LA MUESTRA Ť Elizabeth
En 1558, a los 25 años, Elizabeth, la protestante, la bastarda hereje, hija de Ana Bolena y Enrique VIII, accede al trono de Inglaterra luego de inumerables conspiraciones a cargo de su hermanastra, la reina Mary y un grupo de jerarcas católicos. Las primeras escenas de Elizabeth, del cineasta de origen hindú Shekhar Kapur (The bandit queen, 1994) describen la intolerancia religiosa en el reino inglés, cuyo paralelismo más notorio será, 20 años después, el de las guerras de religión en Francia (La reina Margot, de Patrice Chéreau). Como en muchas de las recreaciones históricas de este tipo, lo característico son las intrigas en la corte y los excesos pasionales de los gobernantes. El realizador ofrece aquí una versión fantasiosa del personaje de Elizabeth I, y como en otras películas, particularmente las hollywoodenses, la veracidad histórica no inquieta demasiado a los guionistas. En 1939, Bette Davis se había tallado a su medida una Elizabeth I, altanera y caprichosa, en Mi reino por un amor (The private lives of Elizabeth and Essex), de Michael Curtiz, y en 1971, una Elizabeth formidable (Glenda Jackson) podía encontrarse con María Estuardo (Vanessa Redgrave), cuando tal encuentro jamás se produjo (María Estuardo, reina de los escoceses, de Charles Jarrot). En la cinta con la que hoy concluye la muestra, Kapur dirige a la australiana (Cate Blanchett) y ofrece una interpretación moderna de un drama histórico, sin alcanzar la originalidad del Eduardo II, de Jarman.
La propuesta del guionista Michael Hirst es presentar a Elizabeth como una ``reina virgen'', idea vinculada más con su soltería que con la naturaleza de su vida sexual, que aparece muy activa. Así, se muestra el itinerario de Elizabeth, quien poco a poco se despoja de los antiguos consejeros del reino y de su imagen de vulnerabilidad e indecisión, para asumir con más libertad y vigor su mando. Al respecto, se describe su conflictiva relación sentimental con Robert Dudley (Joseph Fiennes) y su complicidad con sir Francis Walsingham (Geoffrey Rush), el consejero que propicia su madurez política.
Elizabeth confía demasiado en fastos ornamentales, en bailes de dudosa precisión histórica, en una narrativa elemental (desenlace con flash-backs que resumen la trayectoria de la reina), y en los efectos de una apoteosis musical que confunde fervor religioso y anacronismo histórico (elección caprichosa del Requiemde Mozart). Blanchett, actriz de físico expresivo, sugiere la complejidad psicológica de la heroína, o la lectura casi feminista a la que aspira el director, pero recurrir a la caricatura (el duque de Anjou es frente a ella sólo un vulgar estereotipo de frivolidad, una ``reina'' tonta), o limitarse a una visión esquemática de la historia, le resta poderío dramático a una propuesta por lo demás interesante.
Carlos Bonfil