Marco Rascón
Un año bajo el asedio

El 17 de mayo de 1928, la ciudad de México estaba habitada por poco más de 400 mil habitantes. Ese día es liquidada la estructura municipal y el gobierno propio de la capital. Meses después, Alvaro Obregón, el autor, es asesinado, dejando como herencia el esquema político de subordinación de la capital al Presidente de la República, que a su vez la administrará a través de un regente y los delegados. En breve lapso de tiempo, en marzo en 1929, nace el PNR, unificando facciones políticas y militares, suprimiendo opositores y descontentos, repartiendo entre los disciplinados la administración pública, como instrumento de manutención de los políticos en el poder y la ciudad, que con su nueva estructura empieza a crecer bajo estas necesidades insaciables de la nueva clase política, que la convierte en lo que ahora es.

Sin municipios ni gobierno propio, la ciudad no sólo tiene prohibición expresa de elegir sus gobernantes, sino que su función es vital para el nuevo orden político y económico. El Presidente adquiere de ella su propia fuerza para mantener el control y la unidad nacionales, imprimiendo al federalismo su sello centralista. La ciudad sin permiso es condición necesaria del presidencialismo; será la matriz del poder, la mina generosa que impedirá que haya ``políticos pobres o pobres políticos''. Del desarrollo de las nuevas formas de enriquecimiento y utilización de los recursos públicos para el control político nacerá la cultura priísta, extendida a través de los sindicatos, las organizaciones de colonos, comerciantes, empresarios, periodistas, artistas e intelectuales; voceadores, locutores, policías y funcionarios.

El Presidente reparte la ciudad a sus grupos políticos favoritos; la ciudad es una concesión otorgada en tiempos que se renovarán con la llegada del nuevo Presidente. Sin embargo, seis años bastaban para hacer millonarios a los administradores y políticos que tenían como su vía propia de financiamiento, una delegación o una dirección en el DDF. Según la unidad nacional, el PRI era México y la capital su cuna, el sitio donde se depositan los símbolos del poder federal omnipotente. Y como la ciudad es ``de todos los mexicanos'', ésta era en sí el símbolo de la hegemonía priísta, donde ni siquiera valía la pena cuestionarse el origen del poder a través del voto de sus habitantes. El Presidente, convertido en símbolo, era el águila y la serpiente, el escudo, el himno, la lealtad, la Constitución y la ciudad de México.

En 1988 y 1997, la matriz del sistema se cae. La capital se desfasa del poder central y la ciudadanía hace obsoleta la vieja estructura con el voto antipriísta. El caos urbano, los defectos del crecimiento y la imposición de modelos económicos se hicieron más evidentes, al mismo tiempo que resurgían nuevos movimientos y una nueva conciencia ciudadana en defensa de su barrio y colonia; los pueblos en contra de la agresividad de las inmobiliarias fantasma de los funcionarios priístas. El PRI, durante cinco décadas, se financió principalmente mediante los negocios inmobiliarios, invadiendo, fraccionando y vendiendo. El beneficio era político y económico, pues al mismo tiempo que se enriquecieron, ampliaron su base social de apoyo con colonos pobres, invasores y paracaidistas. Metieron gente en los llanos del oriente, en las barrancas del poniente, el norte y el sur; los militares se robaron terrenos durante el callismo y se hizo Polanco, la Roma, Juárez. La ciudad contaminada y desarticulada es la suma de los intereses priístas en el transporte, la industria y el desarrollo urbano. La crisis que provocaron en el campo, descapitalizando y empobreciéndolo, la utilizaron en la ciudad, haciendo florecer los negocios inmobiliarios. La migración del campo a la ciudad fue la bonanza política y económica del PRI, como ahora lo son los ambulantes y la distribución de la fayuca, justificada por el libre comercio en contra de la planta industrial nacional.

A un año del primer gobierno electo, la respuesta ha sido el asedio desde PRI y PAN, pues ambos coinciden en la defensa del mismo esquema financiero que se ha beneficiado de la ciudad y su caos. Ellos articulan, juntos y por separado, a los principales medios de comunicación, pretendiendo convertir la ciudad de México en el centro del conflicto nacional. Ambos han pretendido unificar a la clase política, los sectores económicos, la intelectualidad, la Iglesia católica, en contra del gobierno del Distrito Federal, pues la frustración en el cambio es su única alternativa para el año 2000. La ciudad es asediada, pues cumple la función no sólo de cambiar ella misma, sino de ser la base del cambio nacional; si en algo positivo juega hoy un papel central la ciudad de México, es alentando el cambio en el país.

Sin embargo, haber ganado la ciudad de México no es la ``madre de todas las batallas'', sino un paso intermedio en la búsqueda del pueblo mexicano para sacudirse no sólo al PRI como estructura, sino también como cultura. En adelante, los habitantes del DF, a todos los niveles, estarán ante esa disyuntiva de consolidar e integrar sanamente la capital al cuerpo nacional, o dejarla como una isla, al garete de sus contradicciones internas y con el esquema federal centralista agotado.

A un año de gobierno electo, no han podido destruir con provocaciones y campañas el papel de la ciudad en el proceso político e histórico; esa es la causa de la histeria priísta y panista. La conducción ha sido, pese a la magnitud y la complejidad, un acto de buen gobierno frente a la grave conflictividad social, económica y política que vive el país. Además, el proceso se hace irreversible, pues la gran maquinaria de la corrupción se ha ido desmantelando, al mismo tiempo que avanza la decadencia del viejo régimen y el priísmo.

Hemos entrado al año decisivo para recuperar no sólo la ciudad y hacer de México el país de todos.