En la mañana del día en que este perplejo bazarista participó en el homenaje a Efraín González Luna, celebrado en Guadalajara, llegó la noticia de que el gafio matarife Pinochet había sido detenido por la policía británica, a pedido de la justicia española (y, por supuesto, de las justicias de todos los países del mundo que, a pesar de las abrumadoras pruebas en contrario, siguen defendiendo eso que los juristas llaman, ``imperio de la ley''.) Al subir a la tribuna para leer la ponencia sobre el maestro y amigo de este bazarista, don Efraín, se nos ocurrió festejar el ingreso del asesino en cadena al mundo de los privados de libertad. Los jóvenes aplaudieron con entusiasmo y los mayores, un poco a regañadientes, se les unieron. Algo parecido sucedió cuando se propuso recordar al presidente constitucional de la República de Chile, Salvador Allende: los muchachos aplaudieron sin reticencia alguna y los mayores lo hicieron con poca convicción. Debe reconocerse que la mayor parte aceptó la propuesta. Sin embargo, nos percatamos de que un grupo se quedó impávido. Supimos más tarde que lo integran algunos personeros de los grupos de la derecha empresarial que han colonizado al PAN. No ``cacerolearon'' porque no andaban armados. Ellos, sin duda, hubieran apoyado a los ``pro-patria'' de Rodríguez y a los carabineros golpistas. En fin... lo importante del caso fue que una concentración panista celebró la detención de un tirano que se anunciaba como ``defensor del cristianismo'' y aplaudió a un presidente socialista libremente electo por su pueblo. Estos son pequeños grandes triunfos de la democracia y de la decencia. Sin duda González Luna hubiera sido el primero en condenar la asonada cuartelaria y en apoyar al presidente constitucional. El, como Gómez Morín, siempre defendió la idea de que el único camino para acceder al gobierno es el electoral, así como la convicción de que se debe gobernar para cumplir los principios doctrinarios propuestos a los electores durante las campañas políticas. El poder se ejerce para servir a los pueblos, no para la satisfacción y el beneficio de los políticos cuya actividad principal consiste en mantenerse en el candelero a toda costa y caiga quien caiga. González Luna fue, por muchos conceptos, un político atípico que actuaba en la vida pública impelido por un profundo sentimiento del deber y por una actitud moral que, sin vacilación alguna, pueda calificarse de neo-romántica. Compartía con Shiller la noción del alto valor estético de la tarea política orientada al mejoramiento de la convivencia social y el progreso de la inteligencia. Debe recordarse la lúcida y estricta introspección que precedió a la escritura del discurso con el que aceptó su postulación como candidato a la presidencia de la república en 1952. En ella vio al país ``reblandecido y desorientado, el partido débil, yo cansado y sintiéndome cada vez más solo, más abandonado''. Así vivió su intenso drama formado por los siguientes elementos: ``Pavorosa posibilidad de mi candidatura, si los más aptos no pueden o no quieren aceptar el sacrificio. Esfuerzo aplastante, contradicción de mis hábitos, aficiones, planes y temperamento, de mi constitución personal más íntima e inmodificable. Sacrificio de cada momento, incomprensión, deserción, traición. Sentimientos terribles de rídiculo. Enjambre de contrariedades y peripecias en todos los órdenes de mi ser y de mi vida.'' Así, don Efraín, traductor de Joyce y Claudel, amigo de Maritain, lector incansable e inteligente, demócrata sin tacha, se echó a andar por los caminos (con algunas compañías estrambóticas, como por ejemplo, los sinarquistas) del país en épocas oscuras para la democracia electoral. A lo largo de nuestra historia, son pocos los políticos capaces de una lucidez reflexiva y de una sinceridad tan estremecedora como la de González Luna. Podemos proponer una lista tentativa: Hidalgo, Morelos, Alamán, Juárez, Madero, Vasconcelos, Lázaro Cárdenas, José Revueltas, Demetrio Vallejo, Gómez Morín. Todos ellos, al margen de sus distintas posiciones ideológicas, enfrentaron la vida pública manteniendo la fidelidad a sus principios y una clara actitud moral. Por eso damos la razón a Tabucchi cuando afirma que la política es una tarea intrínsecamente mala, pero que se salva en parte gracias a la actitud y a las virtudes de algunos políticos. Esta frase, aparentemente paradójica, produce una aplastante sensación de realismo sin concesiones, pero deja abierta una rendija a la esperanza, avizora una débil luz al final del tenebroso túnel de lo inmediato, de lo pavorosamente concreto. Tabucchi nos da tres nombres de políticos de nuestro tiempo que se ajustan a las exigencias de la bondad y de la virtud: ``Gandhi, Gandhi y... Gandhi''. Tiene razón, pero, tal vez, puedan agregarse otros nombres, otros muy poquitos nombres. Haga el lector su lista. Ahora, a la distancia, este bazarista recuerda el magisterio moral e intelectual de Efraín González Luna. Lo agradece y lo celebra, pues sirve de orientación a los que se aventuran por los senderos de la política inspirados por la compasión, la sensatez y el más sencillo y antideclamatorio de los patriotismos. Aquel que preconiza López Velarde en su ``Novedad de la Patria'' y que se refiere a las cosas entrañables y mínimas, a la sencilla y esencial épica del pan cotidiano, del respeto a los otros y de la libertad que debe ser como el sol que sale todos los días y lo hace para todos.
