La Jornada miércoles 16 de diciembre de 1998

Adrián Lajous*
El colapso petrolero en 1998

Prevalece una atmósfera de profundo malestar y pesimismo en la industria petrolera internacional. Ello es natural dado el colapso de los precios del petróleo en 1998. Sin embargo, las fuentes de preocupación de la industria son más amplias y profundas.

Trascienden al sector y se extienden a los mercados de otras materias primas, así como a los mercados financieros. Los resultados de los primeros nueve meses de las grandes empresas petroleras integradas y de empresas productoras independientes ofrecen una clara visión de la severidad de la situación, a raíz del colapso de los precios. De continuar las condiciones actuales del mercado, los resultados a corto plazo de estas empresas se seguirán deteriorando.

Las perspectivas para 1999 no son alentadoras, debido a la desaceleración del crecimiento económico global. No puede subestimarse el daño que está causando el derrumbe de los precios a los países exportadores, ni tampoco el impacto devastador que ha tenido sobre las empresas petroleras estatales, dadas sus enormes obligaciones fiscales. También han sufrido intensamente países exportadores de petróleo que cuentan, como México, con estructuras económicas relativamente diversificadas. El impacto de la caída de los precios del petróleo en las finanzas públicas y en la balanza comercial ha sido significativo, lo que ha limitado sus posibilidades de crecimiento. Ello, no obstante que hoy están mejor preparados para enfrentar las consecuencias del derrumbe de los precios que en 1986.

El colapso de precios ha sido más profundo y ha tenido una mayor duración que lo esperado por el más pesimista de los analistas del mercado petrolero. ¿Quién hubiera imaginado y previsto que el precio de un barril de crudo West Texas Intermediate (WTI) bajaría de 23 dólares por barril, en octubre de 1997, a menos de 11 dólares la semana pasada? Tampoco debe olvidarse el nivel pico de precios alcanzado hace dos años, de 26 dólares por barril. El precio de los últimos días ha descendido a casi la mitad del promedio alcanzado en el trienio 1995-97. La revisión de los pronósticos de precios realizados en los últimos 15 meses por empresas consultoras, bancos, empresas petroleras y gobiernos, revela nuestra total incapacidad para prever la trayectoria futura del precio del petróleo.

En los países exportadores, la confianza de la industria petrolera y de los gobiernos ha sido sacudida por los errores de apreciación en que se incurrió al evaluar la coyuntura actual. Las decisiones que adoptó la OPEP en Jakarta, en noviembre de 1997, constituyen un ejemplo de ello. En esa ocasión no sólo se legitimaron altos niveles de producción, sino que se promovió su expansión en momentos en que la demanda estaba decreciendo y se contaba con altos niveles de inventarios. Las acciones que tomaron otros productores no resultaron más afortunadas y muchas de nuestras percepciones resultaron, a todas luces, equivocadas. No hace muchos meses algunos de nosotros todavía contemplábamos un ajuste de precios, no un derrumbe de los mismos. Enfatizábamos las diferencias en las condiciones que prevalecían con respecto a la crisis de 1986 e insistíamos en que la profundidad y duración del proceso de ajuste de precios de 1998 no podía ser ni tan severo ni tan largo. Por otra parte, los productores subestimaron seriamente la magnitud de los inventarios que se estaban acumulando y mal interpretaron el comportamiento de los compradores en condiciones de un mercado de futuros que castigaba el precio inmediato y privilegiaba el de corto plazo, alentando la especulación. Es así que las acciones de los productores resultaron tardías e insuficientes, incluso cuando parecieron audaces, como fue el caso del acuerdo de Riad. Se puede culpar naturalmente a la falta de información oportuna y confiable acerca de los cambios en la producción, la demanda y los inventarios, o a la compleja y cambiante estructura de rezagos y anticipos en los mercados de crudo y productos petrolíferos. Lo que es claro es que los productores estaban lidiando con cuestiones difíciles e intereses encontrados, en un entorno económico y financiero rápidamente cambiante. Todo lo anterior hizo más difícil la toma de decisiones y la coordinación entre los países productores.

