Iniciemos nuestra valoración señalando que entrego la áurea Cabeza de Palenque a la Mejor Película de la 32 Muestra a Festen, la celebración (1998), de Thomas Vinterberg. Tomo tal decisión, por el estremecimiento que me causó ver en la pantalla una novísima cinemática (léase Dogma 95) cuyas reglas sirvieron para la cabal recreación de sórdidos secretos familiares (incesto, violación). Antes de tomar la decisión en favor del cineasta danés valoricé otros tres filmes: Carácter, Doctor Akagi y El ladrón.
Descarté la primera, debido a la indecisión de su director de otorgarle a aquella excelente ``materia prima'' que articula la película una vibración universal al viejo estilo de la tragedia griega. Me alejé de la segunda, porque el filme del japonés Imamura es excesivamente localista. Y la tercera, debida a Chukhrai, por un motivo emocional: ``la benigna presentación del crudelísimo dictador Stalin''.
Evidentemente, la Cabeza de Palenque al Mejor Director giró alrededor de los realizadores mencionados, sin dejar de pensar un solo instante en Alain Resnais (Siempre la misma canción), Agnieszka Holland (La heredera) y Kenneth Loach (Mi nombre es Joe) cuyas habilidades técnicas y narrativas son mundialmente apreciadas. Finalmente, decidí que el premio al mejor director de la muestra era necesario entregarselo a Vinterberg, por su apasionada preocupación por utilizar el discurso de las imágenes en movimiento de una manera diferente, más allá de los recursos de la cinematografía actual.
Para continuar esta discutible valoración, me pregunto una y otra vez, ¿quién fue el mejor actor de la muestra?, ¿quién debe recibir la codiciada Cabeza de Palenque? De inmediato surge un nombre Akira Emoto, el doctor Akagi. Pero también aparecen otros, por ejemplo, Albert Finney encarnando a Austin Sloper en La heredera; Ulrich Thomsen, el Christian de Festen, la celebración; Peter Mullan, el alcohólico liberado de Mi nombre es Joe; Rasmus Lybertha, como Rasmus, el infatigable viajero de Corazón de Luz.
Después de una lenta rebúsqueda me inclino por una inesperada vibración memorística que recrea la presencia del actor ruso Vladimir Mashkov, el seductor teniente de El ladrón. El debe recibir el premio al mejor actor. ¿Y quién cómo la mejor actriz? Acaso la oriental Kumiko Aso, quien conduce con mágicos sortilegios a Akagi para rencontrar el amor; quizá la versátil Samantha Morton que dio aliento a la complicadísima Iris, en Debajo de la piel; tal vez Jennifer Jason Leigh, la ``heredera'' que recreó Holland en el trasvase a la pantalla de la novela de Henry James, o la australiana Cate Blanchett, quien resucitó en los fotogramas -400 años después de muerta- a la reina virgen Elizabeth en el filme del hindú Kapur; o Emma Suárez alentando con rítmicos matices verbales y gestuales a Diana, la condesa de Belfor en El perro del hortelano, de la ausente Pilar Miró.
Acorde con innúmeras pulsiones entrego el premio a Emma Suárez, como lo hicieron en 1996 y 1997 el jurado del festival de Cine de Pescara, Italia, y los miembros de la Academia de las Artes y las Ciencias de Madrid. Y para terminar, cabezas de Palenque a Mejor Fotografía y a Mejor Música.
Para Mejor Fotografía otorgo el galardón a Roger Stoffers por su memorable trabajo en Carácter, de Mike van Diem, sin olvidar a Dan Lausten, aquel que recogió imágenes nunca antes vistas de los desolados espacios groenlandeses para Corazón de luz, ni a Remi Adefarasim, el barroco organizador visual de Elizabeth, ni a Arthur Edeson, de Casablanca, uno de los más grandes camarógrafos estadunidenses de todos los tiempos.
Ahora bien, para la Mejor Música daré hoy y siempre la áurea cabeza palenqueana a Bruno Fontaine, coordinador de los números musicales y de la música score (léase directa e incidental) de Siempre la misma canción (1997), de Resnais. Hasta aquí los galardonados.
En caso de existir una premiación real obtendrían, a mi juicio, las seis Cabezas de Palenque antes mencionadas.