La Jornada Semanal, 6 de diciembre de 1998
Novela francesa: ¿el primer sexo?
Ellas se llaman, entre otras, Virginie Despentes, Amélie Nothomb, Linda Lê, Rochelle Fack, Christine Angot, Laurence Cossé, Marie Desplechin, Agnés Desarthe, Anne Wiazembsky, o Catherine Lépront. Entre las 317 novelas publicadas para esta rentrée littéraire, las mujeres han firmado al menos unas 87. Las primeras novelas vienen a confirmar esta feminización de la literatura contemporánea, con 18 nuevas novelistas, por 44 nuevos novelistas. No hay duda de que hoy día George Sand firmaría La charca del diablo con su verdadero nombre: Aurore Dupin. Dos años después del triunfo de Marranadas (ed. POL, ed. Anagrama en español), de Marie Darrieussecq (300,000 ejemplares vendidos hasta ahora), y como una encuesta reciente lo atestigua, dos tercios de los lectores son mujeres, uno se halla tentado a descubrir dentro de esta proliferación de firmas femeninas un efecto de moda, incluso una estrategia editorial. De esto se defiende firmemente el principal interesado, Paul Otchakovsky-Laurens, feliz editor de Marranadas: ``El sexo de los autores me es indiferente. Hombres o mujeres, son escritores.'' Si hay moda, ésta emanaría más bien de esos autores anónimos tentados por la clonación literaria: ``Veo pasar a las imitaciones de Marie Darrieussecq, explica Jean-Marc Roberts, escritor y director literario de la editorial Fayard. Esos son sucedáneos. Era la misma cosa hace cuarenta años con las falsas Sagan.'' Él no ve en esta rentrée femenina más que un ``azar de publicación''.
¿Azar únicamente? No para Olivier Cohen, dueño de las Editions de l'Oliver, que este año publica solamente mujeres: Cinq photos de ma femme, de Agnés Desarthe, A ton image, de Louise L. Lambrichs, Sans moi, de Marie Desplechin, y una primera novela de Hélena Villovitch, Je pense à toi tous les jours. El editor considera que se trata de un justo ``reequilibrio'': ``Hay más mujeres que escriben, lo mismo que hay más mujeres que trabajan.'' Más que la ``literatura femenina'', es la feminización de la literatura lo que le interesa: ``Cierto, hay muchas mujeres en esta rentrée. Pero antes no se había dicho que hubiera muchos hombres. Es la situación anterior la que era anormal.''
La ``dominación masculina'', ha durado no menos de trescientos años. Bastaría haber estudiado con Lagarde y Michard para tomar la medida de esta hegemonía. Pero, cada vez más numerosas, las novelistas reanudan desde Colette con un siglo XVII en el que la literatura podía también ser asunto de mujeres, y ofrecer a la posteridad la Clélie y La Princesse de Cléves. Mlle de Scudéry y Mme de La Fayette eran celebradas en su tiempo.
Es, por otra parte, de esas pioneras que Marie Darrieussecq se siente ``la heredera lejana''. Dice ella: ``Mis contemporáneas y yo no somos sino la parte visible del iceberg. Duras ha roto todos los moldes. Todo el siglo ha trabajado tras ella para que una tuviera hoy un poco de audiencia.'' Evocando el éxito de Lorette Nobécourt, autora notable de La Conversation (ed. Grasset), Raphaël Sorin, director literario de la editorial Flammarion, es categórico: ``Era impensable hace veinte años.'' El constata una ruptura con el militantismo feminista tal como lo practicaban Simone de Beauvoir o Benoîte Groult: ``Se observa un rechazo de esa literatura démodée en Francia, ligada a una disminución de esquemas ideológicos en las mujeres.''
Al seno de la editorial Fayard, Jean-Marc Roberts juzga a las novelistas de esta nueva generación ``más arriesgadas'' que los hombres: ``Lo que ellas escriben es audaz. De sus novelas emana una energía rara, que es lo que más falta en la literatura francesa.''
Cuando no choca, sorprende esta energía. Mucho sexo, y frecuentemente violencia en autoras como Virginie Despentes (se recuerda a menudo su estruendosa entrada en la literatura en 1994 con Baise-moi) o como Alina Reyes, autora de Boucher (ed. Seuil, en español El carnicero, ed. Grijalbo), y que provocó el estupor en marzo pasado con Poupée anale nationale (ed. Zulma), caricatura, a través del absurdo, del universo mental de una fascista. Cada una tiene su manera de liberarse de la hechura clásica de la novela. ``Esos señores no estaban habituados a que una les hablase en ese tono'', comenta prosaicamente Marie Darrieussecq.
Los editores proponen otras explicaciones. Jean-Marc Roberts: ``Se percibe en esta escritura la influencia del cine. Las treintañeras tienen una cultura de la imagen, de la televisión y del cable.'' El crítico Raphaël Sorin descubre también, a través de la primera novela de Héléna Villovitch publicada por l'Oliver, ``una nueva escritura conectada al Internet e influida por la informática''. El también director literario del Flammarion, por otro lado, ha elegido publicar una primera novela de Isabelle Marsay (Le poisson qui rve), que, a pesar de su cultura clásica de profesora, habría escogido deliberadamente una ``estética post-televisiva''...
``¡Ellas tienen alta la moral!'', resume Olivier Cohen, descifrando este renacimiento como la marca de un triunfo de la modernidad. Para él la novela es una ``anti-ideología'': no habría arte sin la afirmación de la identidad. Minoritaria en la literatura, la mujer encarnaría este individualismo, recentraría la novela sobre una de sus constantes: la búsqueda de la verdad y la ``radiografía de los seres'', cara a Proust. ¿Voluntad de venganza? Le preguntamos su opinión a Franoise Sagan, que se lanzó desde hace seis meses, en Normandía, a la lectura de ``pedantes inglesas deliciosas y distinguidas'': ``Esta rentrée comprueba que las mujeres, supuestamente muy parlanchinas, pero que lo son menos que los hombres, se vengan a través de la literatura.''