En el último cuarto de siglo la industria petrolera ha cerrado un ciclo completo de precios. Tras haber alcanzado niveles extraordinariamente altos a principios de la década de los ochenta, hoy se ubican, en términos reales, a un similar al que prevalecía antes de 1973. La transferencia de recursos de países productores a países consumidores de petróleo que supone el reciente colapso de precios es de gran magnitud y puede tener importantes consecuencias no sólo sobre los países productores, sino sobre la economía mundial. Al evaluar el actual shock a la baja de los precios del petróleo conviene recordar el difícil ajuste económico global asociado al aumento de precios de los años setenta. Ahora, la intensidad del ajuste requerido es mayor puesto que se concentra en unos cuantos países productores. Se estima que en 1998 los ingresos derivados de las exportaciones petroleras de los países miembros de la OPEP disminuirán en unos 50 mil millones de dólares respecto a 1997. Se trata de una reducción de más de 40 por ciento. Visto desde una perspectiva de más largo plazo, los ingresos del presente año serán menos de la quinta parte de los obtenidos en 1980 y similares a los registrados en 1972. La transferencia de recursos de esta cuantía supone un ajuste cuidadoso para evitar que ésta se sume a otras fuerzas deflacionarias que actualmente inciden sobre la economía mundial.

Al inicio de la presente crisis de precios la atención se concentró en la oferta global y en su control. Los países exportadores negociaron una reducción significativa de la producción. No obstante, los inventarios de petróleo se siguieron acumulando y aún está por darse una baja sensible de éstos. Durante largos meses, la discusión giró en torno al cumplimiento de los acuerdos de recortes a la producción, a pesar de que en el tercer trimestre del año el grado de cumplimiento fue relativamente alto. Por diversas razones, dos países se rezagaron claramente en la instrumentación de sus recortes. Conforme avanzó el año, el foco de la atención se fue desplazando al estancamiento de la demanda global de petróleo. Al igual que en el caso de los precios, cada nuevo pronóstico de la demanda resultaba más bajo. Asimismo, las estadísticas del consumo fueron revisadas a la baja. En fechas recientes, el diagnóstico de oferta excedente buscó una mejor explicación en las condiciones más generales de la economía mundial. De un crecimiento de la demanda global de petróleo entre 1.50 y 2.00 millones de barriles diarios, hoy se pronostican volúmenes incrementales de sólo 0.50 en 1998.

Este cambio de perspectiva respecto al balance global de la demanda y la oferta de petróleo surge también del análisis de otros mercados de materias primas. Los precios de las materias primas industriales y agrícolas, de metales y, en general, de las mercancías primarias comercializadas internacionalmente han venido cayendo en forma acelerada, en algunos casos a ritmos similares a los del petróleo. El índice de futuros de mercancías primarias del CRB alcanzó la semana pasada su nivel más bajo en los últimos 21 años. La caída de los precios petroquímicos está bien documentada. El precio del cobre ha bajado más de 40 por ciento en los últimos 18 meses, el del trigo un 25 por ciento en lo que va de este año y el del acero también ha caído en forma significativa en 1998. Estos son algunos ejemplos relevantes que llevan a buscar una causa común al comportamiento de los precios de una amplia gama de productos primarios y a evaluar su impacto en las economías de los países en desarrollo. Una modificación tan importante en los términos de intercambio de estos países no puede ni debe pasar inadvertida.

La demanda de petróleo es una demanda derivada. Su crecimiento depende fundamentalmente del dinamismo de la actividad económica. Es por ello que la desaceleración de la economía mundial se está traduciendo en una disminución de la tasa de crecimiento de la demanda global de petróleo y, en algunas regiones, en su contracción. Inciden también sobre la demanda y el precio las expectativas de un menor crecimiento económico. Las perspectivas de crecimiento de la OCDE, el Banco Mundial y otras organizaciones internacionales no son halagüeñas. Los pronósticos de cierre de 1998 y los correspondientes a 1999 ubican el crecimiento económico de los países industriales en niveles sensible menores a los de 1997. En los países en desarrollo la pérdida de dinamismo es aún mayor. Sin embargo, es importante matizar estas tendencias: todo indica que se trata de una desaceleración, no de un colapso económico. No obstante, este proceso se está dando en el contexto de una volatilidad global creciente de los mercados financieros internacionales que se origina, y refleja, en la crisis económica del este de Asia, el default del gobierno ruso, el cuasi-colapso de un gran fondo de inversión norteamericano, el proceso de ajuste en Brasil y las fluctuaciones pronunciadas del yen, entre otros factores.

El colapso de los precios del petróleo está alentando una nueva ola de fusiones y adquisiciones en la industria petrolera, así como la racionalización del sector petroquímico. La reestructuración de la industria alcanza también a las empresas de servicios petroleros y han proliferado diversas formas de alianzas estratégicas. Esta baja de precios se agrega a la creciente preocupación por la estructura y perspectivas a más largo plazo de una industria cuyo ciclo de producción ha entrado en una etapa de plena madurez en los países de mayor desarrollo, donde el crecimiento de la demanda de productos petrolíferos tiende a rezagarse respecto al conjunto de la actividad económica. El creciente grado de concentración en la industria constituye una respuesta a estas tendencias, ahora reforzadas por la coyuntura. La industria petrolera ha reaccionado ampliando el espectro de servicios que presta y promoviendo el cambio tecnológico.