HGV
Antonio Marimón, in memoriam. La semana pasada falleció, tras una larga y penosa enfermedad, el poeta, novelista y periodista Antonio Marimón, nacido en San Rafael, Córdoba, Argentina. Antonio ejerció la multiplicidad dentro de la literatura: lo mismo entrevistaba a Octavio Paz sobre política, que hacía una crónica sobre el Púas Olivares o sobre la otra pasión de su vida, el futbol. En sus últimos años, Marimón escribió con la fiebre y la urgencia que secretamente esconde la enfermedad; por ello están a punto de publicarse tres libros que dejó a la imprenta y al lector para pervivir un poco más allá de su vida natural: las novelas Aquí llega el sol, en la Col. El Guardagujas, del Conaculta, Mis voces cantando, en Era, y la recopilación de sus mejores crónicas periodísticas, El último tango en Buenos Aires, Diego. El equipo que hace La Jornada Semanal envía un sentido pésame y un gran abrazo a la compañera de Antonio, nuestra amiga y colaboradora Lelia Driben.
La UNAM y sus jóvenes académicos. El pasado martes 24 de noviembre, la UNAM entregó la tradicional Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos 1998, donde se hace un reconocimiento a los investigadores y docentes que hicieron por su destacada trayectoria en las siguientes áreas: Ciencias, Humanidades y Creación Artística y Extensión de la Cultura. Los premiados fueron, en Ciencias exactas, naturales, sociales y económico-administrativas: Víctor Manuel Romero Rochín, Vicente Talanquer Artigas, Rafael Navarro González, Luis Felipe Jiménez García, Elena Lazos Chavero, Alfredo Andrade Carreño, Luis Miguel Galindo Paliza; en Humanidades, Diseño industrial y Arquitectura: Pilar Máynez Vidal, Raymundo Morado Estrada, Ana Luisa Guerrero Guerrero, Laura Patricia Martínez Padilla e Ignacio Kunz Bolaños; y en Creación artística: Rosa Beltrán çlvarez (que, casualmente, también es subdirectora de este suplemento, por lo cual compartimos un poco el honor con ella). Felicidades a todos estos académicos, y que haya más (premios, por supuesto).
Extraño lapsus. Por una lamentable omisión, ¿o acto fallido?, en la sección ``Fichero'' del domingo pasado no pusimos el nombre del autor del libro de poesía Las 12:00 en Malinalco, que es ni más ni menos que nuestro colaborador y amigo Víctor Manuel Mendiola. Desde aquí le pedimos disculpas y le repetimos el anuncio, pa' que no se caliente.
``Diciembre me gustó pa' que te vayas''. Como bien dice José Alfredo, este es el mes de los finiquitos y los ajustes de cuentas, los aguinaldos y la suspensión o terminación de muchos espectáculos culturales. Por tanto, pondremos a continuación una lista de algunas obras tanto dancísticas como teatrales que concluyen, para que usted, cultísimo lector, se apresure a asistir.
En danza, se termina Picnic. Fragmentos de una historia del legendario hotel X, de la compañía UXOnodanza, bajo la dirección de Raúl Parrao, en la Sala Covarrubias del Centro Cultural Universitario. La funciones serán miércoles, jueves y viernes a las 20 hrs., sábado a la 19 y domingo a la 18 hrs. La temporada culmina el 13.
