Junto con la severa retracción que experimenta el entorno económico internacional, las acciones impulsadas por el gobierno federal durante el segundo semestre de este año, entre las que resulta especialmente vergonzosa la del programa de rescate del Fobaproa, no dan posibilidad a dudar respecto al sombrío panorama de nuestra economía para el próximo año.
¿Qué pensar de un desenvolvimiento económico amarrado ya por una desaceleración económica financiera, industrial y comercial, fuertemente vinculada a un entorno internacional altamente especulativo? ¿Qué decir, asimismo, de la previsible marcha descendente de una economía afectada ya por una retracción de la inversión privada nacional y extranjera, y colapsada, para decir lo menos, por los severísimos recortes de la inversión pública, que han frenado la dinámica más importante del desarrollo de Pemex y de CFE, pero también de la infraestructura de comunicaciones terrestres, aéreas y satelitales, y de la infraestructura hidráulica y urbana, haciendo aparecer como imprescindible y urgente la privatización máxima posible de actividades económicas tradicionalmente reservadas al Estado? ¿Qué decir, final- mente y sólo como tercer ejemplo, de una economía que registra una acelerada expansión del desempleo, no sólo por la creciente incorporación de la nueva fuerza de trabajo (en un orden próximo al millón de jóvenes al año), sino por el desempleo que generan tanto el fenómeno del despido del personal de mayor antigüedad y menor calificación en muchas empresas, como la novedad de la cesantía de personal altamente calificado y de mediana edad como mecanismo idóneo para disminuir los costos de producción, precisamente frente a un entorno económico no sólo cada vez más complejo y competido, sino en estos momentos y durante varios meses más, drásticamente retraído?
¿Es justo, entonces, que en este contexto, sin mediar ningún ánimo de búsqueda coherente de alternativas, y ante la ineludible realidad de un previsible bajo precio del petróleo y una esperada baja actividad económica para 1999, se destine buena parte de los pocos ingresos públicos al costo financiero de deudas internas y externa?
Y no es que se puedan eludir estas obligaciones, muchas de ellas -como lo muestra el caso del Fobaproa-, cargadas de manera injusta sobre el contribuyente; pero sí, en cambio, se pueden y se deben pensar y repensar hasta el cansancio las alternativas para que esta deuda no impida el desenvolvimiento económico y la asunción plena de las responsabilidades económicas del Estado, y esto a pesar de que hoy se postule que muchas de ellas estén superadas, como finalmente, sin éxito, lo intentó demostrar la revalorización pragmática de la doctrina clásica del laissez-faire impulsada por las adminitraciones Reagan y Thatcher, y seguida aún hoy por muchos gobiernos como el nuestro, a pesar de que los nocivos efectos de ella hayan obligado a que en varios países esa revalorización ya esté de salida.
Así pues, la difícil realidad económica y social del momento exige recordar que pese a la difundida y propagada renegociación de estas deudas -interna y externa-, su servicio todavía representa la sangría más importante de la riqueza social en nuestro país.
Por ello, cualquier alternativa de reorientación eficaz de la marcha de la economía nacional obligará al diseño de nuevas estrategias económicas para el desarrollo que deberán incluir, sin duda, una nueva alternativa de solución de ese problema.
Ante un nuevo año, lo menos que se puede pedir es que se intenten pensar las cosas de distinta manera, que se haga el esfuerzo de reflexión autocrítica de una estrategia económica que si bien ha garantizado un bajo déficit, ha garantizado también la persistencia de un bajo nivel de vida para los mexicanos. No es posible ya posponer el diseño de alternativas económicas y, menos aún, hacer el esfuerzo de pensar distinto y, en consecuencia, gobernar de otra manera.