Inspirados por dibujos de niños chiapanecos, 22 escritores, algunos de manera directa, otros en forma de poema o pequeña reflexión aluden a esa visión distorsionadamente atinada de la infancia marginal en Las voces del espejo, poemas y dibujos del zapatismo para construir futuro, libro editado por el FZLN, con diseño de Juan Pablo Rulfo. Dos mil ejemplares se distribuirán aquí y 5 mil en España con recaudación de fondos para infantes de esas comunidades en resistencia. Escriben José Emilio Pacheco, Sealtiel Alatriste, Juan Bañuelos, el sup Marcos y Oscar Oliva, entre otros (México); Rafael Alberti, Juan Goytisolo, Javier Marías y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros (España); Mario Benedetti y Eduardo Milán (Uruguay), Dario Fo (Italia), Luis Eduardo Rivas (Guatemala) y José Saramago (Portugal). El libro se presentado hoy en España y el próximo domingo en México, en el Centro Cultural San Angel, a las 17 horas. Aquí, una selección de fragmentos para provocar el ánimo.
Un encuentro en la playa
(Fragmento)
José Saramago
El suceso es extraño, pero, si nos fijamos bien, no es más extraño que cualquiera de esas cosas pequeñas que nos ocurren todos los días y que, por ser pequeñas y repetidas, acaban perdiendo su significado. Que conste que no hablo de magia, que es moneda gastada, cuando no falsificada. Y aunque así fuera, me han pasado en los últimos tiempos tantos sucesos extraños, que uno más ni pone ni quita a mi reputación.
El lugar no tiene nada de extravagante. Elijamos una playa de las muchas que tiene la tierra e imaginemos que estamos sentados al sol, recibiendo del aire y de la luz los beneficios que nuestra buena voluntad admite. A nuestro alrededor están las personas que suelen estar en una playa: niños, adolescentes, gente crecida y gente que ya no crecerá más. Hay cuerpos hermosos, otros menos, nadadores atrevidos, otros tímidos -y todo se confunde en azul y verde, algas y aromas fuertes, gritos de alegría, en el calor que baja del cielo y sube de la arena. Es bueno.
La ascensión de Alejandro Magno al cielo por dos grifones
(Fragmento)
Dario Fo
Alejandro Magno era un emperador muy poderoso. Su pasión era descubrir el mundo, pero no se portaba como un turista normal atraído por la posibilidad de conocer nuevos países, a nueva gente. Su turismo era muy peculiar; quería descubrir todo para conquistarlo, poseer a precio de destruir. Para él, conocer significaba dominar, exigir sumisión. Y si le oponían resistencia lo solucionaba con una matanza, con una masacre. La verdad es que no le importaba demasiado regir, gobernar un reino; se conformaba con poder declarar ``¡Lo poseo!'', o mejor, ``¡Lo he poseído, ha sido mío!''. De modo que, a menudo, después de haberlos saqueado, abandonaba aquellos lugares para lanzarse a nuevas conquistas: así que a partir de Persia -su principal reino- conquistó Egipto y bajó hasta la India. Según el mapa, poseía el más grande imperio que ningún hombre del mundo hubiese jamás conquistado. Pero para regir y gobernar un imperio tan grande, Alejandro habría tenido que vivir mucho tiempo en cada territorio: conocer sus problemas, organizar una administración, las vías de comunicación, los mercados; encargarse de los terrenos agrícolas, y después de las aguas, de la irrigación y de la navegación de los ríos; sin mencionar lo de dictar leyes y hacerlas respetar. Pero Alejandro no tenía tiempo, tenía que seguir siempre adelante, ir a otros lugares, a la conquista de nuevas tierras; someter a otros pueblos, arrasar murallas y torres, subyugar.
A los Derechos del Hombre
Rafael Alberti
Por ti la luz del hombre es más amada
y la sombra, por ti, más escondida.
Por ti altas cumbres puede ser la vida
y la muerte por ti ser enterrada.
