El viernes, el gobierno informó que ajustaba su expectativa sobre el precio de la mezcla mexicana de exportación para 1999: de una previsión inicial de 11.50 dólares se pasa a un precio variable. Así, este viernes se indicó que la nueva cotización de referencia se ubica en una banda que fluctúa entre nueve y diez dólares.
Esto significa un nuevo recorte al presupuesto, aún antes de que se apruebe, pues por cada dólar que pierda la mezcla de crudo mexicano de exportación, tomando en cuenta la plataforma de exportación acordada con Arabia y Venezuela para julio de este año, dejan de ingresar al país cerca de 600 millones de dólares, mismos que por el régimen fiscal actual, prácticamente significan una reducción similar en los ingresos fiscales. Así, al postularse esta nueva referencia en el precio del petróleo mexicano, se abre una banda de reducción de entre 600 y mil 200 millones de dólares, que a un tipo de cambio promedio estimado ya en 11.08 pesos por dólar, representarían una merma en los ingresos gubernamentales de entre 8 mil 500 y 17 mil millones de pesos en el presupuesto.
Si bien es cierto que no deja de haber razones para el ajuste, pues efectivamente este viernes las cotizaciones del crudo alcanzaron un nivel aún más bajo que en el verano de 1986, y casi igualaron las de los primeros años de la década de los setenta, no es menos cierto que cambiar los proyectos de Ley de Ingresos y del Presupuesto de Egresos resulta poco serio y manifiesta una terrible debilidad de los técnicos y analistas gubernamentales a quienes se les ha insistido en la necesidad de presentar ante el Congreso de la Unión escenarios alternativos al de referencia (alto y bajo al menos), que incorporen, precisamente, las alternativas que se someten a consideración del Congreso, en caso de que las estimaciones de variables tan importantes como el precio del petróleo o el dinamismo del PIB y sus principales componentes se comporten diferente a lo previsto.
Es momento, entonces, de que las Cámaras exijan al Ejecutivo la preparación no sólo de bandas o rangos para la cotización de referencia del crudo mexicano, sino de escenarios alto y bajo que indiquen con toda claridad no únicamente los correctivos y rectificaciones de política económica a emprender cuando cambien las previsiones de referencia, sino también -acaso con igual importancia- en qué momento se va a aceptar que, efectivamente, se han modificado las bases en que se sustentaba el escenario de referencia y se ha ingresado en el bajo o en el alto.
¿Es suficiente, por ejemplo, modificar el precio del referencia del petróleo para los doce meses de 1999, luego de que en uno sólo las cotizaciones internacionales descendieron 3.5 dólares, haciendo que la mezcla mexicana baje de 10.50 a poco más de siete dólares? ¿Se debe esperar un poco más o, acaso, no debió haberse modificado antes esa expectativa? Similarmente, por ejemplo, hay que preguntarse si resultaría suficiente que durante un trimestre no se cumpla la expectativa de crecimiento del PIB para cambiar el valor esperado de su crecimiento de tres por ciento a un poco menos o, incluso, preguntarse si sería suficiente que en ese trimestre se registrara una tasa superior a la esperada para modificar el presupuesto.
A manera de ejemplo estas preguntas sólo ilustran la tremenda complejidad de las previsiones económicas, pues siempre, y en todos los casos, lo más difícil de enfrentar es, justamente, la incertidumbre. No se pide a los funcionarios gubernamentales, entonces, que se conviertan en adivinos. Ni siquiera en pronosticadores sin errores, a pesar de que técnicamente se deba pretender la minimización de éstos. Pero sí se debe exigir la presentación de escenarios alternativos que clarifiquen las consecuencias derivadas de cambios en las expectativa y en las estrategias y acciones. Se trata, sin duda, de un asunto de honestidad intelectual y de elemental democracia, que no se puede soslayar, de veras que no, diciendo que todo está fuera de control.