Arnoldo Kraus
Poder, esa enfermedad

Antes de concluir, me disculpo: plasmo en el periódico estas líneas no periodísticas. Diciembre es especial y algunos exabruptos se soportan. Solapados por las promesas del año nuevo y encubiertos por la amnesia de los días viejos, los deslices del alma y la falta de rigor pueden tolerarse. Los diciembres mexicanos son, además, más benévolos, pues desde todos los eneros, el gobierno enseña que nuestro surrealismo no sólo avala lo inimaginable sino que todo cabe.

Y antes de proseguir, desde el diván del anonimato --se leen las letras pero las caras no se ven-- ``me confieso'': detesto el poder, me obsesionan los daños de la autoridad y la subjetividad de quienes lo ejercen. He pensado, médico al fin, que el poder es una enfermedad, contagiosa, ilimitada, intratable, progresiva y deformante. Sin pócimas a la vista y sin elementos técnicos para diagnosticar ``la enfermedad del poder'', la tarea de quienes la padecen, de alguna y de todas las formas, radica en crear conciencia para así intentar menguar los daños emanados de tan temible patología. El dominio es sordo, omnipresente y omnipotente. Por eso, sus daños son ajenos a quien los produce. No hay paradoja: sin interlocutores sólo hay una y sólo una razón. ¿Cómo decirle a quien lo ostenta que está ciego, que no oye, que hay otros?

Ya que en mis textos de medicina o psiquiatría no se encuentra descrita la enfermedad poder o algún tumor con ese nombre, aventuro algunas hipótesis acerca de los individuos afectados. Pero antes, copio, para fortalecer mis ideas, algunos renglones de la poesía que condicionó la primera detención del poeta ruso Ossip Mandelstam en 1933. El poema retrataba a Stalin: ``Vivimos insensibles al suelo bajo nuestros pies/Nuestras voces a diez pasos no se oyen... Una chusma de jefes de cuellos flacos lo rodea, / infrahombres con los que él se divierte y juega./ Uno silba, otro maúlla, otro gime. Sólo él parlotea y dictamina''. Construyó, al lado del poeta, los elementos que caracterizan el poder.

Distancia, totalidad, irrealidad, conocimiento parcial, inadecuado o erróneo de las necesidades de ``los de abajo'', idea de superioridad, sordera que alterna con ceguera o ceguera acompañada de sordera, conocimiento unívoco e inequívoco, amnesia, capacidad para leer y analizar el presente, pero dificultad para penetrar el pasado o avizorar el futuro, así como la creencia o seguridad que todo lo hecho es correcto. La autoridad inmuniza y por eso crea distancias infinitas e insalvables.

Los mismos padeceres se repiten independientemente del sitio o puesto de quien domina. Las mismas quejas y similares inconformidades rodean las bocas de los que protestan contra ese mal. Las críticas difieren acorde con los elementos disponibles. Aunque no es así, deberían ser más violentas en quienes tienen voz: económica, cultural, histórica, social.

Nuestros tiempos, en México, en el mundo, están demarcados por el poder. Incontables han sido ahorcados. Otros silenciados. Demasiados atemorizados. Muchos, reducidos al olvido. La fuerza del poder ha traspasado todas las fronteras, todas las lógicas y casi todas las posibilidades. Las disparidades entre quienes ejercen ese mal con quienes lo padecen son, incluso, mayores que las dismetrías entre los más pobres y los más ricos.

Siempre he pensado que aquéllos que tienen la fortuna de ser dueños de sí mismos, los universitarios, los comunicadores y, sobre todo, ese grupo amorfo conformado por ``intelectuales'', deberían ser los que delimiten la fuerza del poder. No es aventurado ni ``amarillista'' afirmar que el futuro es incierto. Hoy es más turbio incluso que después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando la guerra finalizó, la esperanza era precisamente ésa: había llegado el fin. Así lo entendió la gente. Hoy no podemos vivir un fin, pues desconocemos el principio y todas las caras de la dominación. Por eso, el futuro es más oscuro; la proliferación del conocimiento, de las ciencias, de las artes y de la vida han servido poco para contrarrestar las mermas que sufren y padecen la mayoría de los seres humanos. ¿Cuál es la utilidad del conocimiento? ¿Alivia la ciencia? El poder, la enfermedad del poder, utiliza esos recursos tan sólo para perpetuarse y heredarse. Desoír y olvidar sus compromisos son algunas de sus características. Aligerar sus daños es tarea inconmensurable, ingente.

Luis Villoro, al hablar de nuestros tiempos en su libro El poder y el valor. Fundamentos de una ética política, afirma que ``...ninguna época conoció el mal en una dimensión tan amplia'', y, renglones adelante, comenta ``...los intentos por transformar la sociedad desde proyectos racionales parecen haber fracasado''. Y después pregunta: ``¿Es inevitable la oposición entre la voluntad de poder y la realización del bien?'' La respuesta no es simple. Las lecturas que hace la cotidianidad de la autoridad parecen indicar que el poder se aleja, la mayoría de las veces, de la moral.