Por ti la noble mano encadenada
puede ser justamente desceñida.
Y por ti en la mañana conseguida
puede la Libertad ser libertada.
No más, por ti, las nieblas, el espanto.
No más, por ti, la angustia, el duelo,
el llanto.
No más, por ti, la sorda y triste guerra.
Sí, por ti, el despertar de la armonía.
Sí, por ti, el sueño humano en pleno día.
La paz, por ti, la paz sobre la tierra.
Chiapas
Mario Benedetti
Creyeron que era sólo una intentona
de fundar una patria más honesta
o de buscar en vano una respuesta
a la inmóvil penuria de la zona
así y todo la Selva Lacandona
arrancó a los señores de su fiesta
cuando acababan de doblar su apuesta
junto al viejo tahur que no perdona
un desmadre sin par/ pero es noticia
y en su lucha frontal contra el olvido
en su indígena afán por la justicia
esta guerrilla en paz ha dividido
la historia mexicana en dos etapas
antes de Chiapas y después de Chiapas.
Unas cuantas imágenes
(Fragmento)
José Emilio Pacheco
A simple vista
Estos dibujos se dirían iguales
A los dibujos de otros niños
En Oklahoma o Dinamarca.
Pero al instante brota lo que los
distingue:
Estos aviones no son de juguete,
Estos camiones llenos de soldados
No son de pilas ni de plástico.
Los hemos despojado durante siglos.
Ahora también
Les robamos su infancia que fue libre,
Añadimos dolor a su penuria.
¿Para qué? me pregunto.
No me explico.
¿Para seguir viviendo en el terror y
el horror
y para que el consumo de basura
ahogue al mundo entero?
¿Qué puedo hacer por ellos, por la paz,
por su paz que es la nuestra?
¿Cómo dar a los niños de estos dibujos
lo que merecen, lo que les debemos,
lo que todos los días les quitamos,
a veces sin saberlo?
Sólo puedo inscribir sobre la arena
-contra la oscuridad que nos rodea-
la frágil esperanza contundente
de que en esa mañana que ya es hoy
los dibujos recobren la inocencia,
se llenen con imágenes de paz
y nunca vuelva a haber armas en ellos.
Los pintores de sustos
(Fragmento)
Manuel Rivas
Me gustaría llegar a viejo para explicarle a un nieto: Están los que plantan maíz y están los que pisan el maíz.
A mí lo que me gustaría es nacer y no nacer. Que nadie cortara el cordón hasta que se acabaran los sustos. Cuando mi madre plantase el maíz, yo cantaría como un grillo al sol. Y cuando llegasen los de los sustos, con sus botas herradas pisando el maíz, volvería otra vez al vientre de mamá, a 36.5 centígrados.
Pero he nacido ya y me han cortado el cordón y estoy en la escuela y pinto sustos porque han vuelto a callar de miedo a los grillos.
La historia del león y el espejo
(Fragmento)
Subcomandante Marcos
``El león primero descuartiza a su víctima, después bebe la sangre comiendo el corazón y deja los restos para los zopilotes. Nada hay que pueda contra la fuerza del león. No hay animal que se le enfrente ni hombre que no le huya. Al león sólo lo puede derrotar una fuerza igualmente brutal, sanguinaria y poderosa.''
El entonces viejo Antonio del entonces joven Antonio, forjó su cigarrillo con doblador y, fingiendo que ponía atención a los troncos que convergían en la luminosa estrella de fuego de la fogata, miró de reojo al joven Antonio. No esperó mucho porque el joven Antonio preguntó:
-¿Y cuál es esta fuerza tan grande para derrotar al león?
El viejo Antonio de entonces le tendió al joven Antonio de entonces un espejo.
-¿Yo? -preguntó el entonces joven Antonio mirándose en el redondo espejito.
El viejo Antonio de entonces se sonrió de buena gana (eso dice el joven Antonio de entonces) y le quitó el espejo.
