Alicia Cabrera
Recordando a Jorge Castañeda
A tout seigneur, tout honneur
Hoy, hace un año que murió Jorge Castañeda. El pasado diciembre, sus amigos, colegas y colaboradores destacaron en numerosos artículos de prensa sus indiscutibles dotes de jurista y diplomático y su sobresaliente actuación al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores, de 1979 a 1982.
El día de su muerte, en una digna y emotiva ceremonia de cuerpo presente, el entonces secretario de Relaciones Exteriores, José Angel Gurría, y el embajador Sergio González hicieron un justo elogio de sus logros profesionales. En esa ocasión, apenas pude pronunciar unas palabras. Ahora, en este primer aniversario de su muerte, habiendo estado cerca de él durante el último tercio de su vida, quiero saldar mi deuda y rendirle homenaje, recordando algunos rasgos de su rica personalidad.
La inteligencia, la honestidad intelectual y la imaginación caracterizaban el pensamiento de Jorge Castañeda; pensamiento enriquecido por una vasta cultura, que no sólo abarcaba el derecho y las relaciones internacionales. Nunca perdió interés en los más diversos campos del conocimiento, ni su capacidad de asombro que lo impulsaba a seguir aprendiendo.
Su sabiduría le permitía entender la vida y discernir, casi intuitivamente, entre lo importante y lo vano y actuar en consecuencia. Su amplitud de miras no admitía las preocupaciones, su nobleza no daba cabida al enojo ni al rencor y su fortaleza excluía el miedo.
Jorge Castañeda fue un hombre de convicciones y certezas. Confiaba plenamente en sus capacidades, dudaba poco y se equivocaba menos. Lo guiaba un profundo sentido de justicia, que aplicó a las causas más nobles; defendió sus ideas con valor y con vigor, sin llegar al dogmatismo o a la agresividad. Su fe en el derecho y su poder de convicción fueron sus mejores armas en la defensa de los intereses de México. Por más de diez años, tuve la fortuna de trabajar con él en la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. Cuando Castañeda tomaba la palabra la sala de sesiones se llenaba y se le escuchaba siempre con interés y atención. Con frecuencia, Castañeda encontraba la fórmula idónea para acercar posiciones divergentes, sin jamás sacrificar intereses esenciales de la posición de México.
A lo largo de su vida profesional, recibió honores y reconocimientos que nunca buscó, pero apreció y agradeció cuando se los brindaron. De sus últimos años, recuerdo particularmente su satisfacción por la iniciativa de Alberto Székely, cuando fungía como consultor jurídico en la Secretaría de Relaciones Exteriores, de publicar sus obras completas, iniciativa que culminó en 1995, bajo la dirección de Olga Pellicer, en la coedición de dichas obras por El Colegio de México y la SRE.
Jorge amaba profundamente la vida y supo disfrutar de los placeres del intelecto y de los sentidos. Tenía en alta estima a sus amistades, era un hombre de afectos y lealtades. Fueron sus amigos, así como su contagiosa alegría de vivir y su inagotable interés en las diversas manifestaciones del arte, los que enriquecieron los últimos años de su vida, a pesar de las condiciones limitantes de su enfermedad, que lo obligaron a disminuir sus actividades. Pero esas condiciones no le impidieron seguir gozando de la vida: si ya no podía leer, tenía quien le leyera; si ya no podía caminar solo, una silla de ruedas representaba para él la forma más cómoda de visitar museos, asistir al cine, al teatro o pa- sear por bosques y ciudades.
Jorge Castañeda murió en paz consigo mismo, satisfecho de haber vivido a plenitud cada etapa de su vida y actuado siempre, en lo profesional y en su vida privada, de acuerdo a sus convicciones.
Su mirada clara y su sonrisa franca me acompañarán siempre.