La Jornada Semanal, 20 de diciembre de 1998
Yo soy un lugar mítico y contento,
me llamo Café París.
A mis
mesas con sillas de mimbre vienen a sentarse
todos los hombres
serios del país.
Aquí traen a la patria del brazo, alegres y
apurados
todos los que piensan, los que aportan,
los
azorados,
los vivos, los furiosos, los enamorados.
Alguien sueña
todavía en un café con anís. Cosas de antes.
Mis revuelos ocurren
en los años cuarentas,
cincuentas y sesentas
de lo que se
llamaba el siglo veinte
en Cinco de Mayo y Filomeno Mata. Vagos,
políticos,
poetas y cantantes.
Todos, claro, van de traje y de
corbata;
en el cuerpo, la lengua, los lentes, el portafolios y el
partido
traen el entusiasmo hasta los dientes.
Los poemas, los
óleos, los programas de teatro,
los monotes mal hechos de las
caricaturas,
el hipódromo, el frontón, los amores marginales,
la
sucesión presidencial, los otros graves males,
el disimulo, la
mentira, algunos sueños infernales,
las premuras domésticas, los
nuevos modos,
el círculo cerrado y lo vivido.
Invenciones del
tiempo,
abreviaturas del cariño mal puesto en el lugar
debido,
como si fuéramos muchachos de un club inmenso
marcado en
el cuadrante del olvido.
Ya nimodos.
Para ser café estoy más que
vivo,
casi parezco un cuerpo palpitante
con vida, sangre,
cuentas y lugar pendiente,
como un accidente más que intenso,
acidulado, tierno,
muy presente,
del pedazo de historia que
hacemos entre todos.
Vengo del vértigo, del éter del Señor y estoy en éxtasis.
Hay una costra en las injurias de tu madre. Hay una espina
Alguien lame tu sangre en el patíbulo.
La enfermedad asorda en su ladrido. El sol penetra con un rayo
Insufrible la sed al horizonte de todos los rincones que te
habitan.
Perdí el
olvido en las paredes del silencio.
Como una mosca lúbrica crucé la
eternidad, el hambre
del arrepentimiento.
a media
tarde, una figura que te roza y toca la hinchazón
de lo que
miras. Hay una víbora que repta en tu garganta con
un canto de luz
donde la noche sangra.
de
luz por el aire de tu boca.
Entran las sombras en dormitorios de
marea. Son la virtud y la
opulencia del que agoniza con su secreto
a cuestas.
Vivo panal de piedras sobre un cerro
mientras mercabas la negra obsidiana.
Imitabas cuanto imita ancho el vientre.
Insurrecta, descuartizaste al jefe.
Enterraste a la vieja al pie del templo
y le hablaste ebria al cielo, desnuda,
sin afeites, firme, trastabillando.
donde la flor es la áspera
roca,
miraste en el lago la sal del agua.
Olías a sangre y eras
laberinto.
Tus calles, imprevisibles trampas,
llevaron risa y
Ley de casa en casa,
imitaron la ruta de las venas
y aceptaron
el juego de la muerte.
Huiste de la simetría.
Confundiste todo
amor con la guerra
Ya desciende la noche del verano
Del sur francés, salen como en prisma
Pasaron años pero no la angustia.
Se encienden en todo Arles las ventanas.
Poblada de estrellas, la noche de Arles
y las campanadas de la
iglesia
resuenan en muros, suenan, me alejan,
y en círculos las
golondrinas
chillan al río. Anochece en Arles.
Veo el Ródano
desde el glauco muelle
de Méjan, y me desciende el río.
Estoy
cerca de los cincuenta años.
los colores del invencible
verano.
Los campos de girasoles se han vuelto
incendio
horizontal en los campos
y en la plata de los olivos se oye
cómo
suena la plata de la luna.
¿Pero quién aquí, en noches del
Ródano,
no ha oído ante la puerta de Méjan
ayes de náufragos,
barcos fluviales,
y las voces en añicos de muchachas
que
hicieron llorar a los pañuelos?
Tener veinte años significa
fuerza
y orbes de sueños, pero escasos cuadros
de comparación y
conocimiento.
No se puede permitir (dijo Nizan)
que alguien diga
que los veinte años
es la edad más dichosa de la vida.
No supe
qué hacer con mis veinte años
¿pero alguien supo lo que hacer con
ellos?
En esos años yo traté a la muerte.
ramos hermanos
trístidos, tan buenos
amigos para ser buenos hermanos.
Discreta,
la muerte salía del templo
de Nuestra Señora de las Américas
y
nos sentábamos bajo un fresno alto
en el círculo del círculo del
parque,
y charlábamos a fondo de cosas
como locura, salvación,
destino.
Al pasear luego a través del barrio,
por Plateros o
Damas, me resonaban
los nombres de Mónica y Paulina,
y buscaba
el resplandor de sus cuerpos
como los girasoles buscan el sol,
y
el mundo es un mundo iluminado,
hasta que surgen asfixia y
lágrimas
y la muerte se aísla en sus labores.
Cincuenta años pesan por
todo viaje
que has dejado de hacer y ya no
quieres
hacerlo. Pesan como si te hubieran
puesto metal o piedra
en las rodillas.
