La sociedad japonesa está pasando por un mal trance. Dada la importancia de Japón para la economía asiática y mundial, esta fase de crisis repercute gravemente en el sudeste asiático y, en general, en la economía planetaria. La crisis bancaria -debida a la cartera vencida que generó el derrumbe de los precios en el mercado inmobiliario- es mucho mayor que la prevista y no hay elementos para esperar una recuperación rápida, a pesar de los enormes subsidios estatales al sector financiero.
Al mismo tiempo, el aumento de la desocupación -que en poco más de un año se ha triplicado- demuestra las dificultades en que se debate el sector industrial, tanto por razones internas como por la contracción de las importaciones de productos terminados o refacciones y materias primas industriales japoneses en las economías de Vietnam, Tailandia, Indonesia y Filipinas.
Esta situación por la que atraviesa el hasta ahora principal exportador internacional de capitales -y una de las tres grandes potencias económicas mundiales- tiende a prolongar los efectos recesivos que enfrenta todo el sudeste asiático, que por más de una década fue el área más dinámica de la economía mundial.
Las circunstancias referidas alteran la correlación de fuerzas entre Japón, Europa y Estados Unidos, por un lado, y entre Japón y China, por el otro, alimentando también las dificultades económicas y sociales sudcoreanas. En efecto, mientras Europa refuerza su posición en la competencia dentro del G7 -gracias su fuerte mercado interno y a la adopción del euro, que dentro de unos días entrará en vigor como moneda única-, Japón, más frágil por su enorme dependencia del comercio exterior, incrementará su dependencia política y militar hacia Estados Unidos.
China, por su parte, sigue exportando productos industriales y su economía sigue creciendo -si bien a un ritmo menor que en la década pasada-, y eso la lleva a conflictos con Japón por las relaciones de éste con Taiwán y por el control chino contra todo lo que pueda parecer un rearme japonés (lo cual, dicho sea de paso, impide a Japón tener, como Estados Unidos o Europa, un fuerte y subvencionado sector armamentista, absorbedor de empleo, de capitales y productor de tecnologías). China, de este modo, a la manera del Japón cuando los Meiji, o sea, combinando estructuras sociales conservadoras y duras con una modernización capitalista, se está convirtiendo en la primera potencia regional, papel que antes desempeñaba el Imperio del Sol Naciente. Durante el año próximo esta tendencia será aún más marcada, dadas las previsiones económicas para la región y para esa otra potencia asiática en decadencia, que es la Rusia del extremo oriente. Se prevé, por lo tanto, una mayor inestabilidad económica, política y social en esta zona, la cual ha pasado, durante 1998, por profundas perturbaciones. En suma, es posible que en 1999 el Pacífico no resulte muy digno de ese nombre.