José Agustín Ortiz Pinchetti
Un puente llamado Carlos Fuentes

El municipio panista de Tlalnepantla, encabezado por la alcaldesa Ruth Olvera, inauguró el jueves pasado, ante César Camacho, el gobernador del estado de México, un hermoso puente de medio kilómetro de largo con dos amplias avenidas, que beneficia a dos millones de habitantes. Por decisión del ayuntamiento, este gran distribuidor vial fue llamado Carlos Fuentes.

Esto me parece muy bien por dos razones. Primera: Carlos Fuentes es ante todo un constructor de puentes. Aunque se interesó en su juventud por el derecho y la economía, nunca practicó el arte de los ingenieros; sin embargo, se ha dedicado a comunicar a la gente durante su fructífera vida, que llegó en el pasado noviembre a los 70 años. A través de sus novelas y ensayos ha vinculado la fascinante realidad de México con la realidad cosmopolita. De ahí los destellos, descubrimientos y asociaciones que contiene su obra catedralicia (11 ensayos mayores, 19 novelas, cuatro libros de cuentos, guiones cinematográficos, películas...). Creo que pocos escritores tienen la capacidad de Fuentes de asombrarse y redescubrir su propia cultura. Y quizás ningún otro escritor mexicano se haya expuesto de modo tan riguroso y constante a la influencia de todos los mundos que componen la historia contemporánea. Fuentes ha sido especialista en construir contactos entre el poder y el pensamiento progresista. Y lo ha hecho a título estrictamente personal. Sin pertenecer ni capitanear a ninguna cofradía. Podría utilizar como divisa la que la república liberal utilizaba en sus documentos y monedas de plata dura: independencia y libertad.

Segunda: otra razón para ver con simpatía la decisión del ayuntamiento de Tlalnepantla es de carácter distinto. Por supuesto que los munícipes hacen con gran tino un reconocimiento del trabajo de Fuentes en la literatura mexicana y su homenaje es resonancia de los honores y premios que Fuentes ha recibido en nuestro país y en otras partes. Pero además, a nadie le escapa que el gobierno de Tlalnepantla está integrado por hombres y mujeres panistas de hueso azul y blanco, de ideologías claramente distintas del homenajeado. Esto vuelve el gesto en algo insólito. Rompe con una de las prácticas de negación y de disimulo que criticó Manuel Gómez Morín, fundador de PAN. La izquierda y la derecha en México se han negado una a otra con un vigor feroz. Como decía López Velarde: ``Católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de era terciaria se odian los unos a los otros con buena fe...'', y a veces no con tan buena fe. Llega uno a pensar que unos y otros creen que operan en países distintos. Contra este primitivismo el presidente Benito Juárez recordó, al recuperar la paz y la república en 1867, que todos, progresistas y conservadores, somos finalmente mexicanos.

El episodio del puente de Tlalnepantla hace vislumbrar un cambio que ojalá se consolide: cuando en torno de un mérito indiscutible, los hombres de buena voluntad se reconocen a sí mismos y al talento de su raza en la obra de un adversario, algo positivo está pasando en la cultura política. Y esto es en esencia la tolerancia y el respeto.

Vivimos en una hora de parálisis y de entrampamiento. El gran puente de la transición parece que no va a completarse nunca. Carlos Fuentes, hace unos años escribió que en el fondo todos estamos de acuerdo en lo esencial. Y es cierto. Necesitamos democracia, crecimiento sano de una economía de mercado, superación del capitalismo especulador y monopolista, una intervención del Estado inteligente y compacta, una urgente redistribución del ingreso, un sistema de exigibilidad y rendición de cuentas de todos quienes ejercen la función estatal.

Pero hasta hoy, el endurecimiento de las facciones hace imposible el acuerdo que parece al alcance de las manos. Cierto, los partidos actúan con mucha rigidez pero el gobierno, que tiene la responsabilidad de la iniciativa, parece atrapado en su propio maquiavelismo. Se ha hablado de una iniciativa de la sociedad civil. Algunos dirigentes empresariales parecen tomarla, los católicos, coligados en una confederación de grupos conservadores, están pidiendo la reforma del Estado. Habría que esperar también una propuesta progresista. Personalidades cimeras como Carlos Fuentes la podrían impulsar.

Estamos abrumados por la cercanía de meses ominosos. El futuro político es incierto. El futuro económico, amenazante. Recuerdo que al final de una de las novelas mayores de Carlos Fuentes, dos personajes: Ixca Cienfuegos y Gladys García, que miraban hacia la ciudad de México desde el puente de Nonoalco, en la atmósfera incierta del amanecer, aceptaban como un destino el tener que ``vivir aquí'', no sin una nota de amargura.

Quizás si nuestra generación acepta y responde al reto de la reconciliación y logra un acuerdo de reformas en lo fundamental México tendrá un mejor destino del que hoy, con angustia, podemos prever. Me imagino a una pareja juvenil, viendo dentro de una década o dos a la metrópolis mexicana. Los imagino encaramados en el hermoso puente Carlos Fuentes repitiendo con tono distinto la frase final de su obra maestra: ``Aquí nos tocó... en la región más transparente del aire''.

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