Ahora bien, el crecimiento futuro de la demanda de productos petrolíferos y gas natural se encuentra en los países en desarrollo, en donde el consumo per cápita de combustible es todavía bajo y la penetración de la electricidad se encuentra en una etapa relativamente temprana. En el pasado reciente, gran parte de la demanda incremental de productos petrolíferos se originó en las llamadas economías emergentes, particularmente del este de Asia. La crisis económica y financiera que ha afectado a esa región ha provocado una contracción de la demanda de crudo y productos petrolíferos, y han retrasado varios proyectos de gas natural. Procesos de ajuste económico más recientes en América Latina también podrían afectar el crecimiento de la demanda en el futuro inmediato. Adicionalmente, los problemas económicos de Rusia y su impacto en Europa Central podrían frustrar la expansión esperada de la demanda en esos países. Por tanto, a otro plazo, el ritmo de crecimiento de la demanda de crudo en las economías emergentes difícilmente compensará el lento crecimiento que se registra en las economías maduras.

Con cotizaciones del petróleo crudo cercanas a los 10 dólares, las grandes empresas petroleras integradas están obligadas a reducir sus costos.Las fusiones, adquisiciones y reestructuraciones constituyen una forma radical de reducción de costos en poco tiempo. Sin embargo, desde una perspectiva más amplia y de más largo plazo, estos procesos apoyarán a las grandes empresas en su búsqueda de nuevas oportunidades de inversión en exploración y producción en países de bajos costos de descubrimiento y desarrollo. Los grandes proyectos en estas regiones requieren cuantiosos recursos para renovar y construir una infraestructura petrolera moderna. Las empresas petroleras internacionales esperan ampliar su cartera de proyectos en países que hasta ahora no han permitido la inversión extranjera en su sector extractivo. La dramática reducción de los ingresos derivados del petróleo en estos países está propiciando esta apertura.

Un menor nivel de precios y, más importante, un menor monto de ingresos, están alentando a algunos de los grandes productores a abrir su industria petrolera a la inversión extranjera, bajo muy diversos esquemas contractuales. En algunos casos, surgen crecientes requerimientos propios de una infraestructura petrolera débil, con necesidades apremiantes de rehabilitación y mantenimiento. Su acceso a capitales y tecnologías se ha limitado por un largo periodo. Bajo estas circunstancias, la participación extranjera es vista como la única vía para mantener e incrementar la producción y, por tanto, el ingreso. Asimismo, la inyección inicial de capital permite una reasignación de recursos a otros sectores y actividades prioritarias. En otros casos, donde las empresas petroleras estatales cuentan con una mejor dotación de capital, tecnología y capacidad de gestión, resulta más difícil comprender la lógica de permitir la inversión extranjera en una industria con capacidad excedente. Una estrategia tendiente a aumentar la participación de mercado de un productor importante difícilmente maximiza a mediano y largo plazos el ingreso. A corto plazo, sólo puede lograrlo si otros productores permanecen pasivos. En la medida en que la magnitud de la renta económica derivada del petróleo está determinada por la capacidad de los productores para administrar la oferta en forma colectiva, sus intereses son afectados por la pérdida de control sobre la producción.

Se ha argumentado que un bajo precio del petróleo permitirá a la OPEP aumentar su participación de mercado, desplazando producción con altos costos marginales. Esto sólo puede suceder a precios muy bajos --inferiores a los actuales-- y un enorme sacrificio de ingresos a corto y mediano plazos. Para que los productores de bajos costos capturen un mayor volumen, los precios y la renta económica tendrán que caer dramáticamente por un largo periodo. No cabe duda que un nivel de precios bajos favorece la inversión en regiones de bajo costo y que el capital tenderá a desplazarse de alternativas de mayores costos. La competencia por estos capitales redistribuye la renta económica de los países productores a los inversionistas internacionales y tiende a reducirla. La experiencia venezolana reciente es relevante. Su estrategia para expandir la producción supuso que otros países no reaccionarían. No fue sino recientemente que este país corrigió su curso de acción. Sin embargo, el costo de modificar su estrategia ha sido elevado. Finalmente, se vio obligado a restringir la producción y, dados los compromisos contractuales con inversionistas privados, fue necesario reducir la producción propia de menor costo y permitir el incremento de la producción de más alto costo y escaso rendimiento fiscal. De esta manera, Venezuela internalizó una contradicción industrial de carácter global: privilegia la producción de campos marginales.

