En su mensaje navideño urbi et orbi, Karol Wojtyla (Juan Pablo II) lanzó un discurso que se torna aún más dramático por el hecho de que, posiblemente, será uno de los últimos llamados solemnes con ocasión de la Navidad --fiesta común a todas las confesiones cristianas-- que podrá realizar el anciano y enfermo ocupante del trono de Pedro. Dicho mensaje es particularmente importante porque es la primera vez que la Iglesia católica condena la pena de muerte, que ni siquiera la última versión del catecismo repudia. Además, el mes próximo el Papa deberá viajar a este continente, donde tocará tierra mexicana pero, sobre todo, hará un viaje pastoral a Estados Unidos, único país occidental que mantiene la pena de muerte y en el cual 3 mil 500 personas esperan ser ejecutadas, como las 500 que han sido ajusticiadas con diversos procedimientos desde que en 1976 dicho país reinstauró esta bárbara pena.
En realidad, todo el mensaje papal parece dirigido a los católicos y cristianos de Estados Unidos, pues condena la guerra en general y en particular en el Cercano Oriente (Irak, Palestina), llama a defender el ambiente (Washington, se recuerda, rechaza aplicar las resoluciones internacionales sobre los gases nocivos aprobadas desde la Conferencia de Río de Janeiro y reiteradas en las Conferencias de Tokio y de Buenos Aires), condena la fabricación y venta de armas e incita a frenar ``la mano ensangrentada de los responsables de genocidios y crímenes de guerra'', en evidente referencia a los casos de Pinochet y de los militares argentinos, respaldados por Estados Unidos, y a algunos regímenes o grupos africanos.
En especial, el llamado a respetar los compromisos internacionales, aplicado a la necesidad de la paz en el Cercano Oriente, alude evidentemente tanto a Estados Unidos, que ha violado la legalidad de la ONU en su ataque a Irak, como al gobierno israelí, que no aplica los acuerdos de paz de Oslo.
Este carácter eminentemente político del angustiado texto papal indica sin duda cuál será el tenor de su visita al país que es, a la vez, la primera potencia mundial y el que ofrece potencialmente mayores posibilidades de desarrollo a una Iglesia que, como la católica, hasta ahora está fundamentalmente presente en América Latina y en una parte de Europa y busca, por lo tanto, expandirse en un medio tan influido por la religión como es el estadunidense, y en el cual la población latina crece sin cesar.
Con la persistencia y el espíritu de cruzada que le viene a la vez de su carácter de polaco y de su constante lucha contra la cultura oficial de la ex burocracia ``socialista'' de Varsovia, combate en el cual se formó como prelado y como político, Juan Pablo II confía en la fuerza de las ideologías contra los que proclaman el fin de las mismas y adoran al dios ciego del mercado, y defiende una ética que sabe es compartida por los pobres, a los cuales trata de dirigirse.
En este mensaje, por último, no aparece para nada el fundamentalismo en el campo de los derechos de las mujeres o de la educación que podría chocar contra el liberalismo de la sociedad estadunidense, sino que están en primer plano la paz y la justicia. Eso lo hace particularmente eficaz, a escala universal, cuando el mundo carece desesperadamente tanto de justicia como de paz.