En teatro, Ventajas de la epiqueya (no, no es albur), original de Luis de Tavira y dirigida por Philippe Amand, baja el telón el domingo 13 en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón (para no variar en Cultisur), a las 18 hrs. Las otras funciones son jueves y viernes a las 20 y sábado a las 19.
Cura de espantos, basada en textos de Shakespeare, Sade, Paz, Calderón, Allende, poesía náhuatl y del Taller de Investigación Teatral de la UNAM, bajo la dirección de Nicolás Núñez. Asómese usted, parapsicólogo lector, a la Casa del Lago (Bosque de Chapultepec), a ver qué resulta de esta extraña mescolanza. Funciones: jueves y viernes, a las 20 hrs., sábados y domingos a las 19, hasta el 19 del corriente. Nomás cuesta 30 pri-panenses consensados.
CG-T
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Hace 200 años Giacomo Casanova murió en el castillo de Dux y dejó un extenso manuscrito para cortejar a la posteridad. Sus Memorias lo convirtieron en arquetipo del libertino ilustrado, que seduce y estafa mientras platica de metafísica. A diferencia de Don Juan, Casanova no conoce el remordimiento ni el castigo. El siglo XX ha sido escaso en felices erotómanos públicos y pródigo en don juanes victimados, desde el protagonista de La carrera del libertino, la ópera de Stravinski con libreto de Auden, donde el seductor se casa con la mujer barbuda del circo, hasta el presidente Clinton, que ni al bombardear Sudán logró disminuir la atención mundial por sus erecciones y sus tristes escarceos en la Oficina Oral. Uno de los pocos personajes de nuestra era capaces de reclamar el harem triunfal de Casanova es Hugh Hefner, dueño y, sobre todo, protagonista de Playboy. En primera instancia, la vida de Hef, como le dicen los subordinados que juegan a ser sus amigos (según Buck Henry, sus íntimos le dicen Ner), semeja una pesadilla. El editor más exitoso del planeta rara vez sale de su casa y deambula el día entero en piyama. Su bebida favorita es la Pepsi (en los grandes días bebe más de veinte) y su platillo de lujo, el pollo frito. A nadie le extraña que en la feria de las celebridades Michael Jackson busque los huesos del Hombre Elefante y Elizabeth Taylor un diamante del tamaño de una angina. El plutócrata de las revistas que se leen con una sola mano podía escoger cualquier capricho. Sin embargo, su existencia en bata y pantuflas semeja una gripe de 30 años o ``un caso terminal de depresión'', como escribió Martin Amis. ¿Vale la pena tener un Olimpo particular para convertir la ambrosía en Pepsi? En primera instancia, no. Pero Hugh Hefner es el zar de la segunda instancia. Su mansión de California tiene en la puerta una placa de oro con la leyenda Si non oscillas noli tintinnare (si no oscilas, no toques). El mundo hace una pausa, traga saliva y se anima a conocer lo que Hef hace sin piyama. Sin embargo, para pasar el umbral no basta el arrojo. El huésped es escrutado por un sistema de video, un aparato detector de metales y una flotilla de guardaespaldas que sólo se distinguen de los humanoides de la ciencia ficción porque mascan chicle. Después de este protocolo de cártel del narcotráfico, se halla el paraíso donde Zeus se llama Hef. Obviamente, la manera más sencilla de conocerlo consiste en ahorrarse la molestia de ser famoso para recibir una invitación y sintonizar el canal de Playboy. La biografía de Hefner es, a fin de cuentas, la más pública de las vidas privadas. La diferencia básica entre él y los demás es estadística: se despierta a las dos de la tarde, ve cuatro películas diarias, tiene 48 habitaciones y una renovada dotación de 20 bellezas desnudables. ``¿Es esto normal?'', pregunta el adolescente que busca con dedos trémulos la página de Playboy en Internet. Por supuesto que