Una alternativa a la propuesta de desarrollo de campos marginales por parte de las empresas petroleras internacionales ha sido el desarrollo de las reservas de gas natural en países con capacidad excedente de producción de petróleo. La primera cuestión que surge se refiere a la posibilidad de encontrar petróleo crudo y gas asociado en lugar de gas natural. No siempre es posible diferenciar los esfuerzos exploratorios orientados al gas de aquellos que descubren petróleo. Un segundo cuestionamiento se refiere al efecto indirecto de la oferta adicional de gas sobre el consumo de hidrocarburos líquidos, a través de la sustitución de combustibles. Más difícil aún resulta la conversión de gas a hidrocarburos líquidos a los niveles de precios actuales. En un sentido más general, ambas estrategias --el desarrollo de campos marginales y de reservas de gas por las empresas internacionales-- pueden ser vistas desde una perspectiva política: ofrecen menor oposición interna en estos países que la concesión de activos de mayor valor. Por este motivo son vistas como formas transicionales de la participación extranjera.

Los productores de hidrocarburos deben actuar para revertir al comportamiento reciente de los precios. Deben hacerlo con el fin de proteger los ingresos que tanto necesitan en el corto plazo y desarrollar los proyectos que determinarán la oferta de mediano plazo. La recuperación de los precios también es importante para los países importadores puesto que reduce los riesgos de eventuales disrupciones de la oferta. La falta de incentivos para invertir y la potencial inestabilidad política y económica en los países productores de crudo podría afectar su flujo. Los daños económicos que ha provocado el colapso de los precios del crudo han llevado a idear nuevos enfoques para lidiar con la crisis. Un buen ejemplo de ello son las iniciativas que adoptaron Arabia Saudita, Venezuela y México, junto con Noruega y Argelia. También han puesto de manifiesto la necesidad de que los países consumidores tengan una mejor comprensión de los riesgos y el peligro que implica el que dichas condiciones prevalezcan por un largo periodo. El colapso de los precios del petróleo y la importante transferencia de recursos que esto implica no deben ser motivo de complacencia para los países industriales. Los beneficios a corto plazo de estas transferencias de recursos no deben opacar una perspectiva más amplia y de largo plazo. La posibilidad de mantener altos niveles de crecimiento del gasto en consumo, sin presiones inflacionarias gracias a la caída de precios de la energía y del producto, debe ser evaluada seriamente, así como su contribución a la balanza comercial de los países importadores.

La fuerza de las circunstancias ha llevado a México a asumir un esfuerzo de cooperación más activo con otros países exportadores de petróleo. La diplomacia petrolera mexicana ha contribuido a la coordinación de acciones entre los principales productores. En el segundo trimestre del año México redujo sus exportaciones en 100 mil barriles al día. Una reducción de 100 mil barriles adicionales se instrumentó a partir del tercer trimestre. El actual nivel de exportaciones se mantendrá durante 1999. El cumplimiento de estos compromisos ha sido escrupuloso. Desde luego, México mantendrá su apoyo a la regulación de la oferta global en la medida en que otros productores cumplan efectivamente con los compromisos acordados y se mantenga estable la participación de Pemex en sus principales mercados de exportación. Mi país está dispuesto a considerar otras medidas complementarias una vez que se dé pleno cumplimiento a los recortes de producción acordados en Viena.

Hacia finales de esta semana se reunieron en Madrid representantes de Arabia Saudita, México y Venezuela para continuar el diálogo sostenido por sus ministros de petróleo y energía, así como los directivos de las industrias petroleras de estos tres países. Esta reunión, al igual que las que se llevaron a cabo en Riad, Amsterdam y Cancún en el transcurso de 1998, permitirá intercambiar puntos de vista sobre las perspectivas de la industria petrolera mundial y las causas que mejor explican la actual coyuntura. Estas conversaciones buscarán identificar y evaluar acciones que permitan la recuperación de los precios del petróleo. Serán nuevamente un punto de partida para sumar el esfuerzo de otros países productores, tanto miembros de la OPEP, como de otros países que no pertenecemos a esta organización. La gravedad de las circunstancias nos obliga a actuar en forma coordinada para reducir la incertidumbre que reina en la industria y estabilizar el mercado petrolero a un nivel de precios razonable y aceptable para los principales agentes económicos que participan en él. Estamos convencidos de que ello está en el interés de más largo plazo, tanto de los países exportadores como de los importadores de petróleo.

* Intervención del director general de Petróleos Mexicanos en el Club Español del Petróleo. Madrid, 15 de diciembre de 1998.