La Jornada Semanal, 6 de diciembre de 1998
Sergio Pitol,
Soñar la
realidad,
Plaza & Janés Editores,
México,
1998.
Así como el proceso de traslado a otra lengua puede aportar al traductor una lectura distinta del texto, al darle a éste más cuerpo y dimensión y volver al intérprete un tercer lector, así también el realizar una antología podría brindar una visión nueva, hacia adentro y hacia afuera, de un género o de un autor en particular. Además, la antología, de ser considerada a su vez como un género literario, será el del instante fugaz. Pues apenas plasmada en libro, para bien y para mal, se transformará en una estatua de papel.
Si a esto le sumamos el hecho de que el antologado es en algunos casos el mismo compilador, el asunto se reviste de mayor interés; aunque, también, de cierto conflicto. El resultado obtenido se cubrirá por otro lado de un curioso halo. Quizá no frente al lector no iniciado, pero sí, desde luego, ante el visitante frecuente de la literatura del escritor. En este último caso, el gusto de la relectura se completará con el placer de la polémica callada entre lector y autor, en un juego de tú a tú por las preferencias personales.
El subtítulo con que Sergio Pitol abre su reciente antología personal, El sueño de lo real, manifiesta una leve e inquietante variación frente al nombre original del libro (Soñar la realidad). En contraste con aquél, el introductorio terminará siendo casi un pie de grabado goyesco. También se notará en este primer texto del volumen una confusión entre la condición de prólogo y la de ensayo biográfico en el estilo de los incluidos en El arte de la fuga. Y es que el primer texto resulta en cierta forma una extensión natural de las ficciones y ensayos incluidos en la antología personal. A partir de una sutil derivación de esta ambigüedad, propuesta por el autor, podríamos comenzar a adentrarnos en el sendero que ha seguido la selección de textos propios realizada por Segio Pitol. Y también aproximarnos, a través de las palabras de presentación allí incluidas, junto con la evolución de su forma de leer y de leerse, a la manera en que hoy en día Pitol comprende el proceso de la escritura.
De hecho, esta suerte de acercamiento iniciático al libro mucho tendrá que ver, como tantas otras páginas de ficción o ensayo de este autor, con la memoria y la iniciación personal. Sobre lo primero cabría citar justamente la idea con que el autor abre el libro, pues allí se manifiesta la enorme diferencia que hay entre antologar la obra de alguien más y buscar en la de uno los elementos valiosos y en verdad representativos:
Regresar a los primeros textos exige del escritor adulto una activación de todas sus defensas para no sucumbir a las malas emanaciones acumuladas con el tiempo. ¡Más valdría un voto de no dirigir nunca la mirada hacia atrás! Se corre el riesgo de que esta vuelta se transforme en un acto de penitencia o expiación o, lo que es mil veces peor, se llegue uno a enternecer ante inepcias que deberían avergonzarlo.
De cierta forma una antología, ya sea personal como hecha por un compilador ajeno al proceso de creación, buscaría dar, en palabras extraídas de un título del propio Pitol, el cuerpo presente o en presente del autor. Esto implicaría, no obstante, sacrificar ciertos materiales en función de un presunto trato igualitario a los mismos. Pitol procedió en su selección aplicando el criterio de no cortar sino incluir sólo textos completos, ya fueran éstos de ficción o de ensayo. Claro que, en su caso, sucede que en la producción narrativa muchas veces se entromete la ensayística, y viceversa.
En este sentido, junto a narraciones primerizas nacidas de anécdotas escuchadas en la infancia, de historias llenas de ``desastres, maldades y venganzas'', comoÊ``Víctor Ferreri cuenta un cuento'' o ``Amelia Otero'', el autor veracruzano optó por incluir obras de mediano formato, si se me permite la expresión, anfibias: cuentos de mar y tierra, de sueño y vigilia, de realidad y fantasía, que se mueven entre la ficción, los recuerdos y ese regodeo ensayístico siempre original y cosmopolita en el caso de Pitol. Trabajos, estos últimos, que en una cierta medida, además de mostrar los gustos en cuanto a la cultura, los viajes y las amistades, llegan a complementar y trascender el ars poetica de Pitol -también incluido, por cierto. Ya se trate de crónicas o de ficciones, en algunos de los textos considerados por Pitol aparecen dos presencias importantes en su formación como escritor y en sus inquietudes como viajero: Carlos Monsiváis y el narrador y cineasta Juan Manuel Torres.