no. Mientras el vulgo municipal se contenta con ver cuerpos cuyo único relieve es la grapa en el ombligo como un piercing accidental, Hefner vive en una Disneylandia hard core donde se puede ser el más pueril de los adultos, repleta de juegos eléctricos y tangibles mujeres en lencería. Cuando los Rolling Stones se hospedaron ahí, sólo Bill Wyman calificó como ``caballero''. ¿Qué significa esto en la mansión? Jugar al menos un partido de backgammon antes de lanzarse sobre una playmate. ``Hice mi revista por una sola razón: para coger mucho'', explicó el adorador de los pechos neumáticos en la entrevista que se concedió a sí mismo en enero de 1974 para celebrar el aniversario número 20 de Playboy. El próximo mes, el emporio cumplirá 45 años. A estas alturas, resulta imposible distinguir los productos de la corporación del estilo de vida de su dueño. Hefner es un paradigma de la intimidad convertida en relaciones públicas, un semental con agencia de prensa (desnuda a sus special ladies en la revista y da a entender que tiene un orgasmo por cada Pepsi.) A los setenta años, se ha convertido en profeta del Viagra (``es una droga recreativa'') y en el soltero senil más cotizado de Estados Unidos. Estamos ante una mezcla de James Bond, Casanova y Zeus. De 007, le apasiona la combinación de rubias serviciales y aparatos. Su rutina entera depende de la tecnología y comienza en una cama giratoria con mandos para ver películas o rotar a 38 revoluciones por minuto como un hit de los años sesenta. Gracias a su batería de electrodomésticos, este sociable eremita puede vivir sin pisar la calle y entretener a sus huéspedes. Con Casanova comparte la noción de que la mujer es un cuerpazo con senos poderosos (ambos son claramente tetacéntricos) y que vale la pena frecuentar a los grandes hombres para hablar de lúcidas frivolidades (entre sus cronistas se cuentan Gay Talese, Norman Mailer, Tom Wolfe y Martin Amis; entre sus invitados, Muhammad Alí, Joe DiMaggio, Sinatra, Count Basie, Nureyev y ¡Evtushenko!) Pero es a Zeus a quien más imita. En vez de rayos se sirve de botones y vive retirado en una caverna. Como el Zeuz del Monte Ida, que Eurípides retrató en Los cretenses, o como Tezcatlipoca, que formó el cielo en el centro de la Tierra, la deidad del conejo con corbata de moño vive alejado del sol y dispone de grutas dentro de su gruta. La más célebe es el jacuzzi donde recibe a sus elegidas. Hefner se ha construido una matriz para no crecer, un ecosistema del infantilismo y el deseo primario. Que se haya salido con la suya en un siglo de represión e hipocresía es una buena noticia. El reverso de su existencia en piyama son las mujeres que un buen día pasan a la madurez, y que no tienen biografía.
Quiero que se fijen bien en esta escena: cuatro hombres están escondidos casi debajo de los automóviles en la fila para cruzar la frontera más larga del mundo. Se hacen señas unos a otros, agachados como están, tensas las manos en las defensas frías de los automóviles, cuando se apoyan para cambiar de lugar. No desean ser vistos. No, al menos, por el momento. Los automovilistas, oyendo sus radios, no saben que, si miraran por el espejo retrovisor, alcanzarían a atisbar cuatro sombras fugaces cambiando de refugio, avanzando, rápidos e inseguros, hacia adelante. Los fugitivos se mueven con rapidez, casi por debajo de los autos. Tienen las narices en los escapes. Si ustedes observan con atención, podrían sentir cómo las respiraciones aceleradas están acompasadas con las gotas de sudor formando pequeños charcos en sus manos, cómo ese sudor parece limpiar las defensas polvorientas de los autos, y qué sonido produce el tenue rechinido de esa operación, entre cláxones y rodar de llantas. Las manos sudorosas de los fugitivos están