La Jornada domingo 20 de diciembre de 1998

*Edward W. Said
Estados Unidos y la crisis de Medio Oriente

Sería un error, pienso, reducir lo que está ocurriendo entre Irak y Estados Unidos simplemente a la afirmación de la voluntad y la soberanía árabes, por un lado, contra el imperialismo estadunidense, elementos que, sin duda, ejercen un papel central en todo esto.

Sin embargo, la astucia de Saddam Hussein, por otro lado desatinada, no consiste en que haya logrado dividir a Washington de sus aliados (cosa en la que ha tenido sólo un éxito parcial), sino en el hecho de que está explotando la torpeza y fracasos sorprendentes de la política exterior estadunidense.

Muy pocas personas, y mucho menos el mismo Saddam, pueden dejarse engañar y creer que él es la víctima inocente de las bravuconadas de Estados Unidos, sobre todo en vista de la situación de su infortunado pueblo, que está padeciendo los sufrimientos más terribles e inconcebibles como consecuencia, en buena parte, de su terco cinismo.

En primer lugar estuvo su indefendible y ruinosa invasión a Kuwait, la persecución de los kurdos, el egoísmo cruel y la arrogante autocomplacencia con la que insiste en engrandecerse él y a su régimen a un costo que, en mi opinión, es exorbitante e injustificado. Es imposible para él apelar en favor de la seguridad nacional y la soberanía luego de que ignoró abismalmente estos factores en el caso de Kuwait e Irán.

Dicho esto, el ansia de venganza de Estados Unidos, a cuyos orígenes me remitiré en un momento, ha exacerbado la situación mediante la imposición de un régimen de sanciones el cual, como señaló hace poco y con orgullo el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca Sandy Berger, no tiene precedentes en dureza en toda la historia mundial. Han muerto 567 mil civiles iraquíes desde la Guerra del Golfo, como resultado de enfermedades, desnutrición y una atención médica deplorable. La agricultura y la industria iraquíes se encuentran totalmente paralizadas. Esto es irracional, por supuesto, y buena parte de culpa por esta situación la tienen la descarada inhumanidad de los políticos estadunidenses.

Pero no debemos enfocarnos al hecho de que Saddam está alimentando esa inhumanidad de forma muy deliberada para dramatizar la la oposición entre Washington y el resto del mundo árabe, al provocar una crisis con Estados Unidos (o más bien, con la ONU dominada por Estados Unidos), al subrayar lo injusto de las sanciones. Pero al continuar con esta actitud, lo que Saddam ha logrado es que el tema haya cambiado y ahora pase a primer plano su negativa a cooperar, al tiempo que los terribles efectos de las sanciones han quedado al margen. Aún así, persisten las causas primarias de una crisis árabe-estadunidense.

Se impone un análisis cuidadoso de dicha crisis. Estados Unidos ha estado siempre opuesto a cualquier signo de nacionalismo o independencia árabe, en parte por sus propias razones imperialistas, pero también porque así lo requiere su apoyo incondicional a Israel. Desde la guerra de 1973, y a pesar de un breve embargo petrolero, la política estadunidense hacia el mundo árabe, incluyendo el proceso de paz en Medio Oriente, ha tratado de esquivar o mitigar la hostilidad árabe hacia Estados Unidos al crear una situación en la que se le pide ayuda a Washington y se demuestra una ``buena conducta'' mediante la voluntad de firmar la paz con Israel. Aún así, la pura transigencia hacia los deseos estadunidenses no puede producir mas que ocasionales pronunciamientos de Washington sobre líderes que, al parecer, son ``moderados''. La política hacia los árabes jamás ha sido respaldada por una coordinación, presiones consensadas u objetivos claramente definidos. Por el contrario, cada líder árabe ha tratado de hacer arreglos por separado con Estados Unidos e Israel, de los cuales ninguno ha producido algo más que exigencias crecientes y negativas constantes de Washington de ejercer mayores presiones sobre Israel. Entre más extremas se vuelven las políticas israelíes, y menos respeto demuestran por los numerosos pueblos árabes que ven su futuro y bienestar hipotecados en las esperanzas ilusorias de, por ejemplo, los acuerdos de Oslo, es más probable que Estados Unidos dé pleno apoyo a Tel Aviv.

