La Baja California fue siempre una tierra buscada por los autores de utopías. En los tiempos de españoles la encontró Fray Junípero, fundador de misiones, caminante sin miedo y sin tacha como el Señor Don Quijote; en las primeras luces de este siglo llegaron los anarquistas que soñaban con un reino sin rey, una república sin presidente, un pedazo de tierra habitado por hombres solidarios y sin voluntad de poder. Ya entrado el siglo, llegaron los sinarquistas al sur y establecieron sus colonias asexuadas y fundamentalistas (todavía andan por Tijuana algunas personas nacidas en ``María Auxiliadora''). Intentaban enfrentar su ``sinarquía'' a la ``anarquía'' con la falangista idea del orden y la disciplina férrea para combatir las debilidades humanas y, sobre todo, los excesos de la carne que reblandecen sesos y voluntades. De más está decir que los colonos y algunos de sus ayatolas cayeron en seducciones tan bellas como una langosta asada a las brasas, un abulón cocinado en su concha o una noche de sortilegios dedicada a las más delirantes comunicaciones espirituales y a los más intensos intercambios de fluidos corporales. La aventura fracasó porque los ``fuertes'' vencieron las tentaciones e impusieron su ``orden''. Por hambres de todos tipos, las colonias se despoblaron y los utopistas se desperdigaron por la península. El primer gobernador del nuevo Estado fue Braulio Maldonado, un cardenista inteligente, no muy hábil, pero con un estrambótico (casi esperpéntico por aquello del ``espejo cóncavo'' y las genialidades de forma y fondo del prodigioso -y mexicano honorario- don Ramón María del Valle Inclán, Marqués de Bradomín) sentido del humor que dio interés y originalidad a su paso por el Palacio de Gobierno de Mexicali, la capital de la comida china en nuestro país y en la alta California, el ex emporio algodonero y la actual ciudad industriosa que busca salidas maquiladoras y fue gobernada por un alcalde vociferante que mezclaba en su formación los consejos de los mandino y otros vendedores de baratijas consumistas, con una prédica entre religiosa y pragmática (recordemos que el pragmatismo no es una virtud sino la peor forma del cinismo. Salinas lo practicó hasta el delirio y en el actual gobierno hay un grupo que lo exalta sin ningún pudor. En estas cosas los jóvenes empresarios panistas y los tecnócratas priistas están en completo acuerdo. Ya vimos su maridaje para entronizar el horror fobaproico) que tiene adeptos y provoca entusiasmos sin mucho seso en los que siguen el modelo neoliberal y critican cualquier forma de intervención estatal en las cuestiones de la equitativa distribución del ingreso y de la igualdad en las oportunidades. San Diego cumple el papel de escaparate del american way of life, pues todos los días la pulen y sacan brillo, sus habitantes no tiran papeles en la calle, todas sus casas -especialmente las de Coronado -son modelos de Home and Town con sus ventanas iguales, las mismas cortinas, puertas con llamadores que tocan ``home sweet home'', prados impecables, señores cortando el césped los sábados por la tarde, emborrachándose por la noche y bebiendo bloody maries acompañados de Nachos y Fritos para paliar los efectos de las épicas crudas. Por las calles corren educadamente, o patinan con gran vigor, niños pecositos y pelirrojos de nariz respingona. Las madres preparan asados con papas, hornean panes y pasteles y alimentan a sus hijos con inmensos vasos de leche enriquecida con vitaminas, minerales y toda clase de aditivos. Sus malls son templos monumentales del consumo que ofrecen todo lo que se puede ofrecer en el mundo del libre mercado. Los estadunidenses perfeccionan día tras día su doble muro (caído el de Berlín, esta doble muralla defiende al imperio de la invasión de la pobreza) y los impresionantes reflectores que recorren el trágico espacio que se encuentra entre muro y muro. Tal vez algún congresista saque de nuevo el tema de la electrificación de las alambradas. Me decía un profesor de la Universidad de Baja California que se les podría sugerir la utilización de una tecnología más tradicional y barata: abrir un foso, llenarlo de agua y encargar a un grupo de cocodrilos y a unas brigadas de pirañas los servicios de seguridad. Los periodistas mexicanos se sienten obligados a hacer la crítica de Tijuana, a lamentar el hecho de que, desde hace muchos años, tenga como principal fuente de ingresos la satisfacción de las debilidades de los ciudadanos imperiales, y a describir los campamentos, año con año destrozados por las lluvias, en los que sobreviven varios miles de mexicanos que viven en espera de la oportunidad propicia para cruzar la raya divisora del precarismo como forma de vida, hacia una serie de azarosas perspectivas de trabajo, ahorro y envío de los ahorros al interior del país que tuvieron que abandonar por la injusticia, la falta de oportunidades, la voracidad de las