limpiando autos gratis. Otro día, si todo sale bien, les pagarán por eso mismo. Y en dólares. Los cuatro fugitivos se agachan de nuevo, ahora atrás de ese tráiler de carga que está tardando horas en la revisión de los papeles. Los policías aduanales actúan lentos pero seguros. Miran a los ojos detrás de lentes oscuros, usan detectores computarizados, perros olisqueantes, soldados. Son amigos, ellos, van a tomar cerveza juntos, comentan chismes de Entertaiment Tonight, se preocupan por el colesterol y las deudas. Los fugitivos acaso se conocieron hace muy pocos días. Unos confiaron en los otros: no gastaron más de lo necesario en tragos, no se fueron con ninguna puta que pudiera desfalcarlos al alba, no hablaron mucho entre ellos. Sólo unos ``¿nos cruzamos por el freeway pasado mañana?'' y ``Sí, podría ser.'' Casi todos ya han sido deportados por los policías de migración alguna vez. Sólo uno, un muchacho, no ha sido golpeado hasta oír cómo se rompen sus propios huesos -que hasta parecen ya de otro-, ni ha sido esposado contra una camioneta de la patrulla fronteriza. El muchacho es el único que no tiene miedo. No suda, mira a los demás con cierta displicencia, gesto que los demás toman casi en broma. El muchacho es el último en la fila detrás de los autos. Nadie se lo ha pedido, pero él ha estado ayudando durante toda la operación de fuga a un hombre canoso que tiene algún tipo de lesión en la pierna. Cojea. El muchacho lo ha estado tomando del brazo para ayudarlo. Y aunque quizás lo haga porque le recuerda a su propio padre. Pero el hombre canoso se siente incómodo y, en cuanto llegan a cuatro autos de la salida, ahí donde se levanta una caseta blindada y empieza el cordón militar que vigila la frontera más larga del mundo, ahí, el hombre canoso se suelta del brazo del muchacho y se adelanta. -No mires para atrás- parece gritar. Y en ese instante las pantorillas y muslos de las ocho piernas se tensan y toman impulso del primero y único instinto disponible: correr. Corren, echando la tierra hacia atrás, se proyectan en forma de cuerpos compactados por la adrenalina, el mundo se congela en los sonidos a su alrededor, de pronto lejanos por una trampa del miedo. Cruzan la línea fronteriza por el lado izquierdo de la caseta. El hombre canoso, cojeando, va hasta adelante, quizá debido a que avanza a saltos largos, impulsándose con la pierna sana. Corren los fugitivos y acaso escuchan el ruido de los motores de la patrulla fronteriza atrás de ellos. El muchacho voltea a ver a qué distancia están de ellos, pero sólo alcanza a deslumbrarse con cientos de luces. Y sigue corriendo así, medio ciego. Y ahí van los corredores. Vistos desde arriba no son sino fugitivos de un país pobre entrando ilegalmente a uno rico. De cerca, sin embargo, son cuatro hombres aterrorizados en su último intento por huir, a costa del pánico. No conocen más recurso que la adrenalina. Desde que nacieron. Y ahí van con la policía atrás de ellos, internándose en la noche. Todos hacia la noche, menos el muchacho quien, deslumbrado todavía, sonríe al ver ante sus ojos tres manchas rojas, seis amarillas más pequeñas y cientos de puntitos blancos muy intensos, como estrellas, como las estrellas de la bandera. Sabe que es una invención de sus retinas, desacostumbradas a captar la luz de tantos automóviles y torretas militares juntas. Pero sonríe. No puede ver sino su propio deslumbramiento. El estallido de la risa. Y es una lástima. El sigue corriendo sin saber que está perdido. Que en exactamente tres segundos un automóvil a gran velocidad sobre el freeway lo arrollará sin piedad. Y quiero que, cuando miren una escena como ésta, corran a recoger el cuerpo y me lo traigan. Les daré cien dólares por cada riñón sano que haya adentro.