Sobre el primer grupo de cuentos mencionado me gustaría señalar cierto parentesco, aceptado por Pitol, con la narrativa de Henry James. Pero también, y por la misma vía, estos relatos recuerdan uno emblemático de Alfonso Reyes, ``La cena'', y una noveleta y otro cuento de Carlos Fuentes: Aura y el iniciático ``Tlactocatzine, del jardín de Flandes''.
Del segundo grupo quisiera destacar ``Vals de Mefisto'', juego de cajas chinas, o construcción en abismo, cercano a ``El relato veneciano de Billie Upward''; y, por qué no, a la utilización que el propio Pitol había hecho de este último cuento, aunque a la inversa, en Juegos florales. En ``Vals de Mefisto'', dentro de la misma historia, Pitol meditará sobre su proceso creativo. En este sentido el siguiente párrafo resulta de particular relevancia, ya que en él se encierra una de las ideas centrales de la narrativa del veracruzano:
Y una vez localizada la cita -señala el narrador sobre el personaje femenino-, comenzó a releer el cuento desde el inicio y pudo disfrutar de la belleza de ciertas frases, trenzar los hilos, observar que la anécdota, como en casi todo lo que escribía, era un mero pretexto para establecer un tejido de asociaciones y reflexiones que explicaban el sentido que para él revestía el acto mismo de narrar.
Y a propósito de lo anterior quisiera volver al argumento inicial de esta nota. Me refiero al proceso de traducción y la forma de lectura nueva que éste propicia.
Sergio Pitol, enseguida del ``Nocturno a Bujara'', consideró para su antología ``El oscuro hermano gemelo'', tomado de El arte de la fuga. Este ensayo dedicado a Enrique Vila-Matas es quizás el más representativo de lo que antes llamé un trabajo anfibio. Se inicia con una cita de Justo Navarro en la que el veracruzano buscaba recuperar y engarzar ambas ideas, la de la traducción y la de la creación. Apuntaba Navarro en el prólogo a un libro de Paul Auster: ``escribes la vida, y la vida parece una vida ya vivida. Y cuando más te acercas a las cosas para escribirlas mejor, para traducirlas mejor a tu propia lengua, para entenderlas mejor, cuando más te acercas a las cosas, parece que te alejas más de las cosas, que se te escapan las cosas''. Navarro se mete en esta reflexión para descubrir que la verdadera cara del escritor es la de ser un suplantador. Pitol, al contrario de hacer la apología del escritor aislado, medita dentro de ``El oscuro hermano gemelo'' en que el escritor es alguien que nutre su literatura con hechos de la experiencia personal y que no podría ser de otra forma. El trabajo de Pitol resulta desde luego mucho más rico y complejo en conclusiones. Para alcanzarlas, Sergio Pitol realizó un periplo circular, un recorrido desde la ensayística hasta la ensayística, pasando por las más variadas gradaciones de la ficción abismal y la crónica. A final de cuentas, y aquí radica la magia de sus obras, por un lado el autor habrá hecho dudar al lector del texto en cuanto a la primacía de los genéros; y por otro, lo habrá instalado en un estado de fascinación oscilante entre los distintos cauces literarios que siguió. Nada despreciable resulta por cierto el que, para lograr lo anterior, nos haya introducido en el taller mismo del escritor y aun en la retícula de su texto. De alguna forma ``El oscuro hermano gemelo'' recuerda aquel otro cuento de Antonio Tabucchi escrito originalmente como una interpretación a la tabla Las tentaciones de San Antonio, del Bosco, y luego recogido sin los antecedentes contextuales en El ángel negro.
