Depurar el corazón, premisa para el verdadero arte: Manrique
Arturo Jiménez Ť La libertad da ``mucha güeva y temor'' porque significa ser responsables, dijo el pintor Daniel Manrique durante la presentación de su libro autobiográfico Tepito Arte Acá, una propuesta imaginada, y agregó que la verdadera calidad artística no radica tanto en la técnica sino en ``depurar nuestro corazón''.
Figura principal de ese polémico movimiento de cultura popular urbana iniciado en los años ochenta, Manrique cuestionó que, aunque ``estamos solititos en el universo'', mientras no se demuestre lo contrario, ``aquí en la tierra sólo pensamos en cómo darnos en la madre unos a otros''.
``Parte de mi propuesta, en mi rollo imaginado, en mis sueños guajiros, es por qué no nos damos ese chance de soñar, de ser humilditos, incluso hasta inocentes. Por qué todos queremos ser serios, prácticos, formales, solemnes, cuando esas palabras lo que significan es ser chingador.''
Luego de poner en duda la calidad de su trabajo como pintor y escritor, de disculparse y de agradecer la nutrida asistencia a la Casa de Cultura Jesús Reyes Heroles, acotó: ``Y agarren la onda, ¿no? Neta, neta soy humilde, muy humilde, pero detrás hay una gran soberbia. La verdad es que este libro lo escribí con muchísimo gusto, con mucho corazón y valiéndome si tiene calidad literaria. La verdadera calidad artística no es tanto fijarse en las técnicas, sino hasta dónde podemos depurar nuestro corazón, nuestra sensibilidad, humildad y honestidad''.
Incursionar en los trasmundos urbanos
Presentadores de Tepito Arte Acá (editado por Ente y la Unión de Colonos del Pedregal de Santo Domingo), el escritor y periodista Pino Páez y el fotógrafo e iniciador de ese movimiento Carlos Plasencia hablaron de esa autocronología vital de Manrique.
Páez dijo que ``al texto lo permea un saludable tono irreverencial, en el cual la chingada va y viene en un marítimo vaivén de oleajes aferrados a la playa. La chingada, como diría Octavio Paz en El laberinto de la soledad, es el lugar de las cosas rotas, o el destino donde el viajante se rencuentra en la multiplicación de los amigos''.
Agregó que el pintor expone ``severos juicios contra la autora de sus días, quien en alguna ocasión le recriminó sus anhelos de vencerse a la pintura, con las avistadas entonaciones del regaño: me lleva la chingada contigo, no te basta con estar jodido, loco y pendejo, sino que ahora hasta puto''.
Páez entiende que Manrique ``entiende el arte y la política en un sentido horizontal. El arte debería estar al alcance de los ojos, las manos y el corazón de los amolados. Unicamente así el arte es liberador, excarcelándole de la prisión de un lienzo aburguesadamente amurallado''.
Plasencia señaló que el texto de Manrique ``remueve cerradísimas telarañas cerebrales y conciencias batidas en capirotada. Es un trabajo para estar al tiro, mátalas callando, a las vivas. Un ejercicio honesto de reflexión sobre la vida y la muerte, la condición humana, la cotidianidad, la religión, la política, el arte y la cultura''.
No es un libro, consideró, ``para cualquier cualquier, no es autocomplaciente, para quedar bien con alguien o con nadie, no es para fomentar la inmovilidad ni para apaciguar los espíritus''.
El pintor, dijo, enfatiza el trabajo ``con las baisas''. Habla, agregó, de las manos ``que le tupen con sabor a la chinga de la chamba, dale y dale bien durazno pa'que el chivo salga cincho y el chavo jale chido la charola''.
Manrique, siguió Plasencia, da una ``visión integral de los trasmundos urbanos: la vivienda, el cuarto redondo, la vida en vecindad con los alivianes y las grueseses de los vecinos, el patio, las calles, el barrio. La integración de todos esos espacios a partir de la dinámica social tepiteña y de la cultura popular que ahí se ha construido.
``La mirada del artista nos obliga a releer la realidad que ahí está, pero que no vemos o no queremos ver''.