``Elige para tus retratos la luz del atardecer, porque esa es la hora de la luz perfecta'', dice Leonardo en su Tratado de la pintura. Y he oído decir lo mismo a fotógrafos de cine y a Guita, porque esa luz amansa los brillos y redondea los objetos. Además es luz dorada. Como dice el verso de Góngora al Conde de Niebla: ``Ahora que de luz tu Niebla doras.'' Niebla es la ciudad del conde, y en un típico juego barroco es también calina o niebla que su sola presencia ilumina y dora. Se habla con frecuencia del intrincado juego verbal de Góngora, menos de su carácter visual, tan airoso como el conceptual. Pero ¿es esa la luz perfecta?, ¿cuándo la luz es perfecta? Digamos, por lo pronto, que la luz no es persona dramática en los cuadros de Leonardo ni de los maestros anteriores al gran Caravaggio. Esa es luz cenital, pareja, luz del Olimpo, serena, bondadosa, imperceptible. Caravaggio y los tenebrosos hacen protagonista a la luz con la irrupción de la sombra en los cuadros: la sombra, la tiniebla, por lo tanto, la luz. Porque la luz, en tanto luz, sólo se percibe cabalmente en combate con su opuesto, la oscuridad. Y así nacen los dramas de la luz. Rembrant, como se sabe, los llevará a un extremo de perfección, y George de La Tour, el jansenista barroco, el austero maestro de la danzante luz de una vela, a otro. Escribe Paul Westheim en Mundo y vida de grandes artistas, libro que no me canso de releer una y otra vez: ``Al cerrar el siglo XVI vivía en Silesia un zapatero. Se cuenta que un día vio en un muladar un vaso de estaño, viejo e inservible, donde se reflejaba el sol. Lleno se asombro y emoción, dijo para sus adentros: `es un trasto viejo, y sin embargo, está en él todo el sol'. Decíase que desde entonces `empezó a entregarse a los pensamientos profundos'.'' Ese hombre, Jacobo Boehme, llegó a ser un gran teósofo y místico. En sus ``horas de meditación'' reunía en torno suyo a numerosos alumnos; escribió varios libros, entre ellos una de las más bellas obras teosóficas. De él se ha podido decir: ``Por una súbita intuición comprendió que en este mundo todo se manifiesta sólo por su contraste: la luz por la oscuridad; lo bueno por lo malo; el sí por el no; Dios por el mundo; el amor de Dios por la ira de Dios. Y que, por lo tanto, todo ser no sólo consiste en los contrastes, sino también existe gracias a ellos, pues únicamente a ellos debe su existencia.'' Cuando Jacobo Boehme murió, en 1624, un joven llamado Rembrandt van Rijn, que vivía en el extremo opuesto del imperio alemán, en Holanda, se iniciaba en la pintura. Se ignora si Rembrandt sabía algo del zapatero metido a filósofo. No es muy probable. Pero la verdad que a Boehme le fue sugerida por un trasto viejo y que hizo que de ahí en adelante ``se entregara a los pensamientos profundos'' la intuyó también Rembrandt''. Los chinos dicen algo muy parecido, pero explicitan que en el Tao se anulan los contrarios, ya nada es pequeño o grande, lejano o próximo, feliz o desdichado, ya no hay luz ni tiniebla. Claro que esa anulación de contrarios, como la certidumbre de Boehme de que el amor de Dios se expresa por su ira, parece inalcanzable y milagrosa. Pero podemos fantasear un poco, ¿cómo sería? Una manera podría ser congelar lo temporal y trasladarlo a términos espaciales. Mozart cuenta en una carta que un día oyó una nueva composición ``toda al mismo tiempo'', en un sólo trazo, como un dibujo o una escultura. Dios ve así tu vida, supongo, ``toda al mismo tiempo'', y claro, en lo que capta así ¿puede haber desdicha o felicidad? Otra manera de anular opuestos nace de que muchos de ellos no son contrarios verdaderos, sino sólo aparentes. Por ejemplo, alto y bajo, lejano y próximo, son relaciones, maneras de situar, no más opuestas que a derecha o a izquierda, que no sentimos como contrarios. Tampoco blanco y negro, por ejemplo, son opuestos. Podríamos, por ejemplo, decir que ambos son tonos de gris: al gris más claro posible, lo llamamos ``blanco'' y al más oscuro, ``negro'', y no serían opuestos, sino, al revés, un mismo color en tonos diferentes. La raíz psicológica del pensamiento por contrarios, tan persistente en el humano, es que trae consuelo: lo bajo existe para que exista lo alto, sin sufrimiento no advertiríamos la dicha, la alegría presupone la posibilidad de tristeza, etcétera. Así, hay lógica en las cosas, hay racionalidad hasta en lo atroz. Por último, ya en esta cuerda: a la luz perfecta no la podemos percibir. Está en Dios, es inimaginable, pues, como dicen los místicos, la luz prodigiosa que percibimos no es más que la sombra de Dios. Así que ¿cómo podrá ser esa otra luz, la perfecta y verdadera? Pero esa experiencia ya no podemos siquiera fantasearla.
y David Huerta, en orden alfabético.
