental en defensa de la enseñanza pública, porque sin ella no hay independencia.