La Nochebuena y la Navidad de este año encuentran al país en un trance económico por demás difícil y en una circunstancia plagada de incertidumbre. La crisis que se desató hace cuatro años no ha sido superada. Por el contrario, en meses recientes se agudizó de manera grave, tanto por factores externos como internos, y se anticipa que 1999 será un año de renovada recesión y estrechez para millones de mexicanos.
En el terreno de las representaciones políticas de la sociedad, no se ha logrado construir los consensos fundamentales requeridos para transitar a la plena normalidad democrática y el estado de derecho, la política económica de acuerdo nacional y el establecimiento de una relación justa y digna entre los grupos indígenas y el resto del país. En el ámbito del combate a la delincuencia, falta convertir las exhortaciones enérgicas en acciones concretas y eficaces. En el curso del año que está por terminar, la esperanzadora composición parlamentaria surgida de los comicios de julio de 1997 fue evolucionando hacia una nueva alianza que da otra vez vida a la tradicional sumisión del Poder Legislativo ante el Ejecutivo.
Desde tiempos del porfiriato no había sido tan pronunciada y manifiesta como ahora la fractura social que separa al México opulento, próspero y primermundista del México pobre y miserable, agraviado e ignorado por las cúpulas del poder político y económico.
En estas condiciones, llegamos este año a la Nochebuena y la Navidad, festividades que hoy aparecen cargadas de connotaciones mercantilistas y consumistas pero que, en el fondo, conservan los valores fundamentales de su raíz cristiana: la solidaridad, la pertenencia al grupo social, la armonía entre individuos, la generosidad y el amor a los semejantes.
Tales valores están, pese a todo, presentes en nuestra sociedad. No provienen sólo de la impronta occidental y cristiana de los conquistadores, sino también de la cultura comunitaria heredada de los pueblos prehispánicos. Constituyen, por añadidura, la principal reserva y el más importante instrumento de sobrevivencia de la sociedad ante el embate de la globalización en curso, el neoliberalismo imperante y la inseguridad generalizada.
Cabe hacer votos por que en estas fechas los mexicanos reafirmen los atributos que mantienen unido el tejido social, que dan viabilidad humana a la nación y que la hacen más poderosa y vital que los factores de disgregación que la amenazan en la hora presente.