``Jardines del Tiempo. Capillas de velación.'' También la propaganda tiene derecho a ser poética, aunque con frecuencia sus imágenes acaben sofocadas por el afán de proclamar los absolutos beneficios de una cosa -en este caso, el beneficio de que nuestros muertos alcancen una eternidad aireada y luminosa. El aspecto blindado de los sarcófagos hace pensar, sin embargo, que todo el lirismo concentrado en esa firma, ``Jardines del Tiempo'', en realidad esconde una ausencia, como esas colonias que en las ciudades revestidas de asfalto promueven escenarios campestres: ``Residencial Bosque de los Sauces.'' En los velatorios se verifica una modalidad bastante desmedrada de un ritual tan antiguo como el hombre. Pero aquí el tiempo de lo inusitado no aparece: el protocolo del pésame, la indumentaria de los asistentes, las colas para llegar a la viuda y los huérfanos, la comparecencia de los ilegítimos, los chistes sobre monjas y zorrillos, la insistente alabanza del difunto, la pulcra instalación de flores y coronas, toda la etiqueta consabida responde a los mismos códigos que ordenan la vida rutinaria. ¿Cómo alcanzar la dimensión de lo imaginario en estas recepciones dedicadas a refrendar las normas de la existencia cotidiana? ``Jardines del Tiempo'' nos vende un ideal de las sociedades de consumo: un tiempo raso en el que la irrupción de lo insólito se da por descartada; un tiempo inapelable, sin juego, sin fiesta, sin poesía. En el umbral del misterio, la inmutabilidad extiende su niebla sobre la imaginación. Regidos por un instinto poético, los rituales funerarios permiten vislumbrar vida y muerte como totalidad inseparable. Más allá de la idea que se tenga sobre la existencia del trasmundo, el ritual nos coloca frente a las ilimitadas posibilidades del ser. Por un momento el otro barrio y la otra orilla se nos revelan como instancias ligadas a este mundo. De la funeraria, en cambio, se sale con la ominosa impresión de que el muerto, la muerte y los vivos son lo mismo. Al separarnos del misterio nos alejamos de lo real, perdemos mundo. ``Tenemos una sensación de cataclismo. Nos sentimos amenazados. Miramos desde un futuro incierto hacia un futuro incierto.'' Hace más de 50 años el poeta estadunidense Wallace Stevens describió con estas palabras lo que él mismo llamó ``la presión de lo contemporáneo''. Todos sentimos la necesidad de oponernos a esa presión en la experiencia de la poesía. Cada día exploramos alguna forma de romper el cerco de la incertidumbre, tan estrechamente ligado al cerco de lo establecido. A veces basta mirar atentamente para descubrir mundos más ricos en lejanías imaginativas. ¿Quién no ha tenido la impresión, en medio de un paisaje confuso, de ganar horizonte al observar un globo que se aleja? Vivimos pendientes de estas pequeñas revelaciones que nos redimen de la monotonía del tiempo productivo. Los mismos hombres que sin remedio acuden a velar a sus muertos en las funerarias, esas oscuras intendencias del Paraíso, se empeñan cada día en suscitar la aparición de un orden diferente. Y esa inclinación de la tribu es idéntica a la del poeta que en nuestros días busca escribir un aquí en la ciudad fragmentada. La ambición de libertad en la poesía es semejante al deseo de libertad en la vida. Eliseo Diego ha dicho que el don del poeta consiste, en todo caso, en expresar como un todo lo que se percibió como un todo. La poesía, en un primer estadio, radica en aquellos aspectos de la realidad que delatan la presencia de lo extraordinario. En ese sentido, lo poético surge de una circunstancia común a todos. El trabajo del escritor consite en trasvasar a la materia idiomática esos momentos de ruptura. El ciclo de la comunidad en la poesía culmina cuando el lector (``el otro sin el cual nada habría'' le llama el mismo Eliseo Diego) re/crea la experiencia originaria a partir de la palabra dispuesta por el poeta-artesano. Vuelvo a Wallace Stevens: para el hombre de hoy, nos dice, la verdadera libertad es una libertad nunca antes experimentada. Nos libera la poesía de lo contemporáneo: todo es nuevo bajo el sol y el paso al otro lado de las cosas está por suceder. Veamos la manera en que un poeta consigue capturar la intuición de lo maravilloso a través de una materia casi intangible, hecha de preposiciones, artículos, nombres y pronombres, verbos conjunciones y adjetivos:
Entre la flor que tomo y la que doy,
Este breve poema de Giuseppe Ungaretti, titulado ``Eterno'', es un ejemplo inmejorable de que los mundos poéticos están ahí, bien a la mano, listos para ser descubiertos por un hombre agobiado ante la omnipresencia de la técnica, la pérdida de realidad y la crisis de los significados. Y desde estaÊevidencia podemos atisbar dos orillas opuestas de lo humano: las pompas fúnebres disfrazan al cadáver, intentan disimular un vacío tras la imagen de unos jardines insulsos; el poema delimita el instante y le otorga, frente al abismo de la nada, una forma visible.