Enormes brechas separan a las culturas y civilizaciones árabes entre sí, por lo que no existe un flujo informativo y una política cultura árabe colectiva, lo que promueve que la noción de pueblos árabes con culturas, tradiciones e identidades propios sea inadmisible en Estados Unidos. Los árabes están deshumanizados, y se les ve como violentos e irracionales terroristas siempre en busca de exabruptos con bombas. Los únicos árabes que comercian con Estados Unidos son los obedientes líderes, hombres de negocios y militares cuyas compras de armamentos (las más altas a nivel per cápita mundial) ayudan a mantener a flote la economía estadunidense. Más allá de esto no hay ningún sentimiento, por ejemplo, en torno al horrible sufrimiento del pueblo iraquí cuya identidad y existencia se ha perdido de vista en la actual situación.

Este obsesivo y morboso miedo-odio hacia los árabes ha sido un tema constante en la política exterior estadunidense desde la Segunda Guerra Mundial. En muchos sentidos, cualquier cosa positiva sobre los árabes es vista en Estados Unidos como una amenaza a Israel; así, los judíos estadunidenses pro israelíes, los orientalistas tradicionales y los halcones militares, también han desempeñado un papel devastador. El oprobio moral es exacerbado en los estados árabes al igual que en muchos otros. Turquía, por ejemplo, ha llevado a cabo una campaña contra los curdos por varios años y no se ha oído comentario alguno sobre esto en Estados Unidos. Israel ha ocupado ilegalmente un territorio por 30 años, violando la convención de Ginebra a placer, lleva a cabo invasiones, ataques terroristas contra árabes y aún así Estados Unidos veta cualquier sanción en contra de esto en la ONU. Siria, Sudán, Libia e Irak están catalogados como ``países malvados''. Las sanciones contra ellos son mucho más duras que contra cualquier otra nación en la historia de la política exterior estadunidense. Y aún así Estados Unidos espera que su propia agenda exterior prevalezca (como ocurrió en la desatinada cumbre económica de Doha), a pesar de su hostilidad hacia los intereses colectivos árabes.

En el caso de Irak hay un número adicional de atenuantes que hacen parecer a Estados Unidos aún más represivo. En el inconsciente colectivo estadunidense arde el celo puritano que promueve la actitud más dura posible contra cualquiera que pueda ser calificado de pecador irredento. Esta política estadunidense se manifestó hacia los indígenas americanos, quienes al principio fueron satanizados al ser presentados como salvajes despilfarradores, para luego ser exterminados. Sus ínfimos restos fueron confinados a reservaciones y campos de concentración.

Esta casi furia religiosa es el motor de una actitud de juicio que no tiene cabida alguna en la política internacional, pero para Estados Unidos es el principio fundamental de su conducta hacia el mundo. Además, el castigo es concebido en términos apocalípticos. Durante la guerra de Vietnam un comandante abogaba por el objetivo de bombardear al enemigo hasta devolverlo a la edad de piedra, y prácticamente lo logró. La misma visión prevaleció en la Guerra del Golfo en 1991. Los pecadores deben ser terminantemente condenados con la mayor crueldad, sin importar si por ello sufren de la más cruel de las agonías.

La noción del castigo ``justo'' para Irak se ha vuelto prioritaria en la mente de la mayoría de los consumidores de noticias estadunidenses, y esto conlleva a un placer casi orgiástico cuando se habla de la acumulación de fuerzas en la región del Golfo que están disponibles para confrontar a los iraquíes. Imágenes de cuatro (¿o ya son cinco?) inmensos portaviones navegando virtuosamente se emplean para dar énfasis a melodramáticos boletines sobre el desafío que Saddam implica y la crisis. El presidente anuncia que no piensa sólo en la amenaza sobre la región del Golfo sino en el próximo siglo.

¿Porqué es intolerable la amenaza de Irak de utilizar armas biológicas, a pesar de que, (y esto no se menciona) los reportes de la Unscom dejan claro que el país no tiene ni la capacidad misilística, ni las armas químicas, ni el arsenal nuclear ni, de hecho, las bombas de ántrax que supuestamente está fabricando? Se olvida en todo esto que Estados Unidos dispone del terror de todas las armas conocidas por la humanidad, y es la única nación que ha utilizado una bomba atómica en contra de civiles, y que hace sólo siete años lanzó 66 mil toneladas de bombas sobre Irak.

Por ser la única nación involucrada en esta crisis que nunca ha tenido que luchar una guerra en su propio territorio, es fácil para Estados Unidos y sus influenciables habitantes hablar en términos apocalípticos. Un reporte que se difundió desde Australia el domingo 16 de noviembre sugiere que Tel Aviv y Washington sospechan que Bagdad cuenta con la bomba de neutrones.

