Hermann Bellinghausen
Nace en el encantamiento y dedica su renovación a ser siempre la misma. Vida que no cambia, así de fresca y la misma siempre. La apariencia es la verdad--esa verdad.
Las nuevas tecnologías de reproducción, que pueden reconstruir, desmontar, editar, inventar, en fin, intervenir la imagen, dan en parte muerte a esa verdad de las apariencias. Pero en parte no, porque la fuerza de lo testimonial garantiza en millones de imágenes una autenticidad inmanipulable, innegable y permanente.
El retrato retrata al retratado y al retratista. El paisaje en la placa adquiere humanidad. Los cuerpos desnudos ya no se volverán a vestir. Y los hechos desnudos, lacerantes, con valor de denuncia, de comprobación de que el horror sucede, por siempre quedarán desnudos en una simple foto.
La mirada que ofrece la fotografía hecha de verdad puede ser repulsiva, subversiva. Nada subvierte más los sistemas de dominación que la verdad. O su apariencia irrefutable, aun si fantasmal, tal como se revela en las fotos.
Implacable manifestación de la memoria. Cotidiano esfuerzo inútil por detener la debacle sostenida de las horas. Fresco momento que ya aprenderá a amarillear. Magia es lo que es por un instante, y magia en lo que, ya imagen, se vuelve.
La foto que ve lo que no debía, que sabe lo que aprehende y le garantiza posteridad, traspasa los límites de lo permitido, no por haber visto, sino por permanecer.
John Berger le faxea a la fotógrafa belga Martine Frank, el 16 de marzo de 1998, unas palabras acerca de la transgresión:
``Su primer significado, de traspasar un límite legal, es importante. Hay una tendencia subversiva en la mayoría de los fotógrafos que admiramos tú y yo. (Aunque sabe Dios, las fotografías son usadas hoy en día un millón de veces a través del mundo por alcahuetearle al nuevo orden mundial, que por el momento es mercado libre y neoliberalismo).
``También hay otro significado geológico de la palabra transgresión. Este se refiere al nudo en el que un estrato geológico abre incómodamente otro --particularmente cuando el mar y sus movimientos están involucrados. Así hemos vuelto al Fin del Mundo, Finisterre, en la linea de la demarcación que ofrece perchas desde las cuales uno puede lanzarse a nadar en lo desconocido''.
Al atravesar los muros y los velos del secreto, la intimidad y la invisibilidad, caemos en los riesgos de todos límite rebasado. Ni los dioses lo perdonan. Prometeo pudo ser fotoreportero, paparazzi o retratista pesetero. En sus placas, como diría Anthony Burgess, ``lo extraordinario se revela como terriblemente ordinario, y no hay castigo más divino que ese''.
Una escuela de ver. El espectador aprende experiencia. Milagro de la transmisión en el lenguaje universal y mudo del instante en proceso de duración. Patrimonio posible para cualquier pueblo, pues no hay comunidad humana que no sepa mirar.
La obsesión exotizante, antropológica y turística por retratar a los otros, los analfabetas, los disminuidos, tiene el efecto exacto del bumerang. La reducción a formato de estampa engrandece la verdad revelada, disminuye al intruso y produce una igualación de la escala humana.
A veces es arte, además, y entonces podemos conmovernos: el encantamiento de la duración cierra su círculo.