Dos artistas pertenecientes a generaciones sucesivas, Raymundo Sesma y Enrique Jezik, exponen actualmente en la galería Nina Menocal. Si bien es difícil encontrar algún tipo de parentesco entre sus abordajes formales, hay entre ellos un punto en común: ambos suelen introducir en sus obras el lenguaje de los ciegos como parte el sistema iconográfico, a modo de postura crítica que expande un arco en el que se entrecruzan lo estético y lo social. Desde distintos enfoques, en efecto, uno y otro autor confrontan al acto de ver con su opuesto, a partir de ese punto de álgida consustancialidad con respecto a la obra que es la mirada. Una y otra operación llevan implícita, por lo tanto, una socavación de la mirada: la perspectiva crítica nace de ella y abre distintos encadenamientos simbólicos que acoplan otro cruce inserto en la memoria personal. Entre 1984 y 1985 Raymundo Sesma realizó un libro editado por Gráfica Uno de Italia -país en el que este artista mexicano vive la mitad de cada año- cuyo contenido reproducía en escritura Braille un poema de Jorge Luis Borges. Ese trabajo posee un trasfondo conectado a la historia íntima de su autor: la ceguera de su propio padre y el duro aprendizaje del idioma táctil: la evidente analogía con el poeta ciego decanta una incisión a fuego desde otro tipo de signos que calan su escritura en la intangibilidad de lo privado. Ahora, los monumentos y personajes del pasado en medio de circulares ideogramas en Braile que exhiben los cinco cuadros expuestos en Nina Menocal, aluden a la degradación y pérdida del sentido de esos monumentos en la época actual. Y la instalación simultánea a esta muestra- de una columna-jaula hecha con hierro entre las columnas del último patio (el no restaurado, el que conserva la corrosión del tiempo) en el Centro de la Imagen, abre otro giro de la oclusión visual. ``Mysteria'' -tal es su título- significa en latín ``iniciar'' como ``la acción de cerrar los ojos y la boca para recaer en la propia oscuridad'' explica Sesma citando también a Plotino con sus propias palabras: ``el ojo no podía ver el sol si no fuese él mismo un sol'', es decir, la mirada replegada hacia su propio interior para ver, aprehender, saber.
Raymundo Sesma ha participado dos veces en la Bienal de Venecia. Este año expuso pintura y video en la galería Les Filles du Calvaire, Art Contemporaine de París; un video instalación en el Civico Museo Rivoltella de Trieste, Italia; y otro video en el Palazzo delle Esposizioni de Roma. En México, se lo pudo ver en el Museo Carrillo Gill, durante la gestión de Silvia Pandolfi. En obras anteriores de Enrique Jezik la nomenclatura Braille aludía, desde su carácter cifrado para el lector común, a otro tipo de antítesis que discurre entre el ocultamiento y la puesta en claro de una serie de hechos. Su marco de referencia, inscrito igualmente a fuego sobre la identidad de este artista, debe buscarse en la historia reciente de la Argentina, su país natal. Por eso la afirmación contra el olvido emerge como una constante en sus realizaciones y puede resumirse mediante una decisión nunca bastante reiterada: la de mantener vigente la memoria del genocidio implementado por la dictadura militar argentina con un costo de 30,000 desaparecidos. Los dibujos y la instalación que ahora presenta Jezik en la sala de la colonia Roma expanden la referencia bélica para nombrar, críticamente, el estado de las cosas en el mundo globalizado de hoy. La afirmación de un gobernante transcrita sobre uno de los muros de la galería lo condensa brutalmente: ``nuestro país será una potencia mundial aunque el pueblo tenga que comer pasto''. Y la áspera, pesada densidad del plano inclinado sobre el que el autor ha perfilado el mapa del planeta, en total contraste con los sintetizados dibujos de las balas, instaura la metáfora de una ferocidad polarizante que pertenece a lo real. Difiere, asimismo, hacia un segundo plano, el recorrido irregular de lo visual.
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