A esta altura del invierno decembrino del 98 los descontentos económicos se profundizan al tiempo que se reaniman las expectativas de una caliente contienda por la Presidencia de la República. Fobaproa selló sus mecanismos y montos con el pacto entre el PAN, el PRI y la tecnocracia hacendaria. Y mediante los procedimientos establecidos por ellos, se empezarán a pagar los descomunales compromisos adquiridos, cercanos a los 800 mil millones de pesos al cerrar el presente ejercicio, para enderezar, se pretende al menos, el sistema financiero y de pagos.
De aquí a unos cinco o seis años los presupuestos federales cargarán con ese pesado fardo que nulificará cualquiera tentativa de mejora colectiva. Habrá que esperar hasta bien entrada la primera decena de años del milenio siguiente para pensar en algunas ganancias en los niveles de la calidad de vida y en el crecimiento real. La siguiente década será, para los mexicanos, de agobios y urgencias para evitar salir derrotados en sus esperanzas de desarrollo tal y como nos sucedió en los ochenta y noventa. Unos treinta años desperdiciados en pruebas y errores para finiquitar el arreglo anterior e introducir el modelo de gobierno y producción en boga. Un modelo que no ha permitido capitalizar debidamente los recursos y consolidar una base consensuada de sustentación propia y justa.
Este sexenio agoniza entre profundas desavenencias en casi todos los órdenes de la vida colectiva y, lo que es todavía más preocupante, con enconos que anuncian mayores costos y tardanzas. El pronóstico de López Obrador tiene visos de realidad en cuanto a la división entre una coalición gobernante (PAN y PRI) que empuja el vapuleado ensayo neoliberal y la de las fuerzas de izquierda (PRD y otros menores) que disienten pero que no logran cuajar una propuesta aceptable y pormenorizada, menos aún generar los apoyos para hacerla operativa.
El forcejeo es continuo y se esparce por todos y cada uno de los componentes del entramado social. Las disputas llevan las disonancias a todos los rincones y tópicos de la vida organizada haciendo casi imposibles los acuerdos entre las partes de ese todo que integra la nación.
Para cada problema y propuesta de salida que formula un grupo, hay una alternativa distinta que niega, de manera rotunda, a las del otro. Y mientras esto sucede en la arena pública, los ciudadanos, desconcertados y con malhumor creciente, tienen que atenerse y contentarse con los paliativos que ofrecen las endebles y, con frecuencia, oscuras coaliciones que mucho tienen de cupulares y particularizadas. Surgen entonces mayorías que el electorado ciertamente no previó ni, a lo mejor, desea pero que tienen, finalmente, el respaldo de la legalidad. Los que quedan fuera de las concertaciones alegan en su favor una razón tan ``histórica'' como futura que piensan rescatar algún día con suficiente respaldo para imponerla a los demás. Un juego que tiene entrañas perversas y que degrada la calidad y la oportunidad de las respuestas que se van obteniendo en este pedregoso camino. Así se tendrán que aceptar mayores impuestos, reducir gastos, aumentar la pobreza, posponer inversiones, limitar los accesos a los servicios de salud y educación y debilitar el ahorro. Una verdadera colección de torpezas y hechos desagradables.
En medio de estas discordancias y sufrimientos, ciertos datos duros apuntan hacia tiempos mejores. Cada uno de los partidos políticos mayores tiene definidos al menos uno de sus contendientes por el cargo mayor de la República. Fox, Bartlett y Muñoz Ledo ya saltaron al descampado y comenzarán a rodar por las veredas en busca de la simpatía ciudadana. Los tres tienen cualidades y defectos que el electorado habrá de sopesar según sus gustos y pasiones. Es factible que se les unan otros aspirantes adicionales que, con toda seguridad, enriquecerán las opciones hoy disponibles. Desafortunadamente las reglas de competencia no aseguran, todavía, igualdades entre partidos y candidatos. Pero se puede confiar en la prudencia de estos hombres o mujeres para someterse a principios y dispositivos que no hagan onerosa la práctica electoral de la democracia. Si las ambiciones de triunfo prevalecen sobre la cordura, bien se les puede recordar entonces poner atención a la ineficacia de los dispendios de cara a un mercado deprimido, medios atentos y a unos votantes que resentirán todos aquellos gastos ostentosos.