-No, tú no -le respondió.
``Al mostrarte el espejo quise decir que la fuerza que podía derrotar al león era la misma del león. Sólo el propio león podía derrotar al león.''
(...)
¿Dónde me detendré?
Los días en La Realidad son rosas audibles, que se adivinan en distintos sitios, cada uno con tallos inexplicables, cada uno con memoria de vendaval, con alas fijas, que hieren la mano que se acerca. Cantan. Soy el privilegio de ese canto, de esa embriaguez que no desfallece, porque el cuerpo de esas rosas tiene espejos, y olor para taladrar cualquier memoria.
Hay un día sur que me espera en ese oír, intocable, vestido de rojo. Imagino ese día magnificado en la herida: ya voy, ya voy.
Fábula moralista
(Fragmento)
Rosa María Regás
Ser niño en Chiapas es haber nacido en un paisaje caldeado por el sol y sombreado por árboles, pero cruzados a todas horas por la amenaza de una tropa poderosa y enemiga; andar por las sombras de esos parajes buscando dónde guarecerse de la persecución y las bombas, permanecer atrapado en comunidades de desplazados, dejando pasar los días en la precariedad, en la carencia, en la provisionalidad.
Ser niño en un campamento de refugiados es ver a los pájaros esconderse tras las nubes por terror a los helicópteros, es temer y soñar con otros pajarracos, más potentes y ruidosos, que cruzan el firmamento, rugiendo sin hacer ondear las alas al viento, sino siguiendo rígidos una línea que no admite titubeos en su camino hacia un punto de monte elegido por los cerebros ocultos de la represión, con el objetivo implacable de vaciar sobre él su vientre exterminador para sembrar el pánico, el dolor y la muerte.
Ser niño en esos momentos es esconderse tras los árboles aun a sabiendas de que no hay refugio ni protección ni para ellos ni para los suyos cuando asome renqueando por la cuesta el camión del Ejército cuya silueta podrían dibujar a ciegas: hombres uniformados y armados, de pie, verticales, paralelos e inconmovibles, y amenazantes como obuses.
Ser niño en Chiapas es no tener más futuro que el que quiera conceder ese ejército sin rostro que crece y se multiplica y se desparrama por los campos y los caminos, y atraviesa cordilleras, y penetra en las casas y las iglesias atravesando paredes y esteras.
Niños de Chiapas que del progreso no conocen más que la destrucción, las armas sofisticadas que arrasarán cosechas, árboles, chozas, animales y humanos. Niños que apenas supieron lo que es comer a placer, descansar en un lecho, o disponer de agua para lavarse y ver crecer lo que plantaron sus padres; que desconocen lo que es una tarde en paz y el juego sin temor a la puerta de la casa. Niños que nacieron, crecieron y vivieron en lucha por la vida, por su vida, barrida el alma por un temor y una frustración que algún día y de algún modo habrán de convertir en coraje para que cese tanto dolor.
El hálito del sueño
(Fragmento)
Sealtiel Alatriste
¿Verán lo que imaginan o imaginan lo que quisieran ver?
Veo y reveo estos dibujos preguntándome siempre lo mismo, preguntándome qué es lo que esos niños zapatistas develan para el ojo ajeno.
Pienso en que uno siempre le teme a la violencia, y que ahí, en la tierra en que ellos viven, la violencia se ha apoderado de su vida cotidiana; de su vida entera, la de todos ellos, que sin deberla ni temerla la sufren; de su vida que nunca ha abogado por la muerte ni la destrucción.
(...)
De cualquier manera, pregúnteme o dígame lo que sea, me admira la fuerza del idilio en que estos chamacos viven. Me abraza que los niños zapatistas, quizá sobre muchos otros, sean capaces de enredar sus ilusiones en la vida cotidiana, y puedan vestir sus pupilas, a pesar del criminal acoso en el que viven, con el hálito del sueño.