Horacio Labastida
Morelos y Acteal

En 1813, Chilpancingo era un modestísimo poblado del valle que recorre el río Petaquillas, cuyas fuentes se hallan en la Sierra Madre del Sur. La idea del congreso que organizara en Estado a la nación fue mantenida persistentemente por el gran caudillo vallisoletano, y hacia el 14 de septiembre de aquel año, con la presencia de los diputados Rayón, Liceaga, Verduzco, Murguía, Herrera y Morelos -Bustamente era en esos momentos suplente-, en boca del secretario Rosains se escucharon los profundos conceptos contenidos en los Sentimientos de la nación, documento político fundamental en la historia del pensamiento mexicano; y en tan solemne acto, aparte de otras ideas clave, los asistentes conmoviéronse cuando Rosains, leyendo el texto, pidió a la asamblea instituir un Estado comprometido con la justicia social: que los ricos sean menos ricos y los pobres menos pobres, a fin de hacer posible de manera concreta la práctica ciudadana y nacional de la libertad; y esta libertad que Morelos percibió con una gran claridad al charlar con las poblaciones de entonces es, sin duda, uno de los sentimientos esenciales de los mexicanos. Pensar en la justicia social es pensar en la esperanza y los ideales del gran país que emergió a la historia universal con el Grito de Dolores; pensar y practicar la injusticia social, fomentarla, auspiciarla, es lo opuesto, lo radicalmente contrario al destino de México, y por esto las luchas de las masas contra quienes han traicionado sus deseos continúan a pesar de los enormes intereses faccionales que los obstaculizan desde que Antonio López de Santa Anna fundó apenas veinte años después de la clausura del Congreso de Chilpancingo, el primer presidencialismo autoritario, que se ha reproducido durante los últimos 37 lustros de nuestra vida colectiva.

Contra la concepción germinal de la nación, el presidencialismo autoritario y sus distintas formas significa la antinomia de los sentimientos de la nación. El presidencialismo es antidemocrático, no representativo, porque nace del fraude electoral, opuesto a la soberanía absoluta porque la entrega a poderes ajenos, agresor de los derechos del hombre y fuente de la injusticia social; y estas características que lo perfilan son las que florecen en las postrimerías del milenio.

Lo decimos en medio de una profunda angustia. Una trágica manifestación del presidencialismo autoritario fue el aberrante crimen cometido en 22 de diciembre de 1997, en la atmósfera de las fiestas decembrinas y a tres meses de las patrias, quizá como una muestra pública de su decisión de aniquillar los anhelos del espíritu humano. La masacre de Acteal es mancha imborrable en la conciencia: aquellos niños, mujeres y varones bestialmente acribillados por los paramilitares armados e impulsados por los opresores oficiales de la libertad del hombre han merecido y merecen la condena más abierta de todo el mundo. Ahora Acteal es denunciado en Latinoamérica, las tierras del Tío Sam y Europa con la mayor seriedad, en manifestacio- nes múltiples que recuerdan el genocidio contra gentes que pacíficamente pedían para los suyos vida honorable y digna.

La petición de Morelos en Chilpancingo sigue en pie. Contra lo que suponen los sanguinarios de Acteal, México está hoy más decidido que nunca a conquistar su libertad.