clases dirigentes y la impudicia con que ejercen el poder. Este bazarista declara su gusto por Tijuana y su fascinación ante sus errores, aciertos, contradicciones, perplejidades, confusiones y pérdidas de identidad. Tijuana es un rompeolas, un refugio precario, pero abierto siempre para los pobres del resto del país, y un muestrario de debilidades y desigualdades, pero también de las formas más bellas de la solidaridad. Rubén Vizcaíno, iniciador de muchas reflexiones, promotor de variadas empresas culturales y maestro de promotores, me enseñó a respetar a esta tierra entrevista por las utopías, tendida entre montículos y barriadas y servida por el aeropuerto más caótico y angustioso de Mesoamérica. En la Universidad leímos una torpona pero entusiasta traducción de ``El llanto de la excavadora'' de Pasolini (el bazarista la perpetró hace muchos años). El estremecedor poema escrito en la barriada romana de la posguerra nos puso a pensar en estas barriadas situadas en una inacabable guerra. Hay que respetar a Tijuana, ciudad en lucha consigo misma, pues un día ganará su interna batalla. HGV
César y las visitas guiadas. Aunque ya habíamos mencionado de pasadita en esta columna la exposición César. Retrospectiva, entre las numerosas actividades que la Embajada de Francia organizó a propósito de la visita del presidente Jacques Chirac, Ana Leticia Vargas nos hizo llegar amablemente el catálogo de la exposición, así como las actividades paralelas que está desarrollando el Museo Rufino Tamayo. La muestra, que continuará en el Museo Tamayo hasta el 20 de enero para después viajar a Brasil y Uruguay, constituye una exaltación de la fuerza y la energía de la materia; desde su bestiario de hierro soldado de su primera época, hasta sus compresiones de chatarra y sus expansiones de poliuretano, la escultura de César Baldaccini (que así se apellidaba) son de una densidad y una profundidad peculiares. Además, los sábados 19 de diciembre, 9 y 16 de enero de 1999, puede usted, ecléctico lector, llevar a sus niños al programa educativo-cultural Jugando con César, que se compone del espectáculo ``Sueños de Pimpoñina'', de Andrea Christiansen y la visita guiada animada por la exposición César. Retrospectiva, con los narradores orales Marcela Romero y Gerardo Méndez. La cita es a las 12 hrs., y habrá asistencia personal en la sala didáctica y un regalo sorpresa al finalizar la visita. Asista usted y luego lleve a sus chavos a que jueguen aprendiendo, o al revés. No se va a arrepentir. Tepito Arte Acá. La Calavera, revista de cultura popular nos anuncia, con la aparición de su Nueva poca, que el barrio bravo de los Chorrocientos mil días vuelve por sus fueros y lo invita a usted, iconoclasta lector, a que la compre en su cabalística edición núm. 13, de otoño de 1998. Adquiérala por $10 ultramachacados-por-adivine-qué-partidos. Haití, 500 años de historia. Si piensa usted ir a darse una vuelta por nuestro Centro Histórico, asómese al Museo Nacional de las Culturas (Moneda 13, a un lado del Palacio Nacional), ahí se encuentra esta exposición, organizada por el INAH y la Embajada de Francia. La muestra ofrece un panorama general de la pintura contemporánea haitiana, así como un repaso de la historia del pueblo de Haití, desde la conquista española hasta los acontecimientos más recientes (con todo y Papá Doc y Baby Doc en la lista). Agenda erótica. Estamos a un paso de estrenar año nuevo, y ya es hora de que vaya usted, ordenado lector, pensando en comprar una buena agenda que le organice la vida (por lo menos la profesional, en el afortunado caso de que tenga usted empleo). Solar Servicios Editoriales acaba de sacar su Agenda erótica femenina 1999, realizada por Marcela González Durán y Olivia Ortiz Ramírez. Además de algunos dibujos de Eko, usted podrá encontrar, a lo largo de los días, pensamientos, poemas y cuadros lúdicos como para renovarle el día y también ponerlo a pensar (problablemente en eso, ni modo). Por ejemplo, al abrir la agenda, el primer pensamiento con el que usted se tropieza es un pensamiento tantra que sentencia: ``Cuando la mujer está satisfecha, el mundo entero está satisfecho.'' Esto, que es mucho más complicado de lo que algunos machines piensan, seguramente da qué pensar. La Agenda erótica femenina estará a la venta en la Librería Pegaso de la Casa Lamm, en las librerías del FCE, en las Gandhi, en El Péndulo y en la del Sótano, etcétera. Pero si por alguna razón no la encuentra, y además desea adquirirla a precio de fabricante, vaya o comuníquese a Solar, ubicado en Calle 2, núm. 21, col. San Pedro de los Pinos, tels. y fax: 515 1657, 271 8935, 271 9027, o a [email protected] Otra agenda erótica. Ah, el erotismo, esa flor que podemos desojar día tras día hasta agotar el año (y al que la desoja, si felizmente lo cumple más de una vez al día). Así pues, para que pueda usted elegir, o de plano tener las dos, por lo que pudiera ofrecerse, Tempora Nova/ Meridiano Ediciones le ofrece su Agenda erótica 1999. Ahora que, para los recios nacionalistas con alma de concheros, también se ofrece la Agenda México Prehispánico. Y para los editores e impresores, nada mejor que la agenda El Cielo, del Grupo Pochteca, que seguramente le ofrecerá un muestrario de lujosos papeles que, si no los puede emplear en sus publicaciones, al menos le ofrece la celestial sensación de acariciarlos. CG-T
