Hermann Bellinghausen
La vida en tres partes (Segunda)

Recordarás los dones de la tierra: irascible fragancia, barro de oro, hierbas del matorral, locas raíces, sortílegas espinas como espadas.

Pablo Neruda

Oyen esa gotera que sale del baño, supongo. Siempre está, no sé por qué no la reparan. Un empaque que se pudrió, ¿la oyen? Toc, toc. Para nosotros es una forma que tiene el tiempo de decirnos: corro, estoy corriendo. Cuando apagan las luces, se oye con estruendo. El segundero más lento es un taladro en el cerebro, a golpes de cubeta.

He conocido mucha gente, y los mejores, muchas veces, se lamentaban de no haber tenido la vida que querían. Todos hubiéramos querido ser mejores. A estos muchachos, eso los frustra y entristece. El que quiere algo hace planes, es inevitable, y la vida no puede ser como uno la planea, sencillamente no puede, a menos que no se quiera nada en especial.

Piensen que soy un hombre medio, un hombre gris, un camaleón. Anduve cerca de personas notables por casualidad, en repetidas ocasiones, pero yo no buscaba eso. Me dediqué a conseguir sustento. Los encuentros siempre me vinieron de regalo y nunca saqué de ellos ninguna utilidad material.

Hubo un día lejano en que comprendí que mi función en el mundo era biológica. No había obra perdurable, como dijo Leduc, ni transformaría la historia (que por otro lado no tiene remedio). Sólo estaría presente, sería uno más en las gradas que chifla, que aplaude, que escucha y ve.

En fin, sólo iba a servir de puente para el material genético y las otras cosas que conforman la herencia. No me tocaba hacer huérfanos, como les ocurrió a mi padre y a mi hijo, pero como a ellos, me correspondía la función de reproducirme, por algún motivo oculto que no esperaba comprender.

No lo hice mal, siendo yo sólo mi única familia en el mundo cuando llegué al país. Puedo decir con orgullo que de mi salieron (bueno, de mi no sólo, ya sé, pero puse mi parte) 13 buenos mexicanos, y uno regular.

Mi apellido se va a perder, ya ven. Al fin que era falso. La estirpe queda entre mujeres. Tengo tres hijas, y mi único hijo varón dejó dos niñas. Y una de las cosas que no ha conquistado el sexo femenino es el derecho legal al apellido.

¿Cómo fue que empecé de cero? El barco que me trajo huyendo me dejó en La Habana. En su aduana abandoné mi antiguo nombre y adopté el que tengo. Embarqué en Barcelona bajo las mismas narices de los fascistas, todavía adolescente, llamándome Sortilegio pero con papeles de Blas, y ya sólo Blas llegué a Cuba. Poco fue lo que duré allí.

En el barco a Veracruz conocí a una familia mexicana. El era vendedor de telas, y músico; ella, bailarina. Tenían una niña que me encantó en los ojos. Pasaron varios años antes de que volviera a verla, y sería mi mujer.

Porque primero desembarqué en Veracruz, huérfano de todo, y de inmediato me perdí, me dejé devorar por el país. Estoy hablando de 1939. Estoy hablando de mis 17. Y lo primero que escuché al pisar tierra y dejar atrás el estridor del puerto fue un arpa. Nunca se llega al cielo, pero si te recibe un arpa, estás en libertad de creerlo.

No esperen de mí detalles. No me gustan los detalles. Los olvido fácilmente. Apenas retengo las fechas, y prefiero olvidar los agravios. No crean que de viejo he perdido la memoria: así la he tenido siempre, caprichosa y sin orden. Si los negocios quedaban a medias es porque olvidaba triunfar en ellos.

Como les decía, conocí a mi esposa antes de tiempo. Ni cuenta me había dado. Todo es tan impredecible. Nunca me he resignado a que exista el destino, pero hay cosas que. Si yo era joven, ella lo era más. Años después, cuando mi vida tenía algún rumbo, la maña al menos, y ella estuvo lista para ser mujer, volvimos a encontrarnos. Y nos casamos. Bueno, es un decir. Nunca me casé bajo ninguna ley, sino que a partir de un día vivimos juntos.

Mi identidad es falsa, mi edad inexacta, mi acta de matrimonio también. Y qué. Al cabo resultaron la única verdad. Nada es casual en este mundo: la mujer de mi vida se llamaba Esperanza, que es un nombre muy mexicano.

Esperanza se embarazó de Gabriela el año que vencimos al Fascismo en el mundo. Pero España no estaba entonces en el mundo, y yo ya nunca volvería a estar en España, gracias al mundo. Y al paso de mi residencia en esta tierra, en el vecindario de la Colonia Juárez fui inventándome un pasado.

Para resistir el desencanto, me refugié en el amor, los libros y el trabajo, en ese orden. Resultado: en cuatro años, tres hijos más. A Joaquín lo iban a matar en Tlatelolco, el 2 de octubre, a los 20 años. Edad suficiente, el muy cabrón, para engendrar dos hijas, de las que yo acabé siendo un segundo padre. De su madre, entonces una muchachita, puras cosas buenas puedo decir. Joaquín me regaló una nuera espléndida. Otra más de mis hijas.

De él se ha hablado tanto. Yo mismo. No lo haré aquí. Una promesa truncada, los dioses los eligen jóvenes, bla bla. Dejó esa novelita que todavía me gusta. Iba a ser bueno. Mejor idealista que yo, tenía madera para ser alguien .

Su hija Angela por estos días está a punto de parirme un bisnieto. Por primera vez alguien de la familia espera hasta los 30 años para reproducirse. Sus ancestros fuimos, o más irreflexivos, o más impacientes.

Dice que le va a poner Buenaventura y yo le digo que está loca, pobre niño. Ya sabe que es niño. Ponle otro nombre que no sea palabra, y menos tan larga. Y entonces, de broma, me dice que le pondrá Sortilegio. Espero que de broma.

Mi nombre, Blas Sorella, es en parte falso. Blas no me llamo, y Sorella es el segundo apellido de mi madre, la que decidió ponerme Sortilegio. Le cambié su apellido por mi nombre, y como desaparecí el Mendoza de mi padre para borrar las huellas de la orfandad y darle gusto a Freud.

Mi madre murió al comienzo de la guerra. En un tiroteo. Estaba en la cocina. Era medio gitana, sabía leer la buenaventura, y quiso que yo fuera brujo. Por eso me llamó Sortilegio. Pero como Mambrú, al quedar solo me fui a la guerra. Y el Buenaventura de esa parte de mi vida iba a morir de un tiro por la espalda. Era Madrid. Era 1936.

Todo sucedió de prisa. Entonces y después. Fui uno de los últimos que lo vio con vida. Nunca supimos qué pasó, pero fue traición. Fue traición. El choque interior me reventó. El resto de la guerra fui un fantasma.

Pero no voy a hablar de la guerra, sino de algo mucho mejor, el poco rato que nos queda antes de que apaguen la luz.