La popularidad de Hugo Chávez viene, en principio, de la impopularidad del gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien no tenía apoyo y confianza del 81 por ciento de los venezolanos a principios de febrero de 1992, precisamente cuando 12 batallones de paracaidistas dirigidos por Chávez intentaron un levantamiento contra el gobierno socialdemócrata.
Chávez fue un líder que entendió el sentimiento del pueblo venezolano en contra de las políticas neoliberales y macroeconómicas y de la corrupción del gobierno (civiles y militares relacionados con el narcotráfico), sentimiento que desde octubre de 1991 se expresaba en huelgas en cadena y en motines estudiantiles que se tradujeron en dos decenas de muertos en noviembre de ese año.
Los asesores de Ernesto Zedillo, en México, podrían estar interesados en recordar cuál era la situación en Venezuela a partir de 1991-1992, cuando surgió la popularidad de Chávez y de su Movimiento Revolucionario Bolivariano. En lo económico, Venezuela parecía estar en muy buenas condiciones: en 1991 tuvo un crecimiento de 9.2 por ciento, la inflación estaba controlada, se había dado un aumento significativo de las inversiones y la deuda externa se había renegociado. Las privatizaciones de teléfonos, de la compañía aérea estatal y de tres bancos le reportaron al gobierno alrededor de 2 mil millones de dólares y el petróleo continuó siendo una fuente de divisas y de impuestos fundamental para la economía, pese a la reducción de su producción acordada con los demás países miembros de la OPEP. Pero este crecimiento no benefició al pueblo, ya que, paralelamente, como se está haciendo en México, se suprimieron los subsidios a los productos de consumo básico y fueron abandonados los servicios educativos, de transporte y de salud (la seguridad social) favoreciéndose una brutal concentración de la riqueza mientras 80 por ciento de la población vivía en la pobreza. Contra esta situación, el movimiento de Hugo Chávez se pronunciaba por la restauración de la nación, contra la inseguridad (que siguió creciendo, especialmente en Caracas), contra la corrupción y contra el Fondo Monetario Internacional (FMI), responsable de la miseria del pueblo, como se confirmó durante la segunda mitad del gobierno de Rafael Caldera.
Caldera comenzó su gobierno con la llamada doctrina de todo Estado, y luego pasó --en un giro de 180 grados-- a la política neoliberal y de alineación con el FMI, y fue el encargado de los acuerdos con el fondo y con el Banco Mundial (BM), vaya paradoja, un ex guerrillero y ex miembro del Movimiento al Socialismo (MAS), Teodoro Petkoff. El acuerdo con el FMI y con el BM significó para Venezuela un préstamo de 7 mil millones de dólares, y a cambio de éste el precio de la gasolina aumentó 850 por ciento y la electricidad 10 por ciento mensual, el IVA pasó de 12 a 18 por ciento, el bolívar se devaluó en más de 70 por ciento. Para finales de 1996 la inflación rebasó el 100 por ciento y al año siguiente fue de 30 por ciento, hubo recesión económica, que obviamente afectó todavía más al consumo; el desempleo y la economía informal crecieron, la concentración de la riqueza continuó, y la pobreza y las desigualdades también aumentaron.
En lo político, los partidos fuertes tradicionales, el socialdemócrata Acción Democrática y el demócrata cristiano Copei (Comité de Organización Política Electoral Independiente), entraron en crisis, a tal extremo que en los sondeos de opinión la favorita en 1997 era la ex Miss Universo Irene Sáez, sin antecedentes políticos. Y esta crisis de los partidos, expresada en pérdida de credibilidad, habría de fortalecer a Chávez y a su Polo Patriótico integrado por cinco partidos de izquierda y el Movimiento Quinta República.
Hugo Chávez puede resultar un populista de mano dura, como los gobiernos de Velasco Alvarado y de Morales Bermúdez en Perú, pero es innegable que el pueblo de Venezuela votó mayoritariamente contra el neoliberalismo. Es un avance en América Latina, un precedente incluso para México.