La Jornada 6 de diciembre de 1998

El doble discurso, reflejo de la doble vida en la política mexicana: Meyer

César Güemes, enviado, Guadalajara, Jal., 5 de diciembre Ť Uno de los libros más esperados por parte de las editoriales mexicanas es sin duda Fin de régimen, democracia incipiente, México hacia el siglo XXI (Océano), de Lorenzo Meyer. Desde la Universidad de Stanford, donde imparte clases, Meyer se ha trasladado a esta ciudad a fin de presentar su más reciente trabajo. Con él es la conversación.

-¿Diría usted que, dentro de los elementos para que podamos hablar de fin de régimen, está el doble discurso por parte de las personas en el poder?

-El doble discurso que tiene el poder no es, en estricto sentido, un elemento asociado a este período de fin de régimen, sino al poder mismo en cualquier lugar y tiempo. Para Maquiavelo, prácticamente resulta imposible suponer un ejercicio efectivo del poder sin que el príncipe -en este caso, la clase gobernante misma- tenga que recurrir al doble discurso. Sin embargo, en el caso mexicano la doblez del lenguaje del poder ha sido un poco más sistemática y recurrente que en otros sistemas políticos. Y la razón está en la naturaleza misma del régimen que hoy está acabando. El doble discurso es un reflejo de la doble vida de la política mexicana. Por un lado está un marco constitucional democrático, pero, por el otro, una práctica de más de ochenta años de autoritarismo antidemocrático. El doble lenguaje o discurso fue una necesidad para Carranza como hoy lo es para Zedillo. Tienen que fingir que se vive en un estado de derecho, aunque la realidad lo niegue todos los días.

-Conforme se desglosa en el libro, es claro que diversas instancias de autoridad se han anquilosado hasta grados muy severos. ¿Basta eso para que luego del 2000 esas instancias cobren nueva vida con otra administración?

-Si en el 2000 tiene lugar un proceso electoral sin el fraude del 88 y sin la falta de equidad en el uso de recursos del 94, la nueva Presidencia tendrá la posibilidad -que no la seguridad- de recobrar parte del lustre que alguna vez tuvo y ganar una legitimidad que no ha tenido desde la elección de Madero en 1911. Sin embargo, no hay que hacerse ilusiones, ciertas instituciones básicas, como la policía, por ejemplo, requieren de mucho tiempo y esfuerzo antes de poder ser en la realidad lo que la teoría supone que deberían de haber sido desde siempre. Y lo mismo se puede decir del Poder Judicial, sobre todo en su base. La nueva institucionalidad va a tomar tiempo, más del que nos gustaría, pero una buena elección en el 2000 puede facilitar el proceso y, por el contrario, una elección fallida en materia de legitimidad lo va a dificultar o, de plano, lo va a hacer imposible.

-Los pronósticos sociológicos apuntan ciertamente a un cambio de partido en la presidencia. Sin embargo, existe la posibilidad de que este no se dé. ¿Qué pasaría con el país en esas circunstancias?

-No es impensable que el PRI mantenga la Presidencia en el 2000, pues la oposición está dividida. Sin embargo, ya no será el PRI que hemos conocido desde 1929 (cuando se llamaba PNR). Será un PRI sin la unidad del pasado, sin el sostén de una Presidencia todopoderosa, sin las arcas del gobierno a su disposición, sin el control de todas las gubernaturas y del grueso de los gobiernos municipales, un PRI que ya no podrá esperar tener automáticamente el respaldo del Ejército y de todo el aparato administrativo. En fin, será un PRI que cargue con todo el peso de su pasado pero sin la fuerza que le dio ser partido de Estado. Un PRI que en las nuevas condiciones es compatible con la democracia aunque sus miembros sigan teniendo la mentalidad que siempre han tenido, la antidemocrática.

-La llamada ``pacificación'' de Chiapas mediante acuerdos con la base zapatista se ve muy a la distancia si es que se logra. ¿Podemos esperar el surgimiento de otros grupos igualmente organizados y con respaldo social que empujen el cambio?