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Para entender por qué nos deleita la contemplación del paisaje conviene empezar preguntando por qué necesitamos que los cuartos donde habitamos tengan ventanas. Una casa perfectamente ventilada e iluminada eléctricamente pero sin ventanas, no puede satisfacernos. En esa modernísima, tecnificada y claustrofóbica casa-submarino nos sentiríamos encerrados. ¿Por qué? ¿Por qué nos sentiríamos encerrados aunque pudiéramos entrar y salir a voluntad? Una primera respuesta obvia es que la vista necesita espacio donde vagar y discurrir. Ya sabemos que no es propiamente la vista la que precisa espacio de vagabundeo, sino la imaginación identificadora que viaja en ella. La vista sin imaginación nos daría sólo manchas irreconocibles y confusas. Digamos entonces que la vista necesita espacio, como aire el animal. ¿Y por qué necesita espacio la imaginación? Para responder esta pregunta indaguemos qué hace la imaginación cuando vaga en la vista, por qué se deleita en eso que hace y por qué ese deleite se convierte en necesidad. Expongamos primero la respuesta completa, luego examinemos, parte por parte, sus elementos. Cuando la imaginación vaga en la vista, a) adquiere información y b) capta relaciones novedosas en esa información. En esta operación la imaginación se deleita, y al deleitarnos en esa contemplación nos situamos en las cosas y nos olvidamos, por un momento, de nosotros mismos. En la casa sin ventanas no podemos hacer esa operación, estamos condenados a no poder situarnos en las cosas y olvidarnos de nosotros, y experimentamos eso como encierro. Pero no estamos encerrados en la casa (podemos salir a voluntad), sino dentro de nosotros, pegados a nosotros sin tregua posible. Por eso necesitamos que la casa tenga ventanas. Ahora, ¿por qué deleita a la imaginación a) adquirir información y b) captar relaciones novedosas? Son dos razones diferentes, por eso las distinguimos. a) La información le da a la imaginación terreno donde ejercitarse; le da, por decirlo así, materiales de construcción. b) El deleite proviene, como siempre, de las regularidades. Este es nuestro compromiso: el placer de la apreciación estética viene siempre de identificar la adecuación de la regularidad a la cosa que le corresponde. El placer de mirar por la ventana es estético. Para entender el deleite imaginativo consideremos el caso siguiente: supongamos que vives en un edificio de departamentos y que la ventana de la recámara abre a un patio cerrado. Si en el patio no hay nada más que muros, ventanas y loceta gris, hay poca información y el alivio al encierro no es muy grande, pero basta que en el patio haya uno o dos árboles grandes y frondosos para que todo cambie. ¿Por qué? Porque el árbol es un gran lugar para las regularidades y su adecuación a la cosa. Un árbol es estéticamente inexhaustible. El placer de recorrer con la vista el ir y venir de sus ramas (parecido a seguir melodías) o las rugosidades de su tronco, o las formas, diversidad, unidad y tonos de color de sus hojas, no acaba nunca. O considera esto: ¿por qué nos deleita mirar desde arriba? Porque abarcas más, claro está. Pero ¿por qué quieres abarcar más? Porque mientras más abarcas tienes más información. Eso en parte, además, y este es un elemento esencial de la contemplación de todo paisaje, porque mirando desde arriba puedes imaginativamente situarte. Te sitúas en doble aspecto: por un lado, al mirar a los humanos allá abajo, pequeños, discurriendo, tú y tus asuntos se relativizan y pierden importancia, tú eres uno más entre esos que se atarean y empeñan en sus cosas. Pero, por otra parte, tú eres el que está arriba, el que se da cuenta, tu ``dominas'' le escena. Así se dice que el paisaje ``domina'' esto o lo otro. Y porque puedes situarte y salir de ti mismo, la contemplación del paisaje siempre seda y reconforta. El apetito imaginativo de espacio, que hace necesarias las ventanas en las habitaciones, se satisface, como apetito de vastedad, en la contemplación de cualquier paisaje. Pero este apetito de ninguna manera agota el tema. Hay una estética del paisaje. En la apreciación del paisaje, como en toda captación estética, entran en acción las regularidades implícitas que explaya, hace coherentes y aplica la imaginación. Y, como veremos en lo que sigue, son regularidades peculiares, propias del objeto apreciado.
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