Citas, reflexiones y propuestas
Simbiosis universidad-industria
Miguel Angel Barrón Meza
En un breve artículo aparecido en la revista Nature (5/11/98) se analiza la oposición de las universidades de Japón a vincularse con la industria. Según el autor, los investigadores afirman que inventar y obtener patentes no les proporciona créditos en sus instituciones, ya que éstas todavía ven la producción de artículos como su máxima prioridad. Para el autor, el hecho de que las universidades japonesas produzcan pocas patentes manifiesta su carácter conservador, de ahí que ``para que las universidades se conviertan en florecientes negocios, los investigadores deben trabajar en proyectos útiles''.
Para Lewis Platt, director gerente de Hewlett-Packard, el material básico para construir una empresa moderna son los conocimientos; el auténtico reto, subraya, consiste en usarlos para ganar dinero. Según Platt, ``los beneficios de los conocimientos se producen cuando éstos se convierten en productos vendibles'' (Ericsson Connexion; junio, 1998). Por su parte Jean-Claude Lehman, ex director del Consejo Nacional de la Investigación Científica de Francia, señala que los investigadores deben hacer una profunda reflexión sobre su entorno socioeconómico y sólo entonces pueden elegir consagrarse hacia la satisfacción de logros sociales más concretos (Mundo científico; noviembre, 1998). Obviamente, Lehman incluye entre esos ``logros sociales'' la satisfacción de las necesidades tecnológicas de las empresas.
Confieso que ante la avalancha de opiniones en todo el mundo a favor de la simbiosis entre las universidades y la industria empecé a sentirme culpable porque, en mi caso, casi la totalidad de los artículos que he publicado podrían ubicarse dentro de aquellos ``sin aplicación potencial presumible''. Pensé que tal vez me había quedado rezagado en la marcha de la historia y que debía empezar a adorar al nuevo becerro de oro del mercado, dejándome llevar sin luchar por la corriente económica dominante.
Las ideas del sociólogo brasileño Florestan Fernandes tranquilizaron un poco mi atribulada conciencia: ``Las políticas burguesas tienden a favorecer sistemáticamente a los privilegiados, escudándose bajo el manto de una retórica que aparenta estar al servicio de toda la sociedad'' (Boletín 73-74 Editorial, El Colegio de México, agosto, 1997). El recuerdo de las subversivas declaraciones de Chomsky durante su investidura como doctor honoris causa por una universidad española calmaron más mis demonios internos: ``Los profesores de las universidades deben imprimir a sus alumnos una ideología li- bertadora para combatir a las grandes corporaciones internacionales que, con el apoyo de los gobiernos, son las causantes de la miseria del Tercer Mundo y de configurar un planeta de acuerdo con sus propios intereses'' (El País, 31/10/98).
Aun así, no pude evitar ponerme meditabundo; me pregunté: ¿cuál es el rasgo intrínseco del ser humano que lo hace diferente del resto de las especies animales? La respuesta me iluminó: es el deseo profundo de conocer, de comprender el universo y el lugar que ocupa en él. No son los puntos, no son las patentes, no es la cantidad de artículos publicados, no es el prestigio y por supuesto no es el dinero lo que debe motivar al investigador a atacar un problema, sino el deseo de aportar su pequeño grano de arena a la infinita playa del conocimiento. Pensé entonces que lo que verdaderamente está en juego, y que no han comprendido los dueños del dinero ni los gobiernos, es la libertad inalienable del individuo para dar un cauce personal a su intelecto y que ello le permita satisfacer su curiosidad y su deseo de saber; está en juego, pues, la propia esencia del ser humano.
El investigador debe tener la libertad de decidir si entra al juego del mercado o se mantiene al margen, sin que la elección de alguna de las dos opciones constituya una traición a su entorno socioeconómico. ¿Hay soluciones armónicas, propuestas conciliadoras? Por supuesto que sí, muchísimas; a modo de ejemplo, menciono las siguientes:
1. Compartir responsabilidades entre los diversos actores que integran el sistema nacional de innovación tecnológica: los empresarios, los gobiernos y las instituciones de educación superior públicas y privadas. No se justifica, bajo ningún concepto, cargar el mayor peso de la responsabilidad en las universidades públicas, cuyos recursos financieros han sido enormemente limitados por los gobiernos con el fin de obligarlas a ponerse al servicio de las empresas.
2. Realizar una gestión adecuada de los recursos humanos en las universidades públicas; ello implica que esas instituciones deben contar con una base de datos actualizada que contenga información amplia sobre sus investigadores, sus proyectos y su disponibilidad para vincularse con la industria, respetando y apoyando a aquellos que no deseen hacerlo pero cuyo trabajo de investigación satisfaga un cierto estándar de calidad y productividad.
3. Otorgar facilidades por parte de los gobiernos para que los investigadores que estén dispuestos a formar empresas o bufetes de consultoría (como ocurre con frecuencia en Estados Unidos) puedan hacerlo con un mínimo de trabas burocráticas, concediéndoles además asesoría, créditos blandos y exenciones fiscales iniciales.
4. Crear oficinas dinámicas de enlace con la industria en las universidades, o reforzamiento de las que ya existen pero que no funcionan, de modo que actúen como promotoras efectivas de los servicios ofrecidos y del personal académico disponible. El investigador no tiene forzosamente que actuar como vendedor y promotor de sus proyectos (lo cual no implica que no lo desee, simplemente puede carecer de tiempo o no tener las cualidades requeridas para ello) ni echar mano de sus relaciones personales en la industria para poder establecer proyectos. Las políticas de vinculación deben ser preferentemente institucionales.
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