Concierto de Navidad con la Stockholm Sinfonietta
Barbara Hendricks y niños suecos, el canto de la vida cotidiana

Intérpretes y soprano actuaron en el Barbican Centre

Pablo Espinosa, enviado, Londres El mundo está poblado de recitales de Navidad. Pero cada uno de ellos tiene algo que lo hace único. El realizado por la soprano estadunidense Barbara Hendricks en la sala de conciertos del Barbican Centre no sólo contiene unicidad, sino ese halo que rodea lo inolvidable y lo hiende hasta el fondo del ventrículo derecho.

No era un concierto cualquiera, de esos que en nombre de la tradición se incluyen temas misceláneos de la misma manera que se introducen dulces en una piñata. No. Había una idea que bullía en la mente de la hermosa Barbara y que empezó a cristalizarse hace cuatro años, cuando tomó el teléfono en Suiza, donde vive, para comunicarse con Johan Englund, en Estocolmo, pues las melopeas que rondaban la cabeza hendricksiana tenían que ver con los tonos de ángel que hay en las voces de las suecas y los suecos.

Es dable ver de pronto iluminados los túneles de los trenes subterráneos o los andenes de las estaciones del Metro de Estocolmo con voces que provienen de algún punto móvil de entre las escaleras eléctricas, los montículos de nieve o desde recovecos aleatorios: las muchachas suecas que, sin más, cantan, a cualquier hora y por doquier. Y ese canto de sirenas es un dejo de la vida cotidiana, tan normal como que los días duren cinco horas en invierno o que en verano nunca se ponga el sol. Suecia, es sabido, tiene entre sus riquezas ser el país de mayor perfeccionamiento coral; hay en esas tierras tantos coros como nieve. El sistema nacional de educación tiene en la música, en general, y en el ejercicio canoro, en particular, un énfasis notable.

A esa riqueza cultural se dirigieron los trabajos de la soprano Hendricks en pos de su proyecto, de manera tal que el primer resultado fue un hermoso disco, grabado en 1994, relación de la cual se ha beneficiado el mundo, pues año con año tal proyecto se vuelve más redondo, fino, acabado y esta vez está en su punto máximo. Llegados a Londres desde Suecia y Suiza, respectivamente, cantores y solista se hicieron acompañar por la Stockholm Sinfonietta, la misma que hizo sonar sus instrumentos hace apenas unos días durante el banquete de gala en la entrega de los premios Nobel de este año, cuando el escritor lusitano José Saramago departía con los reyes suecos, junto a él la reina Silvia, hija de brasileña y conocedora de la lengua portuguesa.

De Bach a Mozart

La calidad ejecutoria de la Stockholm Sinfonietta se hizo patente desde el primer momento, cuando Gustaf Sjškvist puso en alto la batuta y cuando bajó la primera anacrusa sonó la música del viejo Bach, con su estrépito de alas de palomas, júbilo de sonrisas sonoras. Pero esto es que aparece al filo del proscenio la belleza negra de Barbara Hendricks para entonar el Laudate Dominum, de quién más sino de otro arcángel, Wolfie Mozart, para que el espectador estuviera cierto de que en ese momento había ángeles sobrevolando el escenario.

Y que tomaron su sitio atrás de la orquesta, pues el Gustaf Sjškvist Chamber Choir, compuesto por una cuarentena de suecos y suecas, acompañan ahora la voz solista de la Hendricks en un enfático Joy to the World, partitura de Handel, a lo que seguirá uno de los momentos más sublimes de un concierto de por sí sublime entero: un niño sueco, de unos 12 años de edad, canta a dúo con Barbara Hendricks el Pie Jesu, fragmento del Requiem de Andrew Lloyd-Webber que canta, también como los ángeles, una niña celta de 12 años de edad, Charlotte Church, en el disco Voice an Angel (Sony)

El Panis Angelicus, de Cesar Franck, es en la voz de Barbara Hendricks el equivalente a una caricia -tenue, fresca, tiernísima- que recibimos en los lóbulos (el hombre es el lóbulo del hombre y la mujer es el lóbulo del hombre, diría Thomas Hobbes), y si en ese momento el escucha ya vuela por encima de nubes de nieve y rosas, el colmo de la belleza se puebla de más ángeles: una docena de niños suecos se posa sobre el proscenio, al lado de la belleza afroamericana que es soprano, y juntos todos -niños, soprano, orquesta, coros- se reflejan en el título y solfas de una canción tradicional que los retrata: Les anges dans nos campagnes (Los ángeles en nuestra tierra).

Se sucedieron así, entre aves marías (el de Gounod, el de Schubert), pasajes instrumentales barrocos, piezas tradicionales de diversas partes del mundo, incluyendo una en español y un breve discurso de Barbara Hendricks en favor de los derechos humanos, pues ella es activista de tales, fragmentos de gracia de la noche en la tierra, iluminada por el canto de niños suecos, jóvenes y muchachas campesinas suecas, una soprano afroamericana y una orquesta, que es como decir: los mismísimos ángeles.