Pesan como la ceguera de un amigo,
como un
tigre sin rayas y sin luz,
como un invierno oscuro bajo
lluvia.
deja estrías de fulgor en
la escritura,
y a lo largo de la puerta de Méjan
no sé si veo
las piedras en astillas
de mis cincuenta o de mis veinte
años.
Era un jardín cerrado. Entre las palmas
era una rosa en llamas de
la tarde
y era fresca su piel allí encendida,
un brote apezonado
por los labios
de la hora indecisa. Ella reía
y lloraba el amor
contra mi boca.
Qué adolescencia la nuestra, qué
áspera
sensación de pecado. Fue un infierno
el cielo que se
abrió para nosotros
y el odio de su padre al enterarse.
Ausente en el sillón
Parpadea la vida
Sonámbulos minutos
reinvento un jazz o una sonata
Mi cuerpo crepita en tus manos
caoba
tras el cristal
Hojarasca
pájaros
flores
crisálida y abeja vuelo
muerdo un milky way
-negra Vía Láctea-
aspiro rajas de canela y margaritas
Días de otoño
Entonces germinaba mi sorpresa
palabra
En el aroma votivo
Después como verdad errante
Vuelvo
Vuelvo
Hoy la ausencia de nada
No caen las hojas porque llegó el otoño
volver en estos pasos
y en carnal bruma
signar
precisos epitafios
osarios
parcelas vivas del lenguaje
era yesca
era solar
y la
cólera y la arcilla
por igual
revelación
una alianza de tinieblas
un adelante
perpetuo
ni hastío
ni enigma
asedio hasta agotar los
espejismos
los vestigios
el ácimo pan
los
aullidos de la tierra
y en floras y en himnos el estiaje
y tras
espesuras redimibles
una brisa de sal
la soberana sin
reino
y cuerpos sobre cuerpos
como plinto
ya exangües los
íntimos sarmientos
vuelvo por eso
con la voz de la tribu en el
otoño
porque ya no hay certezas ni oficiante
porque el olvido a
todos asemeja
porque la noche llegó como arpillera
y el agua
fluye hacia las tierras
y en las vegas erguidos sotos nos
acechan
y los ojos distantes son tiniebla
vuelvo y es otoño
y da mis nombres la ceniza
en la
queja extrema de los fosos
porque no fuimos ya
ni lo
seremos
y ese lamento adventicio
viene de claustros
de
cadalsos
de hospedajes públicos
de íntimos desiertos
del
oprobio
que es agreste y dulce y restituye
en caravana final
por el verdín del
tiempo
dice de todos los que se marcharon
y dice del sol y dice
de la lluvia
de batracios en sentina
del púrpura que invade los
estuarios
y la elisión del viento
y eso dicen también los que se
marcharon
de su óbito
de las maduraciones vegetales
de su
insolvencia
de su nostalgia por guedejas de la amada
del
tránsito de las criaturas
y la erosión de la paciencia que se
vuelve dócil
caen por los que se
marcharon
y caen también por tanta transparencia
y por esa
voluntad de lo innombrable
porque han de caer
y otros han de
marcharse
por las palabras que también caen
como el treno de
los días
por eso vuelvo
por eso caigo
sólo por eso
Es en tercera persona que le hablo,
Más poderosos que la muerte,
Todo esto lo miró Usted
Más poderosa que la vida,
porque así ordena su
lápida.
Doctor, y luego el nombre
que en vida llevó
y
ahora conserva entre los vivos.
La tumba es sobria y
monolítica,
como debió haber sido el Golem,
un ser sin más dones
que la vida,
poderosa y doliente,
pero sin las imperfecciones y
prodigios
que nos bautizan hombres.
la vida se prodiga
en las mejillas
de los niños,
en los bolsillos de los ladrones,
en las estatuas
ennegrecidas
que tienen, como los héroes de la fábula,
el
corazón de oro.
La vida se ofrece en cortos plazos,
y se paga
con un número
semejante al impreso
en la piel de sus
hermanos.
Jóvenes y viejos
la apuran con las mismas ansias
y
el puente de Carlos es el nuevo templo
profanado por los
mercaderes.
Pero la ciudad es una gran juguetería,
un cuartel de
marionetas,
un arsenal de instrumentos de cuerdas,
poleas,
engranes, aceites benévolos
capaces de curar al melancólico
que
prospera en la niebla.
desde su torre solitaria. La coraza
de
insecto despreciado por esos
a los que no despreciaba,
pero no
entendía.
Ahora, por haber sido distinto,
se hacen camisetas con
su efigie.
la muerte nos espera
en este desfile
lapidario
donde le hacemos guardia
y pasamos revista a esos
fantasmas
en los que sólo creen sus semejantes.
Insolente y
atrevida,
en su tumba crece una flor
que pretende una
avispa
ansiosa de vida y de presente.
He aquí el resumen, Doctor
Franz Kafka:
la rosa negra de la angustia
prospera para unos
cuantos atrevidos.
La vida y la muerte juegan sube y baja
en el
parque desierto
donde un grupo de furias
ejecuta su música de
cámara.