Con la caída del Muro de Berlín, muchos celebraron el fin de la utopía comunista. Diversas señales están indicando que el mundo está presenciando el ocaso de la utopía del capitalismo puro, no contaminado con fuerzas extrañas al mercado. Los cambios políticos que han tenido lugar en los países más importantes de Europa están significando el abandono de la fe absoluta en el poder regulador del mercado como único medio para elevar el bienestar de la población.
En América Latina este dogma fue abrazado con mucha mayor fuerza que en Europa o los Estados Unidos. Se trató , en el menor tiempo posible, de reformar la economía y la sociedad con el propósito de que nuestros países se acercaran al modelo del capitalismo utópico. Para ello no importaron los costos ni los sacrificios que se les impusieron a la población. Todo esto sería recompensado en el paraíso del capitalismo utópico.
Después de casi dos décadas de reformas, parece que estamos más lejos del paraíso que al comienzo, percepción que parece ser compartida por esferas creciente de la población. Esto, en el plano político, está generando fenómenos extremadamente peligrosos como los de Venezuela, pero, afortunadamente, en otros países se están configurando nuevas mayorías que, sin poner en peligro los logros de la democracia, propugnan por abandonar el extremismo del mercado.
Por una parte, la utopía de la economía de mercado como el mejor de los mundos posibles corresponde a la economía de siglo XIX que ya no existe, en la cual muchos pequeños productores compiten entre sí, de tal modo que los precios se forman en el mercado. El capitalismo contemporáneo es muy diferente, por lo que necesariamente debe ser regulado con el propósito de evitar los costos sociales que del capitalismo realmente existente hoy en día se derivan. Por otra parte, la búsqueda las utopías en el presente siglo muestra que la economía es difícilmente compatible con las revoluciones. Toda transformación económica radical y rápida va acompañada de costos extremadamente elevados que se concentran en el tiempo sobre estratos significativos de la población. Lo que está indicando la historia reciente de América Latina es que no sólo es importante la definición de las metas de un programa de transformaciones económicas, sino que también lo es la precisión de una vía, que necesariamente debe ser gradual, para llegar a los objetivos. En la economía no puede hacerse abstracción del tiempo histórico, so pena de imponer a la sociedad costos extremadamente elevados.
Lo expuesto está muy bien ilustrado por el proceso de apertura comercial de México. La liberalización del comercio exterior, en último término, puede ser muy beneficiosa, al generar una reasignación de los recursos que elevan el nivel de eficiencia de la economía y el bienestar de la población. Sin embargo, es de primera importancia tanto la precisión del ritmo al cual se introducirá la reforma comercial como la consideración sobre si existen algunas áreas estratégicas que justifiquen que durante un tiempo -que puede ser prolongado- éstas no estén sujetas a la competencia externa.
En México se eligió el camino de la reforma comercial rápida, con lo que una parte importante del aparato productivo del país no tuvo oportunidad de adaptarse a las nuevas condiciones. Esto está provocando que ramas importantes de la economía nacional, que pudieron ser competitivas después de transcurrido determinado periodo, estén siendo condenadas a la desaparición. Hay múltiples ejemplos. El más reciente es el de los porcicultores, que protestaron la semana pasada porque las importaciones provenientes de Estados Unidos están dañando seriamente su actividad. La reasignación de recursos provocada por la liberalización comercial es tan gigantesca, que necesariamente requiere un tiempo prolongado para que las empresas se adapten a las nuevas formas de funcionamiento económico, a la vez que se van generando las condiciones para que aparezcan otras cuyas oportunidades se dan con la apertura.