Guillermo Almeyra
A título de balance

Se está acabando un año que, desde el punto de vista económico, ha sido el del derrumbe de todos los sueños de estabilidad (¿cuántas veces nos dijeron que había pasado lo peor y que se entraba ya en una fase de recuperación?) y de todas las falacias e ilusiones de los especialistas (¿no ofrecían a Tailandia como un ejemplo a seguir? ¿no juraba el FMI que en Rusia jamás habría crisis?) La economía del principal proveedor de capitales -Japón- está estancada, lo cual agrava la situación de todo el sureste asiático (con excepción del subcontinente indio, mucho menos volcado a las exportaciones que sus vecinos y, por lo tanto, menos frágil). China emerge cada vez más como la primera potencia regional pero eso, lejos de aliviar la situación del capitalismo mundial -aunque le ofrezca grandes ganancias a los trusts- tiene efectos políticos y militares desestabilizadores, dado que el desarrollo capitalista de China es a la vez el reforzamiento de su nacionalismo intransigente.

Rusia, la otra gran esperanza para el saqueo del gran capital, ha dejado también de ser un mercado prometedor y también en ella el nacionalismo más reaccionario y obtuso lleva al poder a los seudo comunistas antisemitas de Ziúganov, a los monárquicos antisemitas de Zhirinovsky y a los militares igualmente antisemitas formados en la guerra de Afganistán. Al mismo tiempo, la unidad de los banqueros europeos avanza rápidamente y la aparición del euro debilitará la posición monopolista del dólar como moneda patrón, mientras se reforzará la posición competitiva de la Europa cada vez más unida y que tiende puentes a Rusia y a China en la escena internacional, y enfrenta a Estados Unidos, cuya hegemonía se ve cada vez más discutida.

El fin del último gran conservador -Helmuth Kohl- deja en ese papel a enanos como Aznar o el mismo Blair y abre brechas a una mayor intervención de los trabajadores, que se expresa en las grandes huelgas griegas o en las francesas. Mientras tanto, se suceden las huelgas generales en Corea del Sur, que el FMI presentaba antes como modelo a seguir y que está convertida hoy en ejemplo de unión entre los trabajadores y un sector importante de la población oprimida o explotada, en lucha por una democracia social.

En lo político, la caída del dictador indonesio Suharto, el proceso al mismo y las continuas movilizaciones estudiantiles en Timor Oriental han ido acompañadas por los éxitos del nacionalismo independentista irlandés y por los progresos de los vascos en su lucha por la democracia, así como por los resonantes procesos a Pinochet y a los dictadores argentinos, y por el triunfo aplastante del nacionalismo populista de Hugo Chávez en Venezuela. El odio popular a las consecuencias políticas y sociales de la política del capital financiero pone en cuestión por doquier la aplicación de las políticas neoliberales que antes enfrentaba escasas resistencias. Están lejos los tiempos en que Jeffrey Sachs asesoraba a Bolivia o a Polonia sobre cómo hambrear y arrojar al desempleo a los trabajadores para tener una macroeconomía sana, pues ahora hasta el Banco Mundial se pelea con el FMI y propone políticas de reducción de la miseria, mientras Europa plantea variantes al neoliberalismo y una restructuración tanto del sistema monetario internacional como del Consejo de Seguridad de la ONU (ambas en clave antiestadunidense).

Este ha sido también un año en que ha empezado -tímidamente- a mundializarse la acción de los trabajadores, sobre todo, con las diversas marchas paneuropeas de desocupados como la última a Viena, en ocasión del vértice europeo para tratar la política social. Nuevos vientos sociales comienzan a soplar y todos ellos son adversos al neoliberalismo. Por último la posibilidad de integrar a personas muy diversas en la sociedad de EU residía en la promesa de bienestar y de progreso social, y en la oferta de un sistema supuestamente con pleno equilibrio entre los poderes y marcado por la majestad de la magistratura y de la Presidencia como garantía de democracia formal.

Todo eso se ha derrumbado. Esta crisis económica, política y moral ha sembrado una semilla nueva que, si se agravasen las condiciones económicas, pronto podría germinar y dar frutos que van desde un neopopulismo hasta un semifascismo descarado, pasando por grandes movilizaciones de la sociedad. Como dicen los franceses quien vivirá verá...

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