Desgraciadamente los dictados del poder en bruto son muy severos, y para estados débiles como Irak, insoportables. Desde luego, el mal uso que Estados Unidos ha dado a las sanciones para despojar a Irak de todo y de toda posibilidad es monstruosamente sádica. El así llamado comité 661 de la ONU, creado para vigilar las sanciones, está formado por 15 estados miembros, incluido Estados Unidos, y todos tienen poder de veto. Cada vez que Irak presenta a dicho comité una solicitud de vender petróleo a cambio de medicinas, camiones, carne, etcétera, cualquier miembro del comité bloquea el pedido alegando que el artículo en cuestión puede tener usos militares (como en el caso, por ejemplo, de neumáticos o ambulancias).

Además, Estados Unidos y su clientela -como por ejemplo el desagradable y racista Richard Butler, quien señala abiertamente que los árabes tienen un concepto diferente de la verdad que el resto del mundo- han dejado claro que aun cuando Irak quede reducido militarmente del todo, al grado de ya no ser una amenaza para sus vecinos (lo cual ya es el caso), el verdadero objetivo de las sanciones es derrocar el gobierno de Hussein. En otras palabras, y de acuerdo con Estados Unidos, nada que no sea la renuncia o la muerte de Saddam producirá un levantamiento de las sanciones.

Finalmente, no debemos olvidar ni por un momento que Irak se ha convertido en un tema de la política interior estadunidense, independiente de los intereses exteriores de Washington, debido a sus repercusiones vinculadas al petróleo de la región del Golfo Pérsico. Las crisis personales de Clinton -el escándalo sobre irregularidades en la recolección de fondos de campaña, su juicio por acoso sexual, sus diversos fracasos legislativos y domésticos- requieren que él se muestre fuerte, determinado y ``presidencial'' en otros ámbitos. ¿Dónde si no, en lo relacionado con Irak y el Golfo, ha permitido Clinton que un demonio extranjero desencadene su ingenua fuerza para su propio beneficio? Asimismo, el incremento de gastos militares para invertir en armamento electrónico ``inteligente, aviones más sofisticados, y fuerzas terrestres para la proyección internacional del poderío estadunidense resultan perfectamente adecuadas para ser exhibidas y utilizadas en el Golfo, donde existe una posibilidad mínima de víctimas visibles (las cuales suelen limitarse a civiles iraquíes). Es aquí donde la nueva tecnología militar puede ser mostrada de manera más atractiva.

Por razones que deben determinarse aquí, los medios demuestran especial entusiasmo en seguirle la corriente al gobierno, al llevar al público estadunidense el maravilloso y emocionante espectáculo de la autocomplacencia estadunidense, el orgulloso ondear de su bandera, el satisfactorio sentimiento de que ``nosotros'' nos hemos enfrentado a un monstruoso dictador. Lejos de realizar análisis y reflexiones razonadas, los medios derivan sus labores del gobierno, sin generar correctivos ni manifestar desacuerdos. En pocas palabras, los medios son la extensión de la guerra con Irak.

Lo más triste del asunto es que los civiles iraquíes parecen condenados a sufrimientos adicionales y a una agonía paralizada. Ni su gobierno ni el de Estados Unidos parecen inclinados a tratar de aliviar la presión que diariamente deben soportar, y lo más probable es que ellos sean los únicos que paguen el precio de la crisis. Al menos -aunque no es mucho- parece haber algún entusiasmo entre los gobiernos árabes por las acciones militares de Estados Unidos, pero fuera de eso no hay ninguna posición árabe coordinada, ni siquiera en el apremiante tema humanitario. Es desafortunado que, según las noticias, hay un creciente apoyo popular a Saddam en el mundo árabe, como si las viejas lecciones sobre el desafiar al poder real no hubieran sido aprendidas.

Sin duda Estados Unidos ha manipulado a la ONU para sus propios fines, un ejercicio vergonzoso que ocurre al mismo tiempo que el Congreso rechazó una vez más una moción para pagar mil millones de dólares que el país adeuda a la organización internacional. La prioridad de los árabes, europeos musulmanes y países de América es impulsar el tema de las sanciones y del terrible sufrimiento que se ha impuesto a civiles iraquíes inocentes. La posibilidad de llevar el caso a la Corte Internacional de la Haya me parece perfectamente viable, pero lo que se necesita es una voluntad consensada que provenga de los árabes que han sufrido por demasiado tiempo los extraordinarios golpes de Estados Unidos, a los que deben dar una respuesta apropiada.

*Edward W. Said es profesor de la Universidad de Columbia y especialista en temas de imperialismo, orientales y culturales. Se trata de uno de los intelectuales más respetados en asuntos de Medio Oriente relacionados con Estados Unidos y colabora con el diario The Nation. Este artículo apareció por primera vez en el semanario egipcio Al Ahram.