-El surgimiento del EZLN está directamente relacionado con la ausencia de canales institucionales, pacíficos y efectivos para que grupos histórica y sistemáticamente marginados pudieran modificar su situación. Si la institucionalidad democrática cobra cuerpo y fuerza a partir del 2000, y abre canales efectivos de participación a sectores marginados pero organizados, dudo que haya apoyo social suficiente para quienes propongan recorrer de nuevo el difícil y peligroso camino que el EZLN recorrió a falta de otra alternativa. Pero si la nueva institucionalidad se muestra tan inefectiva e insensible como la que había y sigue habiendo en Chiapas o en otras zonas del sur mexicano, entonces sí que podemos esperar que el cambio se empuje a lo EZLN.

Larga duración del monopolio priísta

-Retrospectivamente, ya que le dedica buena parte de su ensayo a la historia de este siglo mexicano, ¿era previsible, primero, que durara tanto, y segundo, que tuviera un término justo con el cambio de milenio?

-Las bases sociales que la Revolución Mexicana le dio a lo que alguna vez fue ``el nuevo régimen'' sí hacía previsible una duración larga del monopolio priísta, pero no una transición tan lenta, tortuosa y prolongada como la que efectivamente hemos tenido. Que el sistema posrevolucionario terminara justo en el 2000 no era previsible, pero sí que su fin coincidiera con el calendario electoral, pues es en esos momentos cuando se acumulan las fuerzas en competencia y la sociedad se moviliza. El fin del porfiriato se inició no porque se cumplieran 100 años de la independencia sino por haber coincidido la vejez del dictador con el calendario electoral. La Revolución llegó a su fin en 1940, en parte porque el calendario electoral facilitó el cambio -esta vez pacífico- de la izquierda a la derecha dentro de la clase política. Finalmente, el neoliberalismo no llegó al poder por la vía electoral pero sí usando muy bien las coyunturas electorales de 1982 y 1988. Lo mismo puede suceder al final del milenio, no por ser el fin del milenio sino porque es el momento en que se vuelven a dar cita los últimos defensores del viejo régimen y sus oponentes para pedir a la sociedad mexicana en su conjunto que se pronuncie sobre el futuro.

-¿A qué considera que obedecen las prácticas antidemocráticas en México si nuestra frontera territorial más amplia es justo con un país en donde al menos desde fuera la democracia es práctica diaria?

-El intercambio a nivel de cultura cívica entre México y Estados Unidos fue insignificante en el siglo XIX. La frontera sólo vino a significar convivencia sistemática en el siglo XX, cuando la tradición antidemocrática mexicana era ya muy fuerte. Y a partir del acuerdo Calles-Morrow -fines de los años veinte-, la gran potencia, pese a decirse abanderada de la democracia, decidió apoyar al régimen autoritario mexicano porque le pareció que éste cumplía muy bien el papel que servía al interés estadunidense: el de mantener la estabilidad política y social en una frontera donde conviven de manera directa, y como en ninguna otra parte del planeta, riqueza y pobreza.

-¿Cuáles son a su juicio los revisionismos que más han afectado el buen desarrollo de México?

-El revisionismo es un término que se usa, sobre todo, en el mundo de la teoría, no tanto en el de la práctica. En cualquier caso, el cambio de prácticas -de principios básicos con los que opera el mundo político- que han afectado el buen desarrollo mexicano, está relacionado con aquellos momentos en que el poder político justificó su apoyo abierto y efectivo a los pocos en detrimento de los intereses de los muchos. Tal fue el caso de los liberales frente a las comunidades indígenas en el siglo XIX, del alemanismo a finales de los años cuarenta de este siglo y del salinismo en la época actual.

-¿Está en posibilidad el actual régimen de recuperar la legitimidad que es casi su única vía de salvación?

-El actual régimen ya no puede sobrevivir. El conjunto de reglas que guiaron el acceso, preservación, distribución y uso del poder -esa es la esencia de todo régimen político- a lo largo del siglo XX ya perdieron eficacia, simplemente no pueden sobrevivir. Si persisten las prácticas actuales acabarán con la comunidad sobre las que pretende ejercerse. Ahora bien, lo que sí puede suceder, pero debemos evitar, es que al viejo régimen autoritario le suceda un nuevo tipo de régimen, ya no ligado a la Revolución Mexicana sino a una propuesta diferente, por ejemplo la reintroducción y mantenimiento del orden. Eso, sí es posible, pero, desde luego, no deseable.