Son mis deseos más sinceros para todos los queridos lectores de esta crónica, tanto los de la capital como los amigos de los estados, cuya presencia cotidiana o eventual en esta ciudad tanto nos enriquece.
A unos días de que se inicie el último año del milenio, impregnados del espíritu jacarandoso que caracteriza esta temporada y en vísperas del Día de Reyes, es interesante recordar que en las naciones que usan el calendario gregoriano o juliano reformado, a las 12 de la noche del día 31 de diciembre se celebra la entrada del año nuevo.
Antes de la adopción del gregoriano, a fines del siglo XVI, esa fecha no era universalmente festejada. Constantino, el primer emperador romano-cristiano, decretó que esa celebración debería hacerse el domingo de Resurrección. Entre los antiguos babilonios, persas y asirios, el año nuevo coincidía con el inicio de la primavera. En Egipto comenzaba con la inundación anual del río Nilo. Los druidas lo iniciaban cerca de la fecha del solsticio de invierno y los judíos, que lo llaman Rosh Ilashonah, lo celebran el día primero del mes de Tishri (entre el 6 de septiembre y el 5 de octubre).
En el siglo pasado ese día daba motivo en la ciudad de México a que diversos servidores públicos y menesterosos pidieran su ``aguinaldo''.
Los ``serenos'', policías de antaño que cuidaban por la noche las calles de la capital, hacían su petición con graciosos versos como el siguiente:
Todo el año cuidadoso,
Vigilo tu casa y vida
Y mi celo no descuida
Porque goces de reposo.
Al ladrón facineroso
Me presento denodado
Y quedaré bien pagado
Si tu mano generosa
Me da en la mano dichosa
Para mi copa y pescado.
Esta costumbre persiste en mucho, aunque sin la gracia de los versos; sin embargo, la alegría y la esperanza que suscitan el nacimiento de un año son imperecederos e intemporales, no obstante que los pronósticos futuros no son los mejores. Los mexicanos tan dados a hacer dichos, tenemos uno que podría aplicarse en estos tiempos: ``No hay mal que por bien no venga''. Efectivamente, cada día estamos haciéndonos más conscientes de que la solución de nuestros problemas está en nosotros mismos, que el gobierno, sea del partido que fuere, no tiene la capacidad ni posibilidad de hacerlo todo. Buena muestra de la fuerza ciudadana son las llamadas organizaciones no gubernamentales, que en todos los campos están funcionando con ciudadanos conscientes, quienes se han coordinado y están obteniendo resultados positivos.
Buenos propósitos de año nuevo serían: organizarse, ser más austeros, echarle muchas ganas, ser más exigente con uno y con los demás, entre otros, para que seamos todos más honrados y eficientes. De seguro todo esto ayudaría a que 1999 resultara menos funesto de lo que se pronostica y, desde luego, nos haría sentirnos mejor.
Igual nos sentiremos si estos días --sólo estos días, por lo de la austeridad-- nos regalamos con un festín de mariscos en el restaurante El Danubio, en Uruguay número tres. Para comenzar es aconsejable una sopa verde, que por su generosidad se puede compartir para dejar espacio a los langostinos a la plancha acompañados con sus ajos dorados nadando en aceite de oliva, para servirse al gusto. No hay que olvidar que en la misma calle, casi esquina con Bolívar, hay dos marisquerías, frente a frente, modestas pero con sabrosa comida de mar a precios módicos.