En Soñar la realidad, entre otros ya clásicos dedicados a Chéjov, Schnitzler, Mann, o el excéntrico Flann O'Brien, Sergio Pitol recuperó ``Un puñado de citas para llegar a Tabucchi'', su ensayo más importante sobre el narrador italiano. A mí, la verdad, en relación con este autor y con la relación mantenida por Pitol con Italia, me parece más bella, sugerente y apasionada su crónica ``Siena revisitada''. Pero esa es una cuestión de gustos y nada más. En el regodeo con detalles como este, pequeños y capitales, estaría planteado ese tú a tú entre el autor y el lector enviciado por el gran fresco que es la literatura de Sergio Pitol
Mario Goloboff,
Julio Cortázar. La
biografía,
Seix Barral,
México, 1998.
Aquel año de 1951 cuando un argentino flaco, pecoso y altísimo llegó a París, no ocurrió nada en particular. Nadie reparó en ese solterón irreductible, amigo de poca gente, de oficio traductor público, que cruzó el Atlántico en barco con 37 años, una maleta vacía de certezas, el sabor de un Cinzano con ginebra Gordon tomado en la calle Florida, y el olor ligeramente alérgico de las plateas del Teatro Colón.
Ese burguecito ciego, como Cortázar diría de sí mismo tiempo después a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético, dejó atrás esa especie de castigo que era para él Buenos Aires -``vivir allí era estar encarcelado''- y, rotas las amarras, se dedicó a su literatura. Para sobrevivir, distribuía libros montado en una moto Vespa.
Faltaban aún 12 años para que el ``escritor interesante'', según el cavernoso juicio de la crítica porteña a sus primeros intentos Los Reyes y Bestiario, sacudiera el lenguaje y el pensamiento castellanos con la prodigiosa construcción verbal que fue Rayuela, equiparable en la prosa inglesa al Ulysses de Joyce.
En esta, la primera biografía de Cortázar (1914-1984) -es curioso, pero en efecto es la primera biografía-, Goloboff recupera para las nuevas generaciones el pensamiento, la obra y la sensibilidad de quien fue calificado por Juan Rulfo como ``nuestro hermano mayor (...) poseedor de un corazón tan grande que Dios necesitó fabricar un cuerpo también grande para acomodar ese corazón suyo''.
Varias cosas se le pueden agradecer al autor: su estilo ágil y accesible, la intención didáctica del texto y el equilibrado rigor con que da cuenta de la evolución política de Cortázar: del joven intelectual y solitario, amante del jazz y el boxeo, que abandona la Argentina peronista, en parte por su miedo a las masas que todo lo avasallan y ``toman'' (como supone la escalofriante alegoría de ``Casa tomada''), al hombre parisino y cosmopolita que a partir de 1959, tras la caída de Batista, se convierte en defensor y propagandista de revoluciones, intelectual comprometido con las causas de América Latina.
Podría decirse que la obra literaria de Cortázar, una de las más importantes de este siglo, se inició a sus seis años, cuando aquel niño triste y asmático, que por azar nació en Bélgica en 1914, en pleno estallido de la primera guerra mundial, fue llevado por sus padres al doctor, preocupados porque había aprendido a leer por su cuenta. El galeno no dudó al diagnosticar: ``Tiene el mal de la lectura.''
Cortázar, quien nunca dio explicaciones de nada (los argentinos no le perdonaron que viviera en París y esto por una razón harto pedestre: envidia), tampoco lo hizo a raíz de sus dos últimos grandes amores: Cuba y Nicaragua. En un poema a la Isla en 1971, escribió: ``No me excuso de nada, y sobre todo/ no excuso este lenguaje,/ es la hora del Chacal, de los chacales y de sus obedientes:/ los mando a todos a la reputa madre que los parió,/ y digo lo que digo y lo que siento y lo que sufro y lo que espero.(...)''
Lo que no esperó Cortázar es que su compañera y también escritora Carol Dunlop, 32 años menor que él, muriera antes. Su deceso en 1982 aceleró la leucemia de Julio y su derrumbe. Dedicó sus últimos meses a terminar el libro conjunto Los autonautas de la cosmopista y a traducir al español los cuentos de Carol ``que son bellísimos'', le escribió Julio a su madre. ``Así me hago por momentos la ilusión de que ella está a mi lado.'' Julio tenía 69 años cuando escribió esta carta; su madre más de 90. La carta estaba encabezada: ``Querida mamita''
Poli Délano,
En este lugar
sagrado,
Grijalbo,
México, 1998.
Seguramente, cuando Daniel Huet definió a la novela como ``ficciones de aventuras amorosas escritas en prosa con arte para el placer y la instrucción de los lectores'' -esto era en 1670- estaba a cien años de luz literaria del devenir de la actual narrativa.
A otros tantos años de luz galáctica, y a muchos de diametral perspectiva, lo estaba asimismo Flaubert cuando nos hablaba de su más cara ambición: La de escribir un libro que lo sería sólo por la dinámica de su estilo íntimo, sin historia, y sin relación con nada que no fuera el texto mismo; novelística, pues, en estado puro y en virtud, y casi en gracia, de la arquitectura del lenguaje.
Desde entonces acá han sido muchos los ires y venires de la andadura narrativa hasta nuestra época, haciendo posible, entre otros desmanes y heterodoxias, la escatología lúdica y desmadrosa -pero también la denuncia y la prisionera cólera, para peor dentro de un baño público- de este libro de Poli Délano, cuyo título, En este lugar sagrado, se va diluyendo entre pedorrea verbal y excrementicia, con la apostilla de los conocidos versos de autor anónimo que se siguen (...) ``al que acude tanta gente/ hace fuerza el más cobarde/ y se caga el más valiente.''
Lugar sagrado, en la novela que nos ocupa, figura adscrito a una sala cinematográfica en la cual queda fortuitamente encerrado su protagonista, Gabriel Canales, durante los días cruciales del levantamiento del general Pinochet.
De esto último no tiene noticia nuestro protagonista, el cual, sin conseguir evadirse de su eventual prisión, se aboca, para ocupar de alguna manera el tiempo que le resta hasta ser librado por el personal de limpeza, a un prolijo recuento de su propia vida y de los sucesos sociales y políticos de su país, los cuales entrevera con una atenta y detenida revisión de las pintadas y dibujos ilustrativos que ``adornan'' las paredes.
La novela, consiguientemente, se viene fabulando a través de largos y bien construidos monólogos del personaje central, los cuales se cruzan con sabrosos diálogos de otros personajes, para trazar una certera crónica de la vida chilena en la que se configuran episodios dibujados con buena mano sobre la caída de Allende y el triunfo de la fatídica dictadura militar, esperpento y drama que todavía le cuelga al país.
Y aquí, dicho sea sin olvidar el salvoconducto al lector ``omnívoro'' prestado por Savater para posibilitarle una más universal fruición literaria, se nos hace oportuno señalar nuevamente, sin menoscabo de la calidad de la novela plenamente lograda en la intención de su autor -y que se lee con avidez que llega a extremos de voracidad en muchas de sus mejores páginas- que Poli Délano carga excesivamente la mano en la nota escatológica.
No hay que sobregirarse, pienso. Para más, el propio Fernando Savater nos previene contra el exceso, sacando a colación (...) ``las novelas de fritanga y pandereta, los sub-Celas y los sub-Valles, los casticismos barrocos que confunden el aroma desgarrado de La Celestina con la peste aceitosa de una churrería: el, inaguantable esperpento''. Este no es, en puridad, el caso de la novela de referencia. Tanto más cuanto tal parece que Poli Délano, al tratar de la siniestra traición de Pinochet desde el espacio de unos retretes públicos, quiere darle un carácter excremental a la sangrienta algarada militarista tan nefasta para la vida política de la nación chilena.
Con esta novela, quizá la más auténtica y de mayor garra de su autor, éste logra, bajo la capa de una frívola historia menor, un minucioso y desgarrador estudio de un importante sector de la vida cotidiana de su país.
Escrita con pasión y corrosivo humor, En este lugar sagrado despliega una advertencia en su denuncia del momento social y político que le tocó vivir; irrenunciablemente, querámoslo o no, el de todos los que conformamos esta América nuestra de nuestros pecados. Y tan ajena.
Joaquín Hurtado,
Laredo
Song,
Fondo Estatal para la Culturay las Artes de Nuevo
León,
México, 1997.
Desde su excelente título se puede apreciar que Laredo Song, el segundo libro de Joaquín Hurtado (Monterrey, N. L., 1961), es una obra fronteriza en tres sentidos: porque da cuenta de la sexualidad ambigua, limítrofe entre la ``homosexualidad'' y la ``heterosexualidad'' (lo que sea que en estos momentos signifiquen estas clasificaciones sexuales) de personajes de la capital de un estado fronterizo -la ciudad de Monterrey-, a través de un conjunto de textos que se ubican entre la crónica y el cuento.
Instalado más allá del discurso gay, el autor se da a la tarea de retratar de manera minuciosa a los queer (raros, torcidos; jotos, pues) que pueblan el desconocido pero existente mundo de la diversidad sexual regiomontana: lobas, mayates, chichifos, gays, ``varones que se echan con varones'', chacales, bis, ``mujeres... pero no biológicas'', etcétera. No obstante, en la actualidad la manifestación del deseo queer no precisa necesariamente de la transgresión manifiesta, así, afirma el autor, también ``los susodichos son como usted'': sacerdotes, estudiantes, sardos, oficinistas, licenciados, padres de familia, etcétera. Es decir, toda una pléyade, tránsfuga de la sexualidad ``normal'', que pretende ser diluida y constreñida en el uniformizante corsé de ``lo gay'' o en el patologizante discurso médico-psiquiátrico de ``lo homosexual'': ``¿Eres homosexual?, me pregunta en su dialecto la señorona de clase media que estudió algo de psicología mientras escribía poemas a su marido que de seguro gusta de ser cogido por los travestis del Suárez. No, le digo a la señora de clase media que viene a velar enfermos, sólo soy un macho al que le gustan los machos.'' (p. 94)
Así, las crónicas literarias de Hurtado revelan sin tapujos la ``subcultura'' queer, que de queer en realidad no tiene nada: ante la evidencia de la diversidad sexual los ``raritos'' resultan ser más bien los ``heterosexuales'', esa categoría difusa que en el libro se representa a través de padres viendo el noticiero y madres preparando la cena, mientras el hijo joto liga en la esquina de una calle regiomontana: ``yo jalo-yo también''. (p. 24)
En breves pinceladas el autor da cuenta de personajes unificados por el ejercicio de una sexualidad disidente, no hegemónica; unas veces tan sólo para caracterizarlos en su ``diferencia''; otras, para narrar la manera en que enfrentan el peligro como precio del goce erótico; o bien para mostrar la manera en que se escabullen del aburrimiento de la vida cotidiana a través del aplacamiento del deseo o contracorriente, la diversión vía la risa liberadora de la jotería y el perreo en una noche antrera o mediante el consumismo reconfortante: ``Mañana voy a McAllen, ¿no me encargas nada?'' (p. 44)
Mediante un estilo irónico, y con un lenguaje transgenérico que retoma mucho del ingenio y la mordacidad del joteo y el perreo de los ``raritos'', Hurtado revela la ambigüedad sexo-genérica de sus personajes, sembrando la extrañeza en el lector voyeur -otra de las especies de la ``flora y fauna'' sexodiversa- e incitando a la lectura que clarifique lo ``torcido'' del discurso: ``Estoy tirada en la base de la escalera. La minifalda subida hasta los güevos . El maquillaje envilece mi boca.'' (p. 16)
En estas ``crónicas de lo indecible'', la jotería de la vida regiomontana y sus innumerables ``centros del jotismo'' (baños, cines, discotecas, avenidas, etcétera, pero también hogares) se imponen y salen a la luz a pesar de la mochería y la moralina impuesta por el gobierno panista. Pero, como el propio autor aclara, ``esto no es un balconeo'', es más bien: ``Un reconocimiento al valor civil de aquéllos que se la juegan de tarde en tarde para bajarle a la perra vida un trocito de piel ajena.'' (p. 10)
Se dice que nombrar las cosas les da existencia. Debemos estar de plácemes, ya era hora de que alguien acometiera la tarea de abordar literariamente ``lo indecible''; Joaquín Hurtado lo hace, y en las páginas de este libro los personajes de la diversidad sexual y social regiomontana, hasta antes no nombrados en nuestras letras, cobran existencia
Imma Monsó,
Nunca se
sabe,
Tusquets,
México, 1998.
La primera novela de la escritora catalana Imma Monsó es una obra llena de sorpresas que no se cansa de dejar perplejo al lector. Y de las cosas que siempre se agradece a una lectura es precisamente la sorpesa.
Nunca se sabe es la historia del recién graduado Franz Hoozenberger, quien pasa las vacaciones del verano en casa de sus padres antes de iniciarse en la vida profesional. Franz es un planificador empedernido. Tan sistemático que sus proyectos prevalecen sobre cualquier deseo, es decir, nunca obedece a sus ganas; no se atreve a ser. Sabe qué hará, mas no qué querrá. Pero Franz posee la cualidad del asombro (metódico por herencia, curioso por naturaleza) y, gracias a eso, en el sótano de la casa de sus padres descubre una botella de vino maravillosa. Un líquido prodigioso con propiedades transmigradoras: permite a dos bebedores instalarse recíprocamente uno en la mente del otro y ver el mundo como el otro lo hace pero sin perder la propia conciencia. Los efectos del vino sólo perdurarán el tiempo que se acuerde por los dos participantes en el experimento. Pero una vez acabada la prueba, éstos no recordarán nada de lo sucedido durante dicho periodo. Y no se recomienda recordar, ya que se pueden sufrir todo tipo de desdichas. Así, la suerte lleva a Franz a hacer el experimento con quien realmente lo quería hacer: con su amigo Uwe Deinhard, quien es su polo opuesto: un improvisador (no por nada aprecia el jazz). Uwe es un extraño personaje que se atreve a ser sin miedos de ninguna clase. Unas veces es músico, otras escritor, otras gastrónomo, hostelero, o agricultor. Cabe agregar aquí que en la novela de Monsó hay un sutil análisis de la identidad (``¿Era yo lo que era? ¿O no lo era? Si no era lo que era, ¿qué era? Pero si lo era, ¿qué era?'') El experimento del vino es una experiencia espontánea y mágica; mientras que la planificación de la vida profesional es una experiencia sólida y programada. Somos combinación de magia y ciencia; de espontaneidad y planificación; de razón y sinrazón. Entonces, Franz (el planificador) y Uwe (el improvisador) realizan el experimento durante el último mes de las vacaciones veraniegas. Cuando éstas terminan, Franz siente que se levanta de un sueño del cual no se acuerda de nada. El periodo del experimento queda borrado de su memoria. Queda un vacío. ¡¿Qué pasó durante ese tiempo?! Quién sabe. Franz regresa a su obsesión planificadora para ingresar en la vida profesional. Planea de manera que su futuro lo decida el azar. Y en la ciudad adonde lo envía la suerte para que busque empleo, encuentra casualmente a su ex novia Marie, quien precisamente le reprochaba a Franz el no atreverse a ser. Marie es una persona observadora, capaz de saber qué esconde la gente detrás de sus actitudes. Mujer sin remordimientos ni complejos de culpa, que hará cosas que nos dejarán perplejos tanto a los lectores como a los mismos personajes de la novela. Pero ahora Franz la encuentra pasiva, no confrontadora como lo era antes. ¿Qué la hizo cambiar? Pasan quince años, Franz tiene lo que se dice una vida formada: casa bonita, esposa fiel, dos hijos, trabajo exitoso. Todo es tan agradable que ya no es necesario detenerse a pensar o, lo que es peor, a recordar. Mejor dejarse arrastrar por las placenteras circunstancias: una neutralidad afectiva. Franz es un hombre útil. Su mujer nunca le recrimina nada. Mas, ¡qué engaño!: pura representación, nada de esencia. Abandono del contacto consigo mismo y con el otro. Y esto tiene sus consecuencias: llega el día en que todo cambia: a nuestro héroe, por caprichos del destino, se le revelan una serie de cosas que le delatan su falsa felicidad. Entonces viene una necesidad proustiana de recobrar el tiempo perdido; una suerte de sed de lo perdido. Y, gracias a las obsesivas planificaciones que Franz realizó en el pasado, él sabe hacia dónde regresar para así exhumar lo olvidado. Sigue sus impulsos y experimenta una especie de dicha que ya no cambiará por nada. Se dirige por caminos que lo llevarán a descubrir las consecuencias que se derivaron de aquel lejano experimento. Pero la que recuerda no es su memoria sino la de otro (la de Uwe). En fin, al leer Nunca se sabe no se sabe qué es lo que seguirá y así hasta nunca acabar: un fantástico juego de espejos. Esta novela inquieta e intriga. Propone otros mundos, diferentes tipos de respuesta frente a la realidad. Busca sacar al lector de su seguridad ante la interpretación de los acontecimientos cotidianos para confrontarlo y desconectarlo a través de la ficción.
Agenda
Agenda Mujeres 1999, prólogo de Carlos Monsiváis, Mujeres en Lucha por la democracia, A.C.,/Miguel çngel Porrúa, edición limitada. Informes 660 35 49, Precio $50.00.
Biografías
Julio Cortázar. La biografía, Mario Goloboff, col. Seix Barral, Seix Barral, reimpresión exclusiva para México de Editorial Planeta Mexicana, México, 1998, 332 pp.
Ensayo (Administración)
El funcionario, el diplomático y el juez, Omar Guerrero, Universidad de Guanajuato/Instituto de Administración Pública de Guanajuato/Instituto Nacional de Administración Pública/Plaza y Valdés Editores, México, 1998, 734 pp.
Ensayo (Cultural)
Estudios culturales y comunicación. Análisis, producción y consumo cultural de las políticas de identidad y el posmodernismo. James Curran, David Morley y Valerie Walkerdine (compiladores), Paidós, España, 1998, 548 pp.
La modernidad de lo barroco, Bolívar Echeverría, col. Biblioteca Era, Ediciones Era, México, 1998, 231 pp.
Ensayo (Económico)
Ideas e historia en torno al pensamiento económico latinoamericano, Carlos Mallorquín, Plaza y Valdés Editores, México, 1998, 158 pp.
Ensayo (Fotográfico)
Ciudad de México. Espejos del Siglo XX, José Joaquín Blanco, Ediciones Era/Conaculta-INAH, México, 1998, 72 pp.
Narrativa
La máquina de pensar y otros diálogos literarios, Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges, recopilación y nota prelimiar de Felipe Garrido, Edición especial con motivo del Día Nacional del Libro, volumen 19, SEP/Cámara Nacional de la Industria Editorial/Asociación Nacional del Libro, A.C., México, 1998, 167 pp.
Los cuentos que cuentan, Varios autores, edición a cargo de J. A. Masoliver Ródenas y Fernando Valls, colec. Narrativas hispánicas, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1998, 362 pp.
Pasión por la trama, Sergio Pitol, Ediciones Era, México, 1998, 204 pp.
Santitos, María Amparo Escandón, Plaza&Janés Editores, México, 1998, 221 pp.
Vetas de la memoria, María Jesús Barrera, Plaza y Valdés Editores, México, 1998, 198 pp.
Poesía
Acolmiztli... un poema prehispánico. Camino y huella de Nezahualcóyotl, séptimo monarca de Texcoco, Arturo Carrasco Bretón, Plaza y Valdés Editores, México, 1998, 337 pp.
Las 12:00 en Malinalco, Víctor Manuel Mendiola, col. letras mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 1998, 53 pp.
Puerta de tierra, Julio Marzán, col. Aquí y ahora, 40, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, San Juan, Puerto